domingo, 29 de noviembre de 2009

Don José

Según su propia Fe de Bautismo, su nombre es José Álvaro Gabino. De acuerdo a su Acta de Nacimiento, es simplemente José. En realidad no conozco muchos detalles de su niñez, sólo que vivió en medio de dificultades económicas bajo la educación y tutela de sus muy jóvenes padres. A él le tocó ser el mayor de los tres hijos de la familia. Desde muy pequeño utilizó lentes, mismos que con el paso de los años le marcaron la personalidad que ahora tiene y que hacen que pocos puedan imaginarlo sin ellos. Debido a la situación económica en la que vivía la familia, su padre lo obligaba a ser responsable en gastos, con disciplina casi militar. No obtenía un lápiz nuevo si no entregaba a cambio el que venía usando y al cual no era posible ya sacarle punta porque no había grafito disponible que lo permitiera. Su afición, casi vicio, eran los libros. Desde niño su vida le parecía incompleta si no leía al menos un capítulo de algún libro por día. ¿Qué tipo de libros leía? En realidad no había un tema específico o predominante. Lo mismo podían encontrarse en sus libreros ejemplares de novelas policiacas que enciclopedias temáticas, literatura clásica, economía, religión, deportes, poemas, revistas, almanaques, tesis, hasta libros manuscritos en algún idioma extraño.

Amante también de la música, no era raro escucharlo cantando a todo pulmón en su casa algunas estrofas de óperas que interpretaba en Italiano fingiendo la voz del más experimentado Tenor. No sé si sería su energía en estas interpretaciones exclusivas, pero más de uno tarareaba involuntariamente las mismas estrofas aún cuando él no se encontraba. Era algo contagioso no por la letra en sí (que nadie comprendía), sino por la fuerza que él proyectaba al cantarla. Poco a poco fue creciendo y todo el mundo lo reconocía principalmente por dos de sus mayores cualidades: su buen humor y el conocimiento que tenía sobre casi cualquier tema.

Pasaron los años y se dedicó en un inicio a la Contabilidad. Durante varios años desarrolló actividades de control de efectivo, estados de resultados, balances, manejo de ingresos y egresos para varias compañías. Y aunque era bastante efectivo en su labor, no podría decir que se sentía feliz haciendo su trabajo. Claro, le daba para comer y mantenerse, pero no era precisamente algo que lo apasionara. Por eso, cuando en una ocasión un amigo le comentó que en cierta editorial estaban buscando traductores para los nuevos Best-Sellers que llegaban desde Estados Unidos no lo pensó dos veces. Era la oportunidad perfecta para leer cosas nuevas, darles su toque personal en la traducción y seguir aprendiendo cada vez más. Fue así que inició su carrera como editor y traductor, que más tarde lo hizo incursionar en el campo del periodismo e incluso en el de escritor.

Le resultaba fácil llevarse bien con la gente gracias a su carácter afable y siempre risueño. La mayoría solía admirarse de la cantidad de conocimiento acumulado que tenía en su mente y se maravillaban por su extraordinaria memoria. Sin importar el tema, solía arrancar expresiones de sorpresa y la típica pregunta para él: ¿cómo sabe tanto? Siempre modesto, solía contestar: Un día que no tenía mucho qué hacer leí un poco de eso y se me quedó grabado. Siguiendo esa lógica, debió tener muchos días sin cosas qué hacer. Al principio solían llamarlo Pepe, de cariño. Luego, por el respeto que cada vez más personas le tenían, comenzó a acuñar el nombre con el que hoy en día lo conocen casi todos: Don José.

Entre los libros que él mismo compraba, más lo que tenía (en inglés y en español) por sus traducciones, y aquellos que les compraba a sus popios hijos, llegó a llenar varios libreros y otros muebles que originalmente estaban destinados a cubrir otras funciones pero que, por falta de espacio, terminaron albergando varios cientos de libros cada uno. Sin exagerar en lo más mínimo, eran miles de libros los que tenía en su propia casa. Era difícil no encontrar uno sobre algún tema específico. Cuando alguna visita llegaba a su casa y veía la cantidad impresionante de libros era común escuchar una pregunta: ¿Y apoco los ha leído todos, Don José?. Con una sonrisa solía contestar: Sólo los interesantes.

Siempre tuvo una sólida fe en su religión. Asistía regularmente a las ceremonias y procuraba participar de forma activa en ellas. Al principio simplemente uniéndose al coro de su iglesia, después pasó por varias etapas en donde realizó actividades que incluyeron la lectura de las escrituras, recolección de limosnas, asistencia en la comunión, etc.

Claro, estas son sólo algunas actividades que él realizaba, pero para dar una idea más clara de su versatilidad, debo mencionar que en diversas épocas de su vida tuvo actividades de lo más variado: fue un excelente jugador delantero de futbol soccer, fotógrafo, dibujante, nadador, maestro de matemáticas, contador, poeta, reportero y cantante. Era, por tanto, difícil de complacer. Llegué a ver cómo se tomaba el tiempo para revisar todos y cada uno de los libros de texto gratuito que sus hijos llevaban en la primaria y, con un lápiz rojo, marcaba las faltas de ortografía que encontraba, los errores de redacción e incluso hacía anotaciones para corregir el estilo. Podía oírsele repetir frases como: "¿Quién escribió esto? Que primero aprendan a escribir y luego pretendan enseñar Ciencias Naturales". Y ni hablar de temas de Historia de México. Solía leer lo que venía en los libros de texto y platicar con su esposa sobre la serie de hechos con los que difería de acuerdo con lo que él había leído en otros textos más especializados. Era definitivamente un perfeccionista. Recuerdo una ocasión en que, tratando de despertar la creatividad de sus hijos, les pedía escribir o dibujar alguna historia o cuento. Indenpendientemente de lo que cualquiera de sus tres hijos creara, ningún trabajo parecía complacerlo nunca. Eso sí, jamás dejó de animarlos para seguirlo intentando.

Pero su vida no ha sido fácil (¿alguna lo es?). Por cierre de diversas editoriales en las que trabajó en varias ocasiones se vio desempleado aunque nunca por mucho tiempo. Siempre había quien le ofrecía un nuevo trabajo o, al menos, algún proyecto tipo freelance para alguna casa editorial. Tuvo que rolar turnos en algunos periódicos y comenzó a descuidar su alimentación. En algún momento de su vida desarrolló diabetes, situación que le produjo una profunda drepresión y un cambio de carácter que lo hacían verse más viejo de lo que realmente era. Alguna vez, a pocos días de haber presenciado la dolorosa muerte de su padre a causa del cáncer, se encontraba reparando su auto (porque también sabía algo de mecánica) cuando, en un descuido, una de las bandas del motor le arrancó dos de los dedos de su mano derecha. Era la época de su vida en que dependía totalmente de su máquina de escribir (que usaba haciendo gala de una mecanografía impecable) para hacer su trabajo y, sin dos dedos, ésta se convertía en una labor para titanes. No mucho tiempo después empezó a enfrentar algunos problemas con sus hijos: todos decidieron irse de su casa aunque por diversas causas. Esto le produjo la sensación de ser un mal padre, aunque esto en realidad era una percepción equivocada de lo que estaba pasando. Su salud comenzó a deteriorarse aún más y en dos ocasiones tuvo infartos cardiacos. Pasó por una angioplatía y varios tratamientos buscando limpiar y desbloquear sus arterias. Cada tratamiento complicado siempre por la diabetes que siempre provocaba que sus niveles de azúcar alcanzaran niveles peligrosos durante los procedimientos.

Pero una vez que su salud mejoró, Don José buscó sentirse mejor asistiendo a reuniones donde enseñana a otros sobre religión, el estudio de la Biblia y otros asuntos relacionados con su fe. Esto no pareció llenarlo espiritualmente del todo, así que dedicó gran parte de su tiempo asistiendo a hospitales para animar a enfermos, generalmente terminales. ¿Sería esto una forma de sentirse afortunado por verse en una situación mejor que ellos? No necesariamente. Siempre lo vio como un medio de transmitir apoyo y compañia a gente necesitada espiritualmente. Conoció a mucha gente y mucha gente lo conoció a él. Se hizo poco a poco necesario para muchos y parecía siempre infundir cierta tranquilidad a quienes lo buscaban. No es que fuera un predicador o que prometiera un mundo mejor a quienes lo escuchaban, la mayoría de las veces sólo escuchaba cómo se sentía la gente y procuraba hacerlos sentir bien al hablarles sobre estadísticas y hechos relacionados. En ocasiones simplemente ponía en términos fáciles de entender lo que los médicos explicaban en su jerga de expertos.

Recientemente Don José volvió al hospital. Pero esta vez como paciente. Originalmente se pensaba que un infarto cerebral fue lo que lo había llevado allí. Luego fue determinado que un tumor fue el culpable.
Mucha gente ha ido a visitarlo en estos días. Familiares, amigos y uno que otro extraño. El día de hoy lo vieron algunos conocidos de su comunidad. "Todos estamos rezando por usted, Don José", le aseguraron. Él, con su habla algo deteriorada, contó cómo algunos estudios han probado que el poder de la oración logra que la gente mejore su salud. No se sabe si es por la concentración de la energía, por algún poder divino o si es sólo una coincidencia. Sea por la razón que sea, aquellas personas prometieron seguir orando por su salud y juntar más gente que se sumara al esfuerzo. Por mi parte, aunque me crié bajo las reglas del catolicismo, no he seguido dichas reglas últimamente y mis creencias han cambiado en muchos sentidos. Sin embargo, no dejó de parecerme interesante la plática y su fe en que todo estaría mejor. Por supuesto, quise sumarme a la lucha. Por eso, cuando todos se despedían de él y le decían: "No se preocupe, Don José, se va a poner bien", sólo pude decir: "Sí, papá, te vas a poner bien".

domingo, 22 de noviembre de 2009

Aprendiendo...

Hay semanas que quedan marcadas en nuestras mentes por algún hecho en particular o, a veces, por la sucesión de coincidencias encontradas al paso de los días. Para mí, esta semana estuvo llena de pifias que, más que traerme problemas o molestias, me provocaron curiosidad y hasta diversión. Aunque fueron muchas las situaciones que puedo mencionar, me enfocaré sólo en unas cuantas.

Sin la menor duda, la que llamó más mi atención fue la ocasionada por una secuencia de correos que se originaron en forma masiva dentro de la empresa en la que trabajo. Todo inició de una forma sumamente inocente: alguien mandó un correo solicitando acceso a una herramienta. El problema fue que lo mandó a un grupo con varios cientos de integrantes. Se empezaron a generar todo tipo de respuestas interminables con respecto a esta solicitud. Gente que le contestaba a todos que no era la indicada para dar el acceso, gente que pedía ser retirada de la conversación y gente que se preguntaba por qué estaba incluida en ese grupo. Por supuesto, no fueron los únicos tipos de respuesta que se recibieron. Esto me hizo pensar en las personas que se atrevían a mandar un correo de respuesta a todo el mundo haciendo todavía más grande el problema. Definitivamente todas podían ser consideradas Spammers pero de diversos tipos. Después de revisar todos los correos que recibí me permito presentar la clasificación que hice sobre estos spammers. Aunque los mensajes fueron enviados en inglés, hago la traducción lo más apegada a los correos originales:

Spammer Host (el que origina la epidemia): ¿Me pueden dar acceso a esta herramienta?
Spammer Egocéntrico (cree que es el único en el grupo): Yo no soy el responsable de esta herramienta
Spammers Borregos (aquí se suman decenas): ¡Yo tampoco!
Spammer Cortado: ¡Sáquenme de esta conversación!
Spamners Borregos (nuevamente decenas): ¡A mí también!
Spammer Lógico: ¡Dejen de mandarme Spam!
Spammers Borregos: ¡A mí también!
Spammer Didáctico: Pueden generar una regla para mandar a Deleted Items todo lo que vaya a esta lista.
Spammer Geek: La nueva versión de Outlook incluye una nueva función para ignorar este tipo de conversaciones.
Spammer No Geek: ¿Cómo la activo? Sigo recibiendo correos.
Spammers Borregos: ¡Yo también! ¿Cómo se activa?
Spammer Geek 2: Les mando el procedimiento.
Spammers Borregos: ¡Gracias!
Spammer Veterano: Llevo 15 años en esta empresa y nunca había visto tan poca cultura de correo electrónico.
Spammer más veterano: Yo llevo 20 años y tampoco la había visto
Spammers Borregos: ¡Yo tampoco!
Spammer Experimentado: Sí, pasa una o dos veces al año con algún grupo de usuarios
Spammer Estadístico: Han pasado 4 horas desde que se mandó el primer correo y ya he recibido 326 mensajes de 293 personas. Eso da un promedio 1.36 mensajes por minuto sobre un tema que no le interesa a nadie.
Spammers Borregos: ¡A mí tampoco!
Spammer Ingenuo: Espero que esto ponga fin a esta conversación (mandando a todos a BCC)
Spammer de Acción Retardada: ¡Yo no puedo darte acceso!
Spammers Borregos: ¡Yo tampoco! ¿No lo entienden?
Spammer Host arrepentido: Disculpen por todo el Spam generado. Ya no me incluyan a la herramienta.
Spammers Borregos: ¡A mi tampoco!
Spammer Ignorante: ¿Para qué es esta herramienta? No sé por qué tengo acceso.
Spammers Borregos: ¡Yo tampoco!
Spammer Geek frustrado: No le cambien el subject a la conversación porque vuelvo a recibir los correos que ya había logrado bloquear.
Spammers Borregos: ¡Yo también!
Spammer Disléxico o que no habla inglés: "¡También, mi!"

Y no es que fueran todas las respuestas, pero por espacio y tiempo no las incluyo todas.
Sé que esto hubiera sacado de sus casillas a más de uno, pero yo preferí tener un poco de diversión a raíz de esta situación curiosa. Sobre todo porque se da dentro de una empresa que promueve la productividad a través de sus herramientas. En casa del herrero, azadón de palo.

Así como esta situación hubo otras que resultaron al final cómicas, como el envío de un mensaje indicando equivocadamente que era cumpleaños de un compañero (seguramente recibió más felicitaciones que su homónimo), un desyuno casi frustrado por apagar el celular tratando de no recibir llamadas indeseadas (afortunadamente el pago de mi café matutino me hizo notarlo). Incluso tuve situaciones en que, aún sin poder atenderlas de forma inmediata, lograron resolverse sin mayor intervención.

¿Qué determina que estas situaciones se conviertan en algo divertido en lugar de ser un dolor de cabeza? Aunque aquí podría mencionar varias teorías sobre la forma de ver los problemas, el vaso medio lleno o medio vacío, la actitud y cosas así, creo que, a final de cuentas, es la gente con la que las compartimos. Recibí innumerables bromas sobre los correos de spam, no dejamos de reirnos sobre la situación del compañero y su no-cumpleaños y en realidad disfruté muchísimo el desayuno que por poco me pierdo. Sin temor a equivocarme puedo decir que ninguna de estas situaciones hubieran siginificado nada de no haber sido por la gente con quienes las compartí.

Durante muchos años me dediqué a trabajar arduamente, cumpliendo con mis objetivos, esforzándome por ser el mejor en mi puesto. Muchas veces llegué a considerar que sólo yo podía arreglar ciertas situaciones y que dejarlas en manos de otros sería irresponsable. Lo único que conseguí fue tener menos tiempo para mí y para las cosas que me gustaban (poniendo mentalmente la idea que mi trabajo era lo que yo más disfrutaba). Y no es que no me guste mi trabajo, es sólo que me gusta más el poder compartir mis experiencias con la gente que quiero. Déjenme comentar algo adicional para tratar de explicar lo que pienso.

Siento mucha admiración por la gente que ha puesto mucho esfuerzo tratando de hacerme aprender algo. En especial por varios de los maestros que he tenido a lo largo de mi vida. Tal vez uno de los más importantes lo tuve cuando estudié la carrera y que, en cierta ocasión, nos recomendó una película. "Es una película realmente buena y que, quizás por yo ser maestro, me llegó de forma única, realmente se las recomendo", dijo al frente de toda la clase. "Se llama La Sociedad de los Poetas Muertos", concluyó. Por supuesto, habiendo sido recomendada por una persona admirable para mí, fue la película que decidí ver el siguiente fin de semana. Dentro de la historia que narra la película, había varios personajes que, curiosamente, podían tener la misma edad que yo tenía entonces. Había varias facetas en cada uno de ellos con las que llegué a identificarme, pero en especial hubo un personaje que definitivamente tenía mucho que ver conmigo. Un muchacho sumamente tímido, Todd, que se aventura a seguir a otros en la búsqueda por sentirse parte de algo, en la búsqueda, diría yo, por sentirse vivo. No es mi objetivo contar la trama de la película aquí pero muchas cosas tienen que ver con el tratar de disfrutar y aprovechar cada día que se vive (Carpe Diem), y que Todd entendió perfectamente sabiendo rendir tributo a sus compañeros y a sus maestros.

Hace muchos años que dejé mis estudios formales, pero aún existen muchas personas que siguen siendo maestros para mí día con día. Son todos aquellos que me enseñan a aprovechar y a disfrutar cada situación aunque al principio parezca incómoda o molesta. En esos casos, soy sólo un alumno tímido deseando poder aprender todo lo que ellos se esfuerzan por enseñarme. Puedo parecer, como uno de ellos comenta en su blog, "un alumno de utilería" a veces, que no interviene en el desarrollo de la clase, que se mueve el mismo ritmo de otros, que se ríe en el mismo momento que todos, pero que internamente está aprendiendo, tal vez más que los demás porque me interesa lo que tienen que decir. Por supuesto, llega un momento en que es necesario dejar de ser de "utilería" y convertirse uno mismo en maestro y así rendir tributo a quienes nos han mostrado parte de las vivencias que han tenido.

Escribir este blog es sólo parte de tratar de enseñar algo, aunque sean pequeños detalles. Es tratar de ofrecer respetuosamente un agradecimiento a la gente que me acompaña en mi vida. Tal vez mandándome algún mensaje al celular, haciéndome bromas sobre los correos de spam recibidos, invitándome a reuniones o simplemente compartiendo una plática ocasional. No sé si exista otra cosa que nos haga disfrutar cada actividad que hacemos. Compartirla con amigos es la mía.

martes, 17 de noviembre de 2009

De cuadritos...

Gracias al reciente puente que tuvimos, pude aprovechar para salir con mis hijos y visitar algunos lugares cerca de Querétaro. Debo confesar que una de mis principales preocupaciones antes de nuestra salida era que mis hijos no se aburrieran en la búsqueda de actividades que pudieran llevarlos a despegarse un rato de las consolas de videojuegos (sí, en plural). Tal vez esto suene exagerado, así que para definir mejor la situación real diré que aparte de los videojuegos estaba yo compitiendo también contra el Messenger, YouTube, Facebook, Hi5, series de Animé, series de comedia, ensayos de su banda de Metal, salidas con amigos y, por supuesto, con sus novias. No todo era videojuego, después de todo. Afortunadamente, como padre hay que desarrollar ciertas habilidades de convencimiento con los hijos para usarse en estas situaciones:

Yo: Entonces ¿vamos o no?
Ellos¿Pero a qué?
Yo: Pues a distraearnos, a divertirnos haciendo otras cosas.
Uno de ellosYo no estoy aburrido.
El otro: Yo tampoco
Yo: Bueno, pero para hacer cosas diferentes y no estar todo el fin de semana encerrados.
Uno de ellos: Yo estoy bien así
El otro: Yo también
Yo: Ok, si no vamos cancelo el Internet.
Ellos: ¿Cuándo nos vamos?

Como dice el dicho: Hijo de geek... navega. Claro, ellos saben que si yo quisiera navegar puedo usar mi celular aunque sea un poco más lento (tampoco me iba a dar un tiro en el pie yo solo ¿verdad?). Así que una vez todos convencidos salimos con la idea de estar 2 días conociendo y re-visitando lugares.

Salimos el sábado por la mañana temiendo un poco encontrarnos con todo el tráfico intenso de los puentes, pero para nuestra sorpresa no tuvimos mayor contratiempo. Sólo algunos autos amontonados en las casetas para poder pagar la respectiva cuota. Fuera de eso, sin problemas. Llegamos todavía con buen tiempo para aprovechar el día y empezamos nuestro recorrido pero no sin antes disfrutar de la tradicional comida que puede encontrase en diversos lugares típicos de la región, por supuesto.

Sin importar mucho los lugares que tuvimos oportunidad de visitar, algo que me llama siempre la atención es la tranquilidad con la que se vive fuera de la ciudad. Aunque se ve movimiento por todos lados, la gente siempre tiene tiempo para una pequeña plática, para dar más información, para hacer sentir bienvenido al visitante. Es posible caminar por las calles por las noches sin el temor latente de ser asaltado o algo peor. Los turistas pasan largos ratos tomando fotos de los variados paisajes y construcciones que pueden verse por todos lados. Yo mismo tomo algunas fotos con mi celular y casi de inmediato las comparto en Internet (sí, a veces es algo adictivo mantenerse en contacto). Así recorrimos muchos sitios, en compañía de grupos de amables desconocidos.

Pese a que pueden encontrarse también muchísimos mercados con artesanías, algo que atrajo mi mirada al recorrer uno de ellos fue algo no tan artesanal ni típico. Entre máscaras de madera, utensilios de peltre, tazas y ollas de barro, pude distinguir los colores de un objeto que me resultó familiar. En el tiempo en que se hizo popular en todo el mundo se le llamó Cubo Mágico (al menos en México), aunque más ampliamente se le conoce como Cubo Rubik. Todos lo conocemos: Un cubo cuyas caras son de diferente color (tradicionalmente rojo, anaranjado, azul, blanco, verde y amarillo) y que consta de un mecanismo que permite "revolver" cada pieza que lo forma para combinar sus colores. Obviamente, el objetivo final consiste en volver a armar todo el cubo de suerte que sólo pueda verse un color en cada una de sus caras.





"¡Yo sé armar esos!" intenté presumir ante mis hijos mientras señalaba uno de los varios cubos que estaban a la venta. Los dos se voltearon a ver el uno al otro durante un momento y casi al unísono dijeron "¡Cómo crees! No es cierto". "Sí, de verdad. Aprendí a armarlos de niño", respondí. "¿De niño? ¿Cuántos años tenías cuando aprendiste?", fue su siguiente pregunta. "Iba en 5o. de Primaria", contesté haciendo memoria.

- ¡Primaria! ¿Quién te enseñó?
- Un compañero del salón.
- ¿Otro niño? ¿Y cómo te enseñó?
- Un día al final de clases me estuvo explicando.
- ¿En un sólo día? No te creo.
- Bueno, ese día me enseñó. Al siguiente me ayudó con unas dudas que tuve, pero nada más.
- Ah, entonces no debe ser tan difícil.
- No, no es tan difícil.

No me había dado cuenta del trabajo que costaba creer que yo pudiera armar un Cubo Rubik. Pero bueno, después de recibir tanta motivación y consideración de parte de mis hijos, decidimos que la única forma de probar que una persona como yo podía armarlo era comprando el famoso juguetito. De hecho compramos dos para que les pudiera ir enseñando cada moviemiento en uno mientras ellos mismos lo ponían en práctica en el otro. Debo decir que me sentí un poco presionado porque habían pasado ya muchos años sin haber tenido un cubo de esos en la mano. Intenté no mostrar mi miedo al fracaso y sin pensarlo mucho saqué de su empaque el juguete y comencé a desarmarlo de forma que ninguna cara estuviera completamente de un solo color. Fanfarroneando un poco pregunté "¿qué color elijen?". "¿Color? ¿Qué sólo vas a armar una cara?" preguntaron casi con burla. "¡No! es para ver con qué color comienzo y que vean que no hay truco", respondí. "Azul", dijo el mayor. Y así empecé mi intento por armar la cara de ese color. Me pareció increíble cómo, conforme iba avanzando, recordaba poco a poco los siguiente movimientos. Continué girando el dispositivo varias veces, y al cabo de unos 3 ó 4 minutos dije "¡Ahí está!". Mis hijos voltearon buscando verificar que realmente hubiera podido armar completamente la cara de color azul. "¿Qué?", exclamaron. "¿Todo? ¿Cómo...?", fue su única expresión al ver el cubo completamente armado. De inmediato surgió en ellos la curiosidad de saber cómo lo había logrado. Si alguien como yo podía hacerlo, seguro ellos también.

Fue así que acaparé su atención con los primeros movimientos básicos hasta finalmente mostrarles cómo completar cada color en las diversas situaciones que pueden presentarse. Desde ese momento, los veo con el cubo en la mano, dándole vueltas. Armando y desarmando caras. Tratando de encontrar cómo lo había conseguido yo tan rápido. Por supuesto, no es algo que se domine desde el principio. Algo que no les dije es que en las épocas en que el Cubo era muy popular se organizaban concursos para ver quién lo armaba más rápido; después de varios cubos rotos por frustraciones, innumerables experimentos por colocar las piezas con menos movimientos, aflojando tal vez cientos de dispositivos del cubo por tantas vueltas, yo me había convertido en uno de los más rápidos en su armado. Claro, nunca fui el más rápido. Pero la práctica me llevó a armarlo en poco más de un minuto como tiempo normal. Por increíble que parezca, el día que regresamos a casa fue poco el tiempo en que mis hijos estuvieron conectados en Internet. Y ese poco tiempo que lo hicieron fue para consultar los "tips & tricks" del armado del cubo.

Con esto no quiero decir, ni remotamente, que he cambiado sus intereses o que de alguna forma esté pensando en que armarán miles de veces el Cubo Rubik como lo hice yo alguna época de mi vida. Pero me sentí gratamente emocionado al ver su expresión cada vez que volvía a armarlo. Incluso, una vez armado, formaba nuevas figuras que les arrancaba un "¿Cómo le hiciste?" que me hacía sentir especial. Recuerdo que hace años asociaban a las personas que podían armar el cubo con genios. Hoy sé que no hay nada más falso que eso (¡hasta yo sé armarlo!), pero ocurre algo similar a cuando se logra algo en el día a día, durante el trabajo o en la casa: no importa cuán pequeño nos parezca, puede llegar a impresionar a otros.

Ayer por la noche me di cuenta de que ya era tarde y aun escuchaba a mis hijos despiertos. Fui a ver qué pasaba. Ambos tenían en la mano su cubo y trataban de armar un poco más antes de irse a dormir. "Mañana les enseño otros trucos para armarlo más rápido, pero ya duérmanse", les dije. Y como si hubiéramos hecho algún tipo de trato muy conveniente para ellos contestaron: "¡Sale!". Pusieron el cubo a un lado y se fueron a dormir. Quedé pensativo por algún rato tratando de descifrar lo que hacía tan importante el saber armar el cubo para ellos. ¿Sería el poder ir a presumirlo con sus amigos?, después de todo son adolescentes y viven del reconocimiento y aprobación de los demás. ¿O acaso tiene que ver con el deseo de logro, de ponerse una meta y luchar hasta conseguirla? ¿Podría ser, en un remoto caso, el interés de imitar o adquirir un pasatiempo de su propio padre? Cualquiera que sea el caso, me alegro de saber armar el cubo todavía y poder enseñarle a mis hijos cómo hacerlo. Después de tantos años de haberlo aprendido, hoy me siento orgulloso y deseoso de llegar a casa para seguir maravillándome al ver su rostro cada vez que el cubo se arma. La emoción que veré será cada vez menor, lo sé. Pero mientras dure no dejaré de pensar que fui yo quien la provocó y que todavía puedo impresionar a mis hijos para bien.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Días de Lucha

El día de hoy ha sido particular, en muchos sentidos. He previsto mi salida de casa un poco más temprano de lo habitual por las diversas notificaciones de que hoy sería un día complicado gracias a las numerosas marchas y manifestaciones que habrá en la ciudad.


Como todos los días, me dirijo al lugar donde compro mi café que hoy en especial me hará despertar y olvidarme un poco del frío que siento. El tema de conversación del día son las manifestaciones y si apoyan o no a quienes se manifiestan. Tengo tiempo, así que pido mi café y un panqué para comer allí, tratando también de mantenerme a una temperatura más agradable. Doy un sorbo a mi café disfrutando el calor que va dejando en mi cuerpo. Sin querer, presto atención a lo que discuten dos personas a la distancia. "Es totalmente legítimo que los trabajadores luchen por lo que les quitaron" dice uno. "Bola de huevones. Mejor que se pongan a buscar trabajo donde sí hagan algo. Si a ti o a mí nos corren no vamos a hacer una marcha" fue la respuesta del otro. Y así continuaron los argumentos. Uno defendiendo la "lucha", el otro repudiándola.

Me dirijo a las oficinas del cliente evitando todos los puntos de conflicto por las marchas. Aun así, paso por un lugar donde se han reunido varias personas. Portan algunas mantas con logotipos de su antigua empresa y de su siempre alentador sindicato. No alcanzo a escuchar con claridad lo que dicen a gritos. Sólo puedo pensar en el número de personas que son (no más de 30) y si en realidad tienen la convicción de que algo resolverán en su manifestación. Por supuesto, me alegra haberlos visto donde no bloqueaban el camino por el que me disponía a pasar.

Llego al estacionamiento y en lugar de la típica fila para que los "valet" reciban mi auto me encuentro la entrada totalmente despejada. Entrego las llaves e inmediatamente veo la razón por la cual no hay casi nadie circulando por las calles: Otro grupo manifestándose casi en la entrada de las oficinas de mi cliente. Esta vez sí bloquean la calle pero eso me ayuda a entrar sin tanto problema como en otros días. Pocos han llegado. Incluso adentro del edificio donde ya tengo mi lugar asignado escucho los gritos de los manifestantes. Los pocos que han llegado se asoman por las ventanas como tratando de averiguar algo. Tal vez el número de manifestantes, tal vez la ruta que tomarán, tal vez intentando descifrar todo lo que a gritos expresan.

Poco a poco llega la gente que trabaja en el edificio donde me encuentro. Algunos encontraron problemas en el camino, la mayoría no. Al principio la gente comenta sobre el asunto, pero conforme avanza el día cada quien se dedica a hacer su trabajo. Poco a poco, todo regresa a la normalidad.

Muchas veces, como ahora, he reflexionado un poco acerca de los beneficios que se obtienen al llevar a cabo una marcha. Honestamente no creo que sea mucho lo que se gana, pero al haber tantas manifestaciones y protestas en esta ciudad ya tengo serias dudas al respecto. Mi curiosidad es mucha y estoy considerando seriamente organizar una marcha en el piso 24 del edificio donde está mi empresa. El motivo aun no lo he definido bien, pero no creo que sea importante tanto como la cantidad de gente que puedo reunir. Solo necesito una forma de convencerlos de que me apoyen en mi causa justa (que sigo sin definir). Digo, siempre hay algo de lo que uno pueda quejarse y nos haga gritar con sentimiento "El pueblo unido jamás será vencido" y similares. Por supuesto que tendrían que hacerse algunas modificaciones para que impactara en una empresa de tecnología, como por ejemplo "Los geeks unidos cambiarán el mundo... aunque necesitamos el código fuente" o "Queremos tener una vida normal... pero no tenemos acceso al sitio para descargarla". Claro, no seríamos muchos en el lugar, pero tendríamos una cantidad impresionante de seguidores vía Twitter. Para los más conservadores podríamos crear una sesión remota de Live Meeting y transmitir todo por video que posteriormente publicaríamos en You-tube para difundir nuestros reclamos. Crearíamos una nueva "Causa" en Facebook para que los que quieran puedan unirse y darnos su e-apoyo. El tráfico sería un caos, el tráfico en la red, claro. Actos de rapiña y hackeo contra los que se opongan. Sí, podemos poner a todo el mundo a nuestro favor para conseguir lo que deseamos, todo es cuestión de usar los medios adecuados (DVD es recomendado). Obviamente, tendríamos que tomar nuestras precauciones porque en estos casos los complots están a la orden del día y, con tal de hacer callar nuestra voz, no me extrañaría que se liberara algún nuevo virus tipo AH1N1 v2.3.2 que nuestro sistema inmunológico no lograra detectar y tuviéramos que irnos todos a cuarentena. Y sin embargo, aun si todo saliera en Successful, no sé si eso nos llevaría a un incremento de sueldo o a mejores prestaciones, pero seguro seríamos escuchados (siempre y cuando el puerto en el firewall se encuentre abierto). Y ya en el último de los casos, los que tenemos cuenta en LinkedIn podemos publicar nuestro nuevo estado para verificar oportunidades en otros lados.

Sí, definitivamente creo que la lucha vale la pena, más que la causa en algunos casos. Por eso invito vía este blog a los que, cansados de las manifestaciones en la calle, busquen una forma más civilizada de manifestarse. Seguramente no conseguiremos nada (tampoco los otros lo consiguen) pero al menos formaremos parte de esta nueva forma de hacer valer nuestros derechos reservados. No hay que tener miedo, este blog ha sido revisado contra malware y es totalmente seguro (ok, no es https pero a quién le importa). Olvídense un momento del estrés de la rutina (rutina diaria, no rutina de programación), y si están de acuerdo firmen digitalmente al final de esta entrada (pongan un comentario, pues). La lucha es nuestra y la fuerza es igual a la masa por la aceleración. Así que aprovechemos la masa (porque no creo que haya mucha aceleración) y juntos gritemos al unísono: "I'm a PC!!... ¿y qué?"

sábado, 7 de noviembre de 2009

¿Bueno?

Creo que todos hemos aprendido en algún punto de nuestra educación formal que el modelo básico de comunicación (al menos entre humanos) está formado por varios elementos tales como: Emisor (el que envía el mensaje), el Receptor (el que recibe el mensaje) y el Mensaje en sí. Claro, conforme vamos avanzando en el estudio nos damos cuenta de que existen otros componentes involucrados: el medio o canal de comunicación, posiblemente un codificador, y su correspondiente decodificador. Para complicar aún más las cosas, algunos autores incluyen elementos adicionales como el ruido o interferencia que puede provocar que la comunicación se distorsione o, incluso, que se interrumpa. Y bueno, sólo para no dejar olvidado ninguno, enumeraré la lista de componentes según la recopilación que hago de los apuntes de secundaria de uno de mis hijos: Fuente o Emisor (Remitente), Transmisor, Sistema de Transmisión, Receptor, Destino (Destinatario), Utilización del sistema de transmisión, Implemento de la Interfaz (así dice), Generación de la Señal, Sincronización, Gestión del Intercambio, Detección y corrección de Errores, Control de Flujo (no vienen más datos al respecto, así que no pregunten), Direccionamiento y Retroalimentación. ¿Complicado? Bueno, ojalá todo fuera así de simple.

Hoy en día, la forma más simple de comunicarnos en el trabajo es similar a lo siguiente: Llamada a cliente para confirmar si se conectará a la Conference Call que iniciará en un par de minutos. Nos pone en espera, por lo que podemos tomar la llamada entrante que interrumpe la primera. Es un compañero de trabajo avisando que se conectará vía Communicator a la conferencia telefónica pero un poco más tarde de lo esperado, queda en que enviará un mensaje de texto en cuanto se desocupe para que estemos enterados. Regresamos a la llamada anterior sólo para verificar que seguimos en Espera. Nos conectamos al Messenger y vemos conectado a un amigo con quien no hemos platicado recientemente, abrimos una conversación con él y lo saludamos, quedamos de vernos algún día y nos dice que seguimos en contacto vía Twitter. Lo cual nos recuerda que no hemos actualizado nuestro estado en varios minutos (sí, minutos) así que rápidamente nos conectamos y tecleamos "Esperando a que el cliente me conteste". Nos llega un mensaje de texto avisando que hay un nuevo depósito en nuestra cuenta de nómina, por lo que, sin descuidar la llamada que sigue en espera, hacemos rápidamente una llamada al Banco por Teléfono para hacer una transferencia entre cuentas propias. Justo al finalizar la operación bancaria, el cliente confirma que sí se conectará, así que vía correo enviamos la presentación y otros documentos a todos los participantes para poder comenzar. Todo esto mientras le hacemos señas al limpia-parabrisas para que no se acerque a nuestro carro y nos disponemos a seguir avanzando por el tráfico.

En efecto, la forma que tenemos actualmente para comunicarnos ha cambiado drásticamente si la comparamos a como estábamos acostumbrados no mucho tiempo atrás. Tal vez parezca inverosímil, pero todavía recuerdo cuando los teléfonos eran sólo eso: teléfonos. De hecho, recuerdo perfectamente el primer aparato telefónico que tuve en casa. Por supuesto, era apenas un niño de unos 5 ó 6 años y vivía en un departamento pequeño con mis padres y mis hermanos. Un buen día, ocurrió algo que, entre una de tantas cosas que a esa edad no comprendía, llamó especialmente mi atención: Un empleado de Telmex llamó a nuestra puerta y dijo que venía a hacer la instalación de nuestra nueva línea telefónica. Mis padres lo dejaron pasar y en cuestión de minutos tendió el cable a lo largo de nuestra sala, lo sujetó a la pared con una "pistola de grapas" y finalmente conectó al extremo del cable el tan extraño aparato telefónico color beige. Después de hacer algunas pruebas para verificar el buen funcionamiento de la línea, concluyó: "Listo, está conectado y funcionando". Han pasado muchos años y aún recuerdo la expresión de alegría que pude notar en la cara de mi madre. Era como si hubiera ganado el premio mayor de la lotería. Apenas podía contener la emoción. Recuerdo que le dije: "¡Estás contenta! ¿Por qué? ¿Qué pasa?" Su respuesta fue simple y todavía con una sonrisa en el rostro: "¡Tenemos teléfono!". Por supuesto, no entendía yo la razón de tanta euforia en aquel momento. "¿Qué tiene de especial esto?" pensé. Algunos tal vez no los recuerden pero los teléfonos de ese tiempo tenían algunas diferencias con respecto a los actuales: En lugar de las teclas con números que hoy conocemos, para poder hacer una llamada era necesario girar una disco (generalmente transparente) que tenía 10 agujeros numerados del 1 al 9 y finalmente el cero. Obviamente cada agujero tenía el tamaño adecuado que permitía insertar un dedo señalando el número a marcar, girarlo en sentido de las manecillas del reloj y llevarlo hasta un tope metálico que estaba comúnmente a la derecha del número 1, esperar a que regresara a su posición inicial y posteriormente continuar con esta secuencia por cada uno de los dígitos que componía el número a marcar. Si uno ponía el auricular en su oído al ir "marcando", podía escuchar los característicos "pulsos" que emitía el disco al regresar a su posición original.




Por supuesto, las llamadas en espera, conferencias telefónicas, identificador de llamadas y otras funcionalidades todavía no existían y lo mejor, nadie se quejaba al respecto. El uso que normalmente le dábamos al teléfono era muy básico debido a las "limitantes" que existían: Era fijo, es decir que solamente podía ser utilizado cuando había alguien en casa que pudiera contestar al escuchar el tradicional y común sonido tipo "campanilla" que emitía al recibir una llamada. Pero claro, ya empezaba a evolucionar desde entonces. Era posible consultar la hora exacta usando el teléfono al marcar el entonces famoso 03. Ok. sé que no es gran cosa pero fueron los primeros pasos para darle más funciones al mismo aparato.

Pero más allá del aparato telefónico en sí, su importancia siempre ha radicado en comunicar lo que una persona quiere compartirle a otra. ¿Quién no se ha vuelto un poco más loco esperando la tan ansiada llamada de alguien especial para nosotros? Incluso revisando si el teléfono está bien conectado o asegurándonos de que el celular tiene señal. ¿O quién no ha durado muchos minutos, incluso horas, en una sola llamada, sin querer colgar para seguir conversando con aquella persona tan especial? Y desafortunadamente, ¿quién no ha recibido alguna llamada donde no se reciben más que malas noticias, en ocasiones trágicas?

Hoy existen cientos de formas para comunicarse, pero algo que hace increíblemente indispensable al teléfono actual es que es portátil y la versatilidad que ofrece para comunicarnos prácticamente en cualquier momento, en cualquier lugar. Los usos son variados, desde un simple "hola" hasta las más elaboradas bromas y comunicaciones a veces impensables.

Ayer recibí un mensaje de texto en mi celular de una persona muy querida para mí. Aunque con cierta complejidad porque lo escribió en otro idioma, el mensaje era simple: "Siempre serás mi amigo". Fue aquí cuando comprendí la felicidad que sintió mi madre al saberse dueña de un teléfono. No es el valor del aparato, ni la cantidad de personas que con las que te puedes comunicar usándolo. Es la oportunidad que se abre de que las personas que quieres te hagan saber su cariño aunque no estén junto a ti en ese momento. Y la capacidad de romper la barrera del espacio para poder contestar a la distancia "Sí, lo seré".

domingo, 1 de noviembre de 2009

Lugares olvidados...

Al trabajar en una empresa de tecnología, es difícil pasar por alto que actualmente hay muchas actividades que pueden realizarse eficientemente sin que todos los involucrados tengan que estar forzosamente en el mismo lugar físico. Actividades tales como reuniones, soporte técnico, distribución de documentos, fotos, etc., pueden realizarse fácilmente con herramientas que van desde videoconferencias, sesiones remotas vía Internet, correo electrónico hasta las redes sociales donde es posible transmitir ideas, apoyar causas, jugar y otras suertes antes impensables. Sí, definitivamente, el poder trabajar de manera remota tiene sus ventajas indiscutibles: no hay necesidad de lidiar inútilmente con el tráfico, no hace uno corajes por manifestaciones, plantones, marchas, y sobre todo, es posible aprovechar el tiempo para algunas cuestiones personales. Esto finalmente puede traducirse en lo que muchos llaman "calidad de vida". Hasta aquí creo que la tecnología ha puesto su granito de arena para facilitarnos la vida y dejar en nuestras manos la decisión en cuanto a la forma de utilizar nuestro propio tiempo al ser más eficientes.

Por desgracia, pese a todas las ventajas con las que ahora contamos en nuestro "día a día", todavía siento que el ajetreo de la vida citadina gobierna abrumadoramente nuestro tiempo. La idea de ser cada vez más productivos, más eficientes, más competitivos, provoca que mientras más tiempo libre logremos hacer gracias a algún avance tecnológico, más tiempo queramos dedicar a seguir trabajando y dejamos de lado experiencias que podríamos disfrutar y saborear mucho más. Hay veces que me convenzo de que muchas personas llegan a sentirse culpables si, por haber terminado rápido alguna tarea de su trabajo, "se atreven" a tomarse un tiempo libre para ellos. ¿Qué caso tiene entonces buscar la forma de hacer las cosas más rápido y mejor? ¿Acaso es tener más tiempo... para trabajar más? Absolutamente no. Permítanme platicarles algo que viví el día de ayer para reforzar mi opinión.

Tengo dos hijos que son ya adolescentes y, como tales, están en una época de su vida donde buscan experimentar muchas situaciones que no han tenido la oportunidad de vivir aún. Y aunque como padres debemos orientarlos al respecto, la realidad es que no es tarea fácil estar al tanto de todo lo que hacen ni de cómo lo planean hacer. Bueno, pues algo de lo que no estaba yo enterado es de que mi hijo mayor quedó de verse con su novia en Bellas Artes, y cuando digo Bellas Artes me refiero a que iban a ir a algún cine cerca, no propiamente al Palacio de Bellas Artes. Cuando lo supe, y aclaro que lo supe porque mi hijo me pidió que fuera por él al terminar la película, una de mis primeras reacciones fue mentalmente visualizar el tráfico, los venderores ambulantes, las multitudes yendo y viniendo hacia todos lados. Honestamente pensé "¿Ir al Centro en sábado? ¿A quién se le ocurre? ¿Por qué no buscan un cine más cercano?" A regañadientes acepté pasar por él y quedamos en vernos en el Palacio de Bellas Artes a las 6:30 p.m.

Siempre me he considerado una persona puntual, aunque no soy infalible; pero por esta razón pido, casi exijo, que otras personas lleguen a tiempo cuando quedamos vernos en algún lugar. No sé si sea raro o no, pero quienes menos respetan este hecho son mis propios hijos. Sí, así es. Tal vez por eso no me sorprendió que, al dar exactamente las 6:30 pm en el reloj ubicado a un costado de la Torre Latinoamericana, mi hijo no apareciera todavía por allí. Peor aún, al tratar de localizarlo en su celular no podía hacer más que dejarle un mensaje en su buzón de voz. Al parecer lo traía apagado. Cualquier persona sensata se hubiera preocupado inmediatamente, pero al no ser la primera vez que alguno de mis hijos me deja esperando (sí, soy un papá barco), decidí relajarme e ir a pasear un rato por los alrededores. Giré sobre mi eje y quedé de frente al Palacio de Bellas Artes. Como si fuera originario de otro estado, país o planeta, quedé asombrado al contemplar aquella maravilla. Mi mente viajó tratando de recordar la última vez que había entrado allí. No pude precisar el año o la ocasión, pero definitivamente había pasado mucho tiempo. Así que no lo pensé dos veces: me enfilé hacia la entrada. No estaba seguro si iba a poder entrar tan fácil: ¿Cobrarían la entrada? No creo, no veo taquilla afuera ¿Acaso sería como en ciertos eventos donde compras por anticipado los boletos y tienes que mostrarlos al portero vigilante? Tomé la decisión de ver cómo actuaban otras personas que ingresaban y, sin tener mayor dificultad, en cuestión de segundos estaba yo adentro. Inmediatamente escuché la interpretación a capella de un coro del ITESM que se encontraba cantando frente a las escaleras principales. "¿Podré estar aquí gratis?" pensé. Realmente era asombroso el sonido que se producía en aquel espacio. "No puede ser gratis" volví a pensar. "¿O sí?" Estuve embelesado por varios minutos, incluso tomando fotos de aquellos desconocidos. Después de un rato, y sin saber realmente por qué, voltée hacia arriba. Aquella cúpula que siempre había apreciado desde afuera cientos de veces cobraba una nueva forma al ser vista desde adentro. "Cómo es que nunca la había visto?" me pregunté un tanto molesto. "Llevo toda mi vida trabajando, paseando, viviendo cerca de aquí y me había perdido de todo esto". Visité una exposición sobre la historia del propio Palacio de las Bellas Artes, su inauguración, sus primeras obras, los artistas y personajes políticos que habían estado allí a lo largo de los años. Por supuesto, no pude visitar ninguna sala más ya que vi que la taquilla que no encontré afuera se ecnuentra adentro y no todo es de entrada libre y lo entiendo. Pero hasta la tiendita de recuerdos me pareció interesante: instrumentos musicales en miniatura, rompecabezas de El Greco, muchísimas artesanías conmemorativas del Día de Muertos, etc, etc.




Después de un rato, recibí una llamada de mi hijo. Iba a tardar más porque el papá de su novia los había invitado a comer y claro, ¿cómo le iba a quedar mal? Menos mal que yo también había encontrado una buena forma de pasar el tiempo y la estaba disfrutando mucho. Pero aún pasaría un rato más antes de que mi hijo y yo nos viéramos, así que opté por hacer algo que tenía años, muchísimos años, que no hacía: caminar por la Alameda Central. Con este rollo del cambio de horario, ya estaba totalmente oscuro y la iluminación dentro de la Alameda no es muy buena que digamos. Afortunadamente, los tan (para mí) temidos vendedores ambulantes todavía seguían ofeciendo sus mercancías e iluminaban gran parte del recorrido. A lo lejos escuché unos tambores. No sabía si era un puesto donde vendían CDs de música o si se trataba de algún espectáculo prehispánico a esa hora. Pero sólo había una forma de saberlo. Mientras intentaba llegar al lugar de donde provenía aquel sonido tan particular de tambores, pude percatarme del día que era: Halloween, o para los cuates, Noche de Brujas. No era raro entonces encontrar gente disfrazada por todos lados. No, no sólo niños. Incluso algunos vendedores ambulantes estaban disfrazados. Era eso o no sé distinguir la moda Dark-Gótica. Y si a eso le sumamos la mezcla de tradiciones que ahora tenemos, no faltaban los niños pidiendo su "Calaverita" usando desde pequeñas cajas de cartón hasta elaborados recipientes adornados como si fueran enormes cráneos. Finalmente fui llegando al lugar de donde provenía el sonido de los tambores. Mis sospechas se confirmaron: era una especie de danza prehispánica combinada con un ritual de veneración a los muertos. Me sorprendió lo fastuoso de aquella escena, así que una vez más quedé maravillado y volví a usar mi celular para tomar fotos de todo aquel espectáculo que resultaba tan desconocido para mí. No sé cuánto tiempo pasé así, fueron varios minutos. Hasta que mi cuerpo comenzó a sentir el cada vez más intenso frío de la temporada y decidí ir a buscar un café, o algo lo suficientemente caliente que me hiciera sentir menos entumido. "En algún lado cerca de aquí debe haber un Starbucks" me conforté. Caminé nuevamente hacia la Torre Latinoamericana cuando ví que sobre la calle Madero se había juntado una enorme multitud. Sí, esas que normalmente evito, pero que por una extraña razón decidí seguir en ese momento. Había varios personajes disfrazados, dos de ellos tenían zancos y permitían que la gente se tomara fotos junto a ellos. Sí, nuevamente tomé mi celular y saqué algunas fotos de los curiosos actores.




Sin darme cuenta, llegué frente al Museo de Arte Popular, donde había a esa hora una exposición relativa al Día de Muertos. Claro, las fotografías no podían faltar una vez más. No era muy grande la exposición así que no pasé mucho tiempo en el lugar y me dirigí nuevamente a buscar un café. En eso recordé: "Aquí cerca están los Churros El Moro. También tiene años que no voy y no me caería nada mal un chocolatito caliente". Sin dudarlo, recorrí el trayecto que me separaba de aquel tradicional lugar. Pese a los años que habían pasado, el establecimiento estaba tal y como lo recuerdo. Sin embargo, estaba llenísimo y es uno de esos lugares en donde no te asignan mesa: cada quién tiene que entrar y buscar su mesa. Lo que se traduce en merodear a los que están sentados, ver a quién le falta menos para terminar y, literalmente, arrojarse a su mesa en cuanto se levantan. No, no estoy exagerando. Pero tampoco me iba a quedar con las ganas y opté por pedir churros y chocolate para llevar. Regresé hacia la plaza de Bellas Artes armado con mi delicioso chocolate en mano y saboreando un rico churro de canela. En eso, mi celular sonó. Era mi hijo preguntando desesperado que dónde andaba yo. Como si tuviera que quedarme parado en el mismo lugar durante las horas que él tranquilamente se tardó comiendo.

Lejos de querer discutir el asunto de mi hijo, mi idea es compartir la experiencia de visitar lugares por los que pasamos de forma cotidiana. Dejamos de apreciarlos y sólo pasamos junto a ellos tomándolos como referencia para no perdernos o simplemente para calcular el tiempo que aún nos falta para llegar a nuestra próxima cita de trabajo. Nos llegamos a perder experiencias increíbles por estar preocupados en mantener nuestro alto nivel de productividad.

La tecnología se hizo para facilitarnos la vida, para ahorrar tiempo, para cambiar nuestros esfuerzos. Si gracias a ella logramos obtener unos días, unas horas, unos minutos, no los desperdiciemos buscando más trabajo para cubrir los huecos. Usemos ese tiempo para vivir o revivir experiencias que ningún trabajo nos dará. No hace falta ir muy lejos. Los lugares son muchos y muy variados. Y están allí, cerca de nosotros. Esperando a que nos desocupemos de nuestra cotidianeidad para poder ir a disfrutarlos.