domingo, 25 de octubre de 2009

Marca personal

No sé exactamente qué determina lo que nos ocurre cada día. Conozco gente que, sin la menor duda, atribuye su suerte a lo que indique su horóscopo. Claro, no cualquier horóscopo sino el que ellos han elegido como verdaderamente confiable... que, por cierto, puede no ser el mismo todos los días ni para todas las ocasiones. Otras personas han decidido encomendar su destino de acuerdo a lo que sus creencias dictan y simplemente aceptan lo que el día les tiene deparado. Hay quienes de forma más "científica" buscan explicar los acontecimientos cotidianos basados en teorías elaboradas con conceptos tales como el "efecto mariposa". Y, aunque en una cantidad menor, me he encontrado con gente que después de analizar probabilísticamente los datos dentro del universo elegido, determinan que, con cierto nivel de varianza y una desviación estándar confiable, simplemente, "ya les tocaba".

Bueno, pues sin saber realmente por qué ocurrió (tal vez no supe interpretar lo que los astros intentaban decirme al acomodarse), resulta que hace un par de semanas tuve un pequeño percance automovilístico, o como diría el ajustador del seguro, un "alcance". No fue nada serio en realidad, el carro seguía funcionando, pero la parte trasera quedó bastante afectada. La facia quedó notoriamente sumida, la cajuela quedó un tanto "descuadrada" y, bueno, posiblemente había otros daños que a simple vista no estan fácilmente perceptibles. El caso es que, aunque me traería algunas dificultades para trasladarme diariamente al trabajo, sabía que tarde o temprano tendría que despedirme momentáneamente del auto al dejarlo en algún taller para que lo repararan. Y fue más temprano que tarde. Al siguiente lunes llevé el carro a la agencia para que lo ingresaran y se iniciara todo el proceso que, por experiencias similares que han tenido compañeros del trabajo, se llevaría al menos tres semanas.

Gracias a toda esta situación, el medio que encontré más conveniente para transportarme todos los días fue el taxi. A ciertas horas el taxi puede ser más rápido y, sobre todo, más seguro. Pero tal vez lo que más ha llamado mi atención es que ningún viaje ha sido igual a otro, pese a que la ruta es siempre la misma. Hace ya algunos años había escuchado relatos de taxistas donde describían cómo es que analizaban al pasajero para saber si podían iniciar o no una conversación con él, y luego para determinar qué tipo de conversación sería más adecuada. Pero en mi caso, el análisis comenzó a ser diferente: me he entretenido descifrando la actitud y ánimo de quien va conduciendo. Y no es que me considere un experto analizando personalidades ni nada por el estilo, simplemente es interesante que viajes con más o menos la misma duración resulten en experiencias totalmente diferentes.

Para empezar, es de hacerse notar la "decoración" que puede uno encontrarse al entrar al taxi. Fotos, estampas, muñecos, luces, artículos religiosos, amuletos, plantas (si, plantas), dispositivos para guardar monedas, revistas, pantallas y un largo y variado etcétera. Lo siguiente que puede uno "apreciar" es la forma de manejar del taxista en turno. Y es que así como hay quienes manejan como verdaderos profesionales, los hay otros que parecen creer que son pilotos de Fórmula 1 a punto de cruzar la meta, cuando en realidad están acelerando para detenerse abrúptamente al llegar al semáforo que lleva ya un tiempo con la luz roja encendida. Y qué decir de aquellos que al más puro estilo de "The Fast and the Furious" se la pasan cambiando de carril y haciendo las más osadas maniobras para cerrarle el paso a los demás y mantener al espectador (el pasajero) al filo de la butaca (o del asiento trasero), todo para al final hacer prácticamente el mismo tiempo de viaje que quienes manejan decentemente. Pero para ser justo en mi comentario, debo decir que la mayoría de los taxistas con los que he viajado recientemente han mantenido la cordura y de forma bastante prudente me han llevado sano y salvo a mi destino.

Otro aspecto a resaltar en estos viajes es la conversación. Hay quienes de plano, no dicen ni "Buenos días" ni dan las gracias al recibir el pago del servicio. Otros comienzan a hablar sin mayor miramiento sobre temas que pudieran hasta resultar incómodos para quienes los escuchan: política, religión, etc. Incluso encontré quienes hallan más contructivo hablar con los que van afuera del taxi: tips de manejo ("¡pásate, imbécil! ¡no los dejes pasar!"), publicidad del servicio ("súbete, princesa... yo te llevo a donde quieras"), recomendaciones viales a la autoridad ("¡ve el desmadre que estás haciendo, con razón eres policía!"), recordatorios familiares (ok, demasiado obvio). Hay también quienes prefieren utilizar temas generales como el clima, el tráfico, el trabajo. Mientras que por otro lado, es posible ver a otros que elaboran toda una conversación a partir de algún hecho fortuito, algún letrero, algún mensaje o comentario escuchado en la radio (porque también es de mencionar que la mayoría de los taxistas no escucha música en el radio, sino noticias o programas donde existe alguna especie de conversación que los distraiga de su rutina diaria).

Posiblemente el caso que más ha llamado mi atención, es el caso de un taxista que me hizo varias sugerencias en la ruta a seguir tras escuchar cuál sería mi destino. Me propuso modificar un poco la ruta para llegar un poco más rápido y evitar un par de semáforos. Me ofreció alguno de los varios períodicos que llevaba a bordo para distraerme y mantenerme informado mientras duraba el traslado. Como no acepté el ofrecimiento, comenzó a hacer comentarios sobre su trabajo y la forma en que trataba de hacerlo mejor cada vez. "No porque el pasajero necesariamente se dé cuenta, sino porque al final del día yo sabré que no lo pude haber hecho mejor" me dijo. No fue mucho lo que duró el viaje, pero al final, cuando estaba yo bajando, me comentó "Espero que el servicio haya sido de su agrado, no para que vuelva a subirse a mi taxi, sino para que sea el comienzo de un buen día para usted". Tal vez era ya una frase hecha, o tal vez en realidad quería provocar en mí una reacción. Mi respuesta fue simple: "Gracias, igualmente". Pero eso pareció agradarle. Tengo que admitir que a veces no tengo buena impresión de este tipo de comentarios. Hay veces que pienso: "Sólo lléveme a donde le dije y dejemos a un lado los comentarios adicionales". Sin embargo, en esa ocasión me hizo pensar de forma diferente.

Así como ese taxista quería convertir un simple traslado de un pasajero en una experiencia agradable para que iniciara bien su día, existen muchos ejemplos de personas que día a día buscan hacer la diferencia en la gente que los rodea. Todos recordamos a esos maestros "locos" que más allá de dar su clase y apegarse al temario original, buscaban darle su toque personal a cada enseñanza. El maestro de Historia que rompiendo paradigmas, hacía que reacomodáramos las sillas del salón y formáramos un círculo para poder platicar "de frente" con cada uno. Aquel otro profesor que prefería realizar dinámicas vivenciales con el grupo y que dejaba a todos con cara de "¿eso va a venir en el examen?". Los maestros de matemáticas que diseñaban diversos tipos de mecanismos para demostrar que el Teorema de Pitágoras era correcto. El estambre que utilizaba la maestra de primaria para mostrarle a los alumnos de dónde proviene el valor de PI (3.14159) y por qué es útil para calcular el perímetro y el área de un círculo. Los maestros de la vida que a diario nos encontramos y que continuamente nos enseñan que la vida puede ser diferente. Todos ellos tienen algo en común: Todos quieren dejar su marca en nosotros, sentir que sus enseñanzas pueden ser nuestros aprendizajes, creer que su esfuerzo hará la diferencia en la vida de alguien. Y la realidad es que lo logran. Tal vez no en todos, tal vez no siempre. Pero con el paso de los años siempre habrá alguien que los recuerde bien por el esfuerzo, la valentía, el interés de pasar por la vida sin pasar desapercibidos.

Había un maestro que solía utilizar distintas frases ideadas por el mísmo para realzar sus clases. Unas muy ingeniosas, otras más. Hoy cierro el blog de hoy con una frase que escuché de él: "Lo que funde un foco no es que esté prendido todo el tiempo, sino que se esté prendiendo y apagando a cada rato. Pero el valor del foco reside en que encienda cuando alguien necesite su luz".

sábado, 17 de octubre de 2009

¿Reir para no llorar?

Hace unos momentos tuve la oportunidad de presenciar a un grupo de jóvenes caminando por la calle. Algunos iban riendo, otros jugando, unos más saludando a la gente que se encontraban. Supongo que esto no tendría la menor relevancia para nadie si no mencionara yo que todos iban disfrazados de payasos. Y los había de varios tipos: unos harapientos, otros tan cuidadosamente vestidos que traían a mi mente la imagen de los antiguos arlequines; algunos maquillados estilo mimo, otros con los más grotescos dibujos en la cara; los accesorios como paraguas rotos, sombreros, globos y uno que otro triciclo eran parte de todo el espectáculo callejero que pude apreciar. Pero estos payasos y payasas parecían tener un objetivo común: arrancarle una sonrisa a la gente con la que iban topándose, literalmente.

Puede resultarle extraño a más de uno, pero sé lo que es hacer eso. No me refiero únicamente a tratar de arrancar una sonrisa, sino al hecho de realmente vestirme y maquillarme como payaso para lograrlo. No, no es mi trabajo de fines de semana ni nada por el estilo. Tampoco es mi trabajo del resto de la semana, pese a lo que piensan mis clientes y jefes. No, tiene un poco más de fondo el asunto.

Durante varios años pertenecí a un grupo de jóvenes que tenía el propósito de ayudar a otros jóvenes con sus problemas, adicciones, conflictos,y otras situaciones personales y sociales. Digamos que me gustaba sentirme útil y "valioso" para mi comunidad. Dentro de este grupo de jóvenes realizábamos diversas actividades que nos ayudaban a entender mejor el entorno que nos reodeaba, pero también a defendernos un poco del mismo. Y al emplear el verbo "defender" lo hago con toda intención y conciencia. Porque por muy ideal y "rosa" que el mundo puede llegar a ser para un joven, la realidad es que, tarde o temprano, la vida nos pondrá en situaciones donde el llanto será la más leve de nuestras reacciones. Precisamente, como parte de la preparación que los integrantes de este grupo debíamos tener, existían ciertas dinámicas que llevábamos a cabo con el fin de forjar nustro carácter y tener una mejor actitud ante la vida. Debo confesar que, en lo personal, me gustaba mucho organizar diferentes tipos de estas dinámicas. Todas tenían un objetivo, una enseñanza y finalmente dejaban una vivencia en los participantes que valía la pena recordar. Pero también debo reconocer que cuando alguien dentro del grupo mencionó que organizaríamos la "Dinámica de los Payasos" no tenía yo la menor idea de lo que se trataba. Así que con gusto acepté.

Por motivos de espacio y tiempo no comentaré a detalle todas las actividades que se realizan en la dinámica, pero trataré de explicarlo a grandes rasgos. La dinámica tiene varias fases que se van cubriendo a lo largo de dos días en un lugar aislado. A nadie se le permite salir y sólo quienes organizan saben qué actividad se llevará a cabo y en qué momento. Hubo pláticas, discusiones en grupo, convevencia, risas, llanto. Pero la última actividad fue la principal. Estábamos todos en el salón de pláticas cuando el tema a discutir fueron los payasos. Por trivial que parezca el tema, tiene su lado profundo después de todo. Surgieron varias preguntas: ¿qué hace un payaso? ¿por qué lo hace? ¿cómo logra hacer reir a los demás? ¿cómo logra él mismo reir, si a veces quiere llorar? ¿cómo elige la forma de pintar su cara, su vestimenta, su nombre? ¿logra sentirse satisfecho con su trabajo al final del día? Alguno que otro exponía situaciones: Al llegar a su casa, cuando su esposa le pregunta "¿cómo te fue?", ¿cuál podría ser su respuesta? "Bien, hice muchas payasadas" ¿tal vez?

Para contestar algunas de estas preguntas, nuestra siguiente actividad consistió en elegir un nombre, vestimenta y, sí, en maquillarnos como payasos. Honestamente no recuerdo qué nombre elegí en esa ocasión, tomé los pequeños recipientes con pinturas blanca, roja y negra, y comencé a dar forma a mi personalidad de payaso. Entre toda la ropa que los organizadores habían llevado para la dinámica tomé algún saco cuadriculado, unos pantalones enormes y uno que otro accesorio para completar el curioso juego. Comenzamos a tratar de hacer reir a los demás integrantes del grupo haciendo de todo: muecas, chistes, torpezas como fingir caidas, mímica, etc. Y después de practicar un poco todas estas diligencias, los organizadores anunciaron algo que heló mi cuerpo de forma repentina: Pues ya están listos, la última parte de la dinámica es salir de aquí y provocar una risa o, al menos una sonrisa, en la gente que se encuentra en las calles. ¡No se preocupen, nadie los va a reconocer porque van a ir disfrazados de payasos!

Y así, en una escena muy similar a la que ví por la mañana, salimos todos vetidos como payasos a tratar de hacer reir a la gente. No recuerdo si alguien se rió con las "gracias" que iba haciendo, o si sólo me miraban con extrañeza y curiosidad. Pero al menos puedo decir que tuve algunas respuestas a las preguntas que nos plantéabamos al principio.

El trabajo de payaso no es muy diferente a cualquier otro. Requiere de mucho esfuerzo, dedicación, práctica, renovación. Enfrentar la rutina diaria, las críticas, la insensibilidad. La elección de su nombre es tan importante para ellos como el título o posición que cada uno de nosotros tenemos en donde trabajamos, donde un "Jr." o un "Sr." hacen mucha diferencia. Y ni hablar de la vestimenta, todos nos disfrazamos de acuerdo a la ocasión y tipo de cliente. Una amiga muy cercana prefiere decir que los fines de semana nadie la reconoce porque son los únicos días en que no se disfraza y se viste como ella quiere. Pero el aspecto que posiblemente llamó más mi atención fue el maquillaje. El simple hecho de saber que nadie me reconocería estando pintado como payaso me hizo tener más confianza en lo que iba a hacer. Tal vez el maquillaje que uso ahora es diferente, no viene en ningún tipo de recipiente y no debo aplicarlo a mi cara para que los demás lo noten. No, ahora creo que le llamo "expertise", "conocimiento del cliente", "madurez", "best practices". Todo para ocultarme como persona y mostrar sólo lo que el cliente y el resto de la gente quiere ver. Esa es la máscara que muchos usamos, el nombre de una empresa, una fortaleza fingida, una actitud intimidante. Pasamos la vida retando a otros payasos a superar nuestra propias payasadas. Y nuestra única satisfacción será haber hecho nuestro mejor esfuerzo y tratar de disfrutar de nuestras propias bromas hechas originalmente para divertir a alguien más.

Cuando la dinámica terminó, era ya de noche y seguía yo maquillado, rumbo a mi casa, deseando sólo quitarme de la cara la horrible sensación que causa la pintura después de tanto tiempo. Llegué y entré a mi cuarto arrojando todo el equipaje sobre mi cama y antes de que alguien pudiera verme me escabullí al baño para tomar una ducha necesaria en más de un sentido. Pasé varios minutos quitándome el maquillaje y tratando de recuperar aquella añorada sensación de estar libre, de ser uno mismo otra vez. Tomé un baño relajante como pocos y me puse una pijama cómoda. Finalmente vi a mi madre y me preguntó: "Hola, ¿como te fue?". Pensé en responder mil cosas sobre la dinámica, pero sólo acerté a decir: "Bien, provoqué muchas sonrisas hoy". Me miró un poco extrañada y sonriendo ligeramente me dijo: "Bien. Qué bueno que ya llegaste".

sábado, 10 de octubre de 2009

Detalles, detalles...

Creo que a lo largo de nuestra vida todos hemos escuchado en más de una ocasión que, a final de cuentas, lo que cuenta son los detalles para muchas cosas. Pero ¿qué significa eso realmente? ¿Significa acaso que debemos estar pendientes de cada aspecto, aunque parezca insignificante, para realmente darle la importancia a algún evento, situación o gesto? ¿O quizás significa que debemos darle nuestro "toque personal" a cada cosa que hacemos o intentamos? Mucha gente me considera poco detallista y lo suficientemente distraído como para poder apreciar los "detalles" que la gente tiene para mí. Por supuesto, no estoy de acuerdo con eso y el valor que veo en los detalles es muy diferente.

Debo confesar que el punto de vista que tengo con respecto a los detalles ha ido evolucionando a lo largo de los años. Al principio, solía yo vigilar cada actitud de la gente, cada pequeño aspecto en las cosas... y resultó sumamente interesante: ¿Han notado que dependiendo de la profesión o actividad de una persona sus acciones son particulares? Es bastante simple. Mi hermana estudió Química desde la vocacional y continuó con los experimentos de laboratorio hasta graduarse como Química Farmacéutica Industrial. Siempre me llamó la atención la forma que tenía para disolver el azúcar en su café o té: no le daba vueltas a la cuchara siguiendo el contorno de la taza como lo hacemos el resto de nosotros, sino que movía la cuchara de un lado a otro tocando sólo 2 puntos opuestos de la taza, una y otra vez. "¿Por qué no eres normal y le mueves a tu café como el resto de la gente?" solía yo preguntar para molestarla... hasta que un buen día me dió la respuesta: "Al mover el líquido contra las paredes del recipiente generas una colisión mayor que simplemente dándole vueltas, ¡eso permite que el azúcar se disuleva más rápido!". Mudo y sin nada más que agregar al respecto me alejé de allí. Un poco molesto pensé "¿cómo iba yo a saberlo? ese tipo de detalles sólo los saben los químicos que se pasan revolviendo cosas todo el día". Pero fue así que empecé a notar relaciones que no había visto antes: el amigo al que le gustaba y amaba bailar Salsa, hubiera fiesta o no, jugaba básquetbol con la misma gracia de Willie Colón. Y como esa se pueden ver varias historias.

Pero todo esto despertó en mí una pregunta: ¿qué cosas hago yo de acuerdo a lo que estudié? Para los que no estén al tanto, aunque mi trabjao está más relacionado con la Tecnología de Información, mi carrera formal fue la de Ingeniería Industrial. ¿Qué hace un Ingeniero Industrial diferente al resto de las demás personas? Una vez un maestro comentó: El ingeniero industrial necesita saber física, química, matemáticas, pero no en una forma exacta ni profunda. Véanlo así: si alguien les pregunta "¿cuánto es 2+2?" su respuesta debe ser "cinco". "¿Cinco?" preguntamos todos casi al unísono. "Sí, cinco. El ingeniero industrial debe estar cerca de la respuesta correcta pero debe asumir que en el mundo nada es perfecto y si su proyecto es calcular la resistencia de un puente más vale que sobre y no que falte". Afortunadamente ahora me dedico a otra cosa.

Sin embargo, el poder captar todas estas actitudes de la gente basándome en su carrera o actividad no representa que estuviera realmente al tanto de los detalles que una persona tiene en su vida diaria. Para ser un poco más claro permítanme platicarles una pequeña historia que me sucedió cuando apenas era un niño, preo que relacioné con todo esto hasta muchos años después.

No recuerdo exactamente, pero debo haber tenido unos 5 años cuando esto ocurrió. Cerca del lugar donde vivíamos había una farmacia bastante grande según quedó registrada en mi memoria. Y, a diferencia de lo que puede uno encontrarse hoy en día en las farmacías, en ese tiempo era común encontrar algún tipo de entretenimiento para niños. No, no hablo de videojuegos ni de nada similar. En algún costado de las farmacias podían verse comúnmente caballitos o coches a los que los niños nos subíamos y, al insertar una moneda, comenzaban a moverse dando la sensación de estar cabalgando o manejando, según fuera el caso. Sin embargo, realmente era raro que mi mamá estuviera dispuesta a insertar una moneda cada vez que íbamos a la farmacia, así que tenía que conformarme con subirme y pretender que el caballito, que era mi favorito, empezaba a moverse. Ni siquiera era necesario que mi mamá requiriera algún medicamento; a mi hermano y a mí nos gustaba "escaparnos" de vez en cuando para subir un rato y convertirnos en jinetes y pilotos imaginarios. Un día, estaba sólo yo en esa farmacia imaginando una vez más que iba a toda velocidad montado en mi caballo, tal vez escapando de algún enemigo, cuando de repente, escuché tras de mí el sonido inconfundible de una moneda entrando en el dispositivo que activaba el movimiento del caballito. Sin siquiera tener tiempo de reaccionar, sentí el movimiento del caballo. No supe por un momento qué estaba pasando. No sabía quién había depositado esa moneda. En mi mente infantil sólo tuve el razonamiento de que no duraría por siempre y tenía que aprovecharlo. Así que momentáneamente olvidé mi consternación y me enfoqué a seguir cabalgando aún más rápido y a hacer que mis perseguidores imaginarios tragaran polvo como nunca lo habían hecho. Fue un momento realmente increíble... hasta que sentí que el caballito volvía poco a poco a su habitual inactividad y finalmente se detuvo. Con un poco de pena, bajé del caballo y busqué a la persona que depositó la moneda para poder agradecerle. No había nadie en el mostrador ni en las cercanías de la farmacía. Se había ido.

Nunca supe quién depositó esa moneda, pero ese pequeño detalle alegró a un niño e hizo que hasta la fecha recuerde el incidente. Y no es que esa persona hubiera invertido una fortuna o que le hubiera requerido un esfuerzo inhumano para lograr hacer sentir bien a alguien, fue sólo el deseo desinteresado de hacerlo, sin esperar siquiera un agradecimiento. De eso están hechos los detalles que valen la pena: del deseo de hacerle pasar un buen momento a una persona sin necesariamente esperar un "Gracias" de su boca.

El día de ayer un grupo de amigos celebró mi cumpleaños organizando una sorpresa para mí enmedio de una reunión de trabajo. Aunque tengo plena idea de quién ideó todo y cuál fue la aportación de cada uno, y aunque en más de una ocasión repetí el famoso "Gracias", de lo único que estoy seguro es que soy una persona verdaderamente afortunada por tener personas que buscaron hacerme pasar un buen momento y logran que hoy siga feliz de poder contar estas historias. Y aunque sé que no lo estaban esperando, vuelvo a decir: Gracias. Fue un gran detalle.

domingo, 4 de octubre de 2009

Por los árboles morados

Ayer en la noche asistí a un concierto organizado por Fundación Xochitla A.C. para celebrar su 20 aniversario. El grupo internacional que animó la noche fue "Viva la Gente". Fue una noche llena de música, baile y todo tipo de cantos provenientes de diferentes lugares del mundo. Una experiencia que valió la pena vivir. Y aunque me gustaría seguir platicando sobre el concierto y la grata impresión que me dejaron todos los integrantes de este grupo, el mencionar todo esto tiene otro propósito.

Resulta que la persona que me envió la invitación para este concierto es una colaboradora de la Fundación Xochitla y tiene entre sus resposabilidades el mantener el vivero del lugar, organizar pláticas y talleres de cosas incomprensibles para mí como "La Agricultura Biointensiva". Pero más allá de todas las calificaciones y logros profesionales que Nayeli ha tenido, debo mencionar que una cualidad que siempre he admirado de ella es su enorme creatividad. La conocí hace casi 20 años participando en actividades de apoyo a jóvenes donde dábamos pláticas y, en ocasiones, hasta llegábamos a actuar en lo que llamábamos "socio-dramas". Aparte de su carácter alegre y amable, siempre me sorprendió la forma casi artística que ella tenía para escribir y dibujar: su creatividad era ilimitada para mí. Conociendo yo esto, no pude menos que sentirme algo torpe después de un comentario que hice cuando ella intentaba explicarme dónde nos veríamos para entregarme los boletos del concierto.

Era un miércoles cuando recibí la llamada de Nayeli y decidimos que me daría los boletos el mismo día del concierto. Me dijo: "Cuando llegues a Xochitla me mandas un mensaje y me dices dónde estás para decirte dónde nos vemos". Hasta aquí todo fue la indicación normal para quedarnos de ver, pero luego, usando su ingenio, agregó: "Ya te diré si nos vemos en el segundo arbolito morado o a ver en dónde". Como una persona que ha sido educada con reglas inflexibles de ingeniería, la primera imagen que llegó a mi mente fue la de un árbol común y corriente pero pintado en su totalidad con alguna especie de tinte o pintura morada. "¿Arbolito morado?... ¿Hay arbolitos morados?", le pregunté. Ella respondió de forma casi inmediata: "Claro, las Jacarandas cuando están en flor". Después de sentirme un completo ignorante y tras haber terminado de ponerme de acuerdo con ella para el concierto, colgué y me quedé pensando: "¿Por qué no me pude imaginar un árbol con follaje morado? ¿de dónde saqué que la única forma de tener un árbol morado era pintándolo?"

Después de darle muchas vueltas al asunto, recordé a un maestro de Ingeniería Industrial que alguna vez, tratando de explicarnos nuestra falta de ingenio, nos llevó a lo que había sido, de una forma u otra, nuestra realidad. Trataré de explicarlo de la forma tan clara en que él lo hizo aquella vez.

No sé qué tanto recuerde cada quién sobre sus días en el Jardín de Niños, pero creo que algo común es que las maestras siempre nos ponen a dibujar, a colorear, y a desarrollar nuestra "limitada" creatividad. Recuerdo que en muchas ocasiones nos daban dibujos previamente elaborados y nuestra tarea consistía en darles color. Al principio, no importaba si pintábamos los elefantes de color verde o si el mar tenía un curioso color amarillo. El chiste en ese momento era reconocer los límites del dibujo y procurar no rebasarlos con los crayones que utilizábamos. Pero conforme íbamos dominando la técnica, y nos aventurábamos nosotros mismos a crear nuestros propios dibujos o a crear las más increíbles figuras con plastilina, empezaba a entrar en juego el que las maestras nos llevaran al mundo real por nuestro propio bien: "No, Carlitos, el Sol es amarillo, no rojo" "Memo, ¿cuántas veces tengo que decirte que no puedes escribir en la pantalla de la televisión usando la máquina de escribir?" "Julio, los árboles tienen el tronco café y las hojas verdes... ¡¡deja de pintarlos morados!!"

Era como si cada alumno estuviera hecho de algún tipo de plastilina que podía ser moldeado de miles de formas extraordinarias, pero aparentemente, el objetivo era tomar una gran espátula, cortar los sobrantes y convertirnos a todos en cubos lo más parecidos a lo que la sociedad consideraba "normal". Y esto no sólo pasa en el Jardín de Niños, ¿recuerdan las amenazas de algún profesor justo antes de un examen? "El que no escriba Las Leyes de Newton de forma exacta, palabra por palabra, tendrá mal su respuesta en el examen. Porque ninguno de ustedes es nadie para cambiar una sola letra de lo que Newton concluyó". No, no estoy exagerando. Esa historia fue real para mí. Por supuesto, nadie podía cuestionar o estar en desacuerdo con algo. "Tú sólo apréndetelo como es, no intentes entenderlo".

Y no es que critique la educación que tuve ni es una forma de justificar mi falta de imaginación, pero creo que todos deberíamos olvidarnos un poco de las reglas que durante toda la vida nos han inculcado. Si queremos crear cosas nuevas, vivir mejor, ser diferentes, es necesario empezar por desarrollar nuestra propia visión de las cosas, olvidándonos de la visión que otros solían imponernos. ¿Quién hubiera siquiera podido pensar que un avión podría elevarse por el aire? Definitivamente, sólo alguien que deliveradamente ignorara la imposibilidad de hacerlo y se aferrara a lograrlo. Pero ni siquiera son esos logros impresionantes a los que me estoy refiriendo ahora. Cada risa que logramos, cada problema que resolvemos, cada sorpresa que damos, cada sentimiento que despertamos, todo tiene su principio en ver las cosas de forma diferente, en ser diferentes y en querer una nueva vida.

Son innumerables las veces que me he encontrado con gente que es incapaz de superar dificultades. Normalmente tienen una serie de pasos a seguir, una "receta de cocina" y si, después de llevarlos a cabo, no pueden resolver su problema se cierran a otras opciones. Prefieren que alguien más llegue a arreglarlo porque no quieren correr el riesgo a equivocarse intentando algo nuevo. Lo peor de todo es que la siguiente vez que se encuentran en la misma situación repetirán exactamente el mismo procedimiento de frustración.

Ayer, al llegar al lugar del concierto, me quedé apreciando los diferentes colores que pueden verse en la vasta vegetación que existe en Xochitla. Rojos, azules, amarillos, verdes y... sí, morados. Hay tantas cosas que pueden disfrutarse en la vida, sólo es cosa de no cerrar los sentidos a las diferentes posibilidades. La pasé muy bien ayer y creo que no hubiera sido lo mismo de no ser... por los árboles morados.