viernes, 23 de abril de 2010

Jornadas vueltas…

Muchos podrán criticar las redes sociales y la forma en que la gente se vuelve adicta a ellas cada vez más frecuentemente. Sí, debo admitir que, más que un gusto, es casi un vicio lo que siento al estar revisando cada cierto tiempo los comentarios en Twitter y los ‘status’, notificaciones y mensajes en Facebook. Y no es que necesite estar pegado a la computadora para hacerlo, uno de los mayores usos que le doy al celular es precisamente consultar estas y otras redes sociales cada vez que puedo. Sin embargo, es justo decir que mucha de la información que uno lee allí no necesariamente es relevante, y en ocasiones pueden resultar hasta contraproducentes las cosas que uno publica. Pero, ante todo, creo que las redes sociales son excelentes medios para mantenernos comunicados con mucha gente. Bueno, a veces con más gente de la que quisiéramos, créanme.

Lo que hoy les quiero platicar tiene que ver justamente con la forma en que, gracias a las redes sociales, hoy podemos compartir (aunque sea virtualmente) estados de ánimo, juegos, regalos, comentarios y, si somos un poco más afortunados, podemos también encontrar a aquellas personas con las que solíamos convivir años atrás y que, por todas las vueltas que da la vida (y por las que la vida nos hace dar), dejamos de frecuentar hasta que llegaron a convertirse en meros recuerdos dentro de nuestra muy olvidadiza mente.

Pero antes de entrar de lleno a este tema, déjenme platicarles un poco sobre cómo empezó toda esta historia, cuando aquello del Internet era algo totalmente desconocido para la mayoría de nosotros y las computadoras sólo las compraban aquellos que podrían haberse considerado los primeros ‘geeks’ que, aburridos de ver películas en su videocasetera Beta Max II, se ponían teclear comandos para crear, editar, guardar e imprimir (en impresoras de matriz de puntos, las de cartucho de cinta) los muy rudimentarios documentos que podían realizarse usando programas como el WordStar, el Chi-Writer, entre otros. Los más aventurados podían manipular una mayor cantidad de datos usando Lotus 1-2-3 y aquellos con más interés se dedicaban a programar en lenguajes de no sé qué generación para hacer que una pelotita (bueno, tal vez era la letra ‘O’ en realidad) rebotara en los bordes de la pantalla monocromática con el típico color verde de sus caracteres. Si con lo anterior no les quedó claro, estoy hablando ya de hace mucho tiempo atrás, casi 20 años antes de escribir este documento en mi laptop que cuenta con red inalámbrica, lector de huella digital, bluetooth y otras tantas características que pocas veces utilizo. En esa época de oscuridad tecnológica personal, mis mayores fuentes de diversión incluían jugar basquetbol y reunirme con un gran grupo de amigos los sábados. Este grupo de amigos del que les hablo era en realidad un grupo que organizaba retiros para jóvenes apoyados por la comunidad religiosa. A estos retiros les llamábamos ’Jornadas’. De hecho, se les sigue conociendo con el mismo nombre todavía (no todo cambia con el paso de los años) y existen cientos, tal vez miles, de grupos que siguen organizándolas. A grandes rasgos, una Jornada se trata básicamente de que los asistentes se conozcan a sí mismos, que conozcan lo que los rodea y que, a final de cuentas, puedan orientar sus valores, virtudes, pasiones hacia un objetivo positivo que permita que otros sigan sus pasos.

Pero después de todo este breviario cultural, filosófico y, sobre todo, histórico antiguo, lo más importante respecto a las Jornadas es la cantidad de personas que se logran conocer en tan poco tiempo. Si de algo me siento afortunado, es de haber podido convivir con muchísima gente en aquella época. Desafortunadamente, y como en muchas ocasiones lo he mencionado, mi memoria no ha sido muy buena últimamente y he llegado a pasar por situaciones bastante embarazosas en las que más de una persona llega a saludarme muy efusivamente argumentando que nos conocimos en las Jornadas, pero en mi mente no logra fijarse ni la más mínima idea del nombre de quien en ese momento casi me está abrazando de alegría al verme. Para mi fortuna, la gente que con la que conviví más tiempo ha quedado de forma imborrable en mi mente (aunque por las situaciones que recuerdo, tal vez a ellos les hubiera resultado más conveniente que no recordara mayores detalles). Por ejemplo, entre las personas que conocí desde el principio de mi aventura en el mundo ‘jornalero’ está Perla. Ella era una chica sumamente tímida (más que yo, incluso) que solía sonrojarse fácilmente ante cualquier broma o comentario un tanto subido de tono. Tenía una dificultad muy grande para hablar en público y, dado que en las Jornadas nos dedicábamos a actuar y a dar pláticas, esto era realmente un problema para ella. Con enorme gusto, pude ver después de algún tiempo cómo “la niña Perlita” (como solíamos decirle) se iba animando poco a poco a dar pláticas venciendo el pavor que le provocaba pararse ante alguna audiencia (que en ocasiones rebasaban el centenar de personas). Ver la evolución de una persona para mí resultaba tremendamente gratificante y hacía que valorara el tiempo que dedicaba a organizar y planear las Jornadas (normalmente tomaba unos 4 ó 5 meses preparar cada una). Una persona que animaba mucho a Perlita era Araceli. Bueno, hablar de Araceli me llena la mente de muchos recuerdos. El primero de ellos que me viene a la memoria fue cuando la vi por primera vez. Yo era asistente (o sea “primerizo” en Jornadas) y ella era auxiliar (o sea… bueno, ya llevaba más tiempo allí), estábamos en la hora de la cena y ella estaba tocando la guitarra y cantando algunas canciones. Me llamó la atención que supiera tocar la guitarra pero también su hermosísima voz, que no era lo único atractivo en ella. Lo siguiente que noté fue su florido vocabulario y su risa contagiosa. Tenía siempre una plática alegre y era feliz “pintándole huevos” a quien se pusiera enfrente. Quienes la conocen saben que no miento al respecto. Quienes no la conocen podrán darse cuenta, por el tipo de comentarios que estoy haciendo sobre ella, que fue para mí una gran amiga y, por algún tiempo, una novia muy querida. Araceli tenía dos hermanos, uno mayor (Ramón) y uno menor (Javier). Los tres formaban el grupo de hermanos más alegres de que tenga yo memoria y todos formaban parte del grupo de Jornadas al que yo pertenecía.

Alguien a quien no puedo dejar de mencionar es a Luis Rey. Luis Rey era estudiante de medicina en ese entonces y no sabía distinguir los beneficios del alcohol de 96 grados contra los del merthiolate. Dada la impresión de ser un chavo tímido y serio, hasta que lo conocíamos un poco más. Era un verdadero desmadre. Eso sí, daba las mejores pláticas que jamás he escuchado. Su frase favorita al echar relajo era “te voy a hacer el amor”. Obviamente, cuando decía “Perlita, te voy a hacer el amor”, Perlita salía corriendo completamente roja de la pena ante semejante amenaza. A Luis Rey le gustaba jugar con los muñecos “Ziggy” tomándolos de brazos y piernas para simular que saltaban de un trampolín, lo que resultaba tierno para las chicas que observaban el acto, hasta que Luis Rey comenzaba a propinarle al Ziggy tremendas cachetadas que provocaba que todas quisieran arrebatarle el querido muñeco. Después de algún tiempo, se unió al grupo Esmeralda, que es hermana de Perla. Por diversas asociaciones y juegos de palabras con el nombre de Perla, a Esmeralda le llamábamos Ostrita. Ya saben, la Perla y la Ostra que… bueno, hoy no me parece tan gracioso, pero en ese entonces resultaba casi un chiste y de allí el sobrenombre de Esme. Ostrita siempre estaba bromeando con todos y riendo. Recuerdo que solía gritarme durante las comidas de las Jornadas cosas como “Julito, ¿verdad que me quieres mucho?”, a lo que yo, invariablemente, contestaba gritando “Ostrita, ya sabes que no”. Esto provocaba risa en ella y en todos los que nos escuchaban. La verdad es que la quería mucho y la sigo queriendo hasta hoy.

También podíamos encontrar dentro del grupo a verdaderos aficionados del deporte. De hecho, al que hasta hoy considero el fanático número uno del América y de los Acereros es Ricardo, que participó también en nuestro grupo. A Ricardo lo podían tratar de molestar haciendo alusión a su físico (era el más flaco del grupo, según creo) pero nada lo podía alterar más que una derrota del América (y no necesitaba ser contra las Chivas). Narraba partidos de futbol imaginarios de forma magistral y con tanta naturalidad que todos sabíamos que la mejor forma de ser feliz en su vida era dedicándose a algo relacionado con la locución, la crítica y el deporte. Personaje siempre bromista, risueño y parlanchín contagiaba una curiosa alegría simplemente por platicar unos segundos con él. Otra persona de la que ya hablé en alguna entrada anterior es Nayeli. Nayeli siempre llamaba mi atención por su simpatía y eterna sonrisa. Es una persona increíblemente creativa y amante de la naturaleza. Tenía una letra tan bonita que era fácil descubrirla cuando jugábamos al “amigo secreto” y porque sus cartas siempre estaban llenas de dibujitos que la delataban inevitablemente. En ese entonces estudiaba Biología y actualmente trabaja en un complejo ecológico que he tenido oportunidad de visitar en varias ocasiones. Y alguien que definitivamente nadie podría olvidar después de haberlo conocido es Gabriel, mejor conocido como ‘Lewó’ en Jornadas. Lewó era el nivel siguiente del desmadre inagotable. Comentarios, sarcasmo, bromas, poses, gestos, cartas, dibujos. Todo le daba una personalidad única que combinaba con una lealtad enorme hacia sus amigos. Aparte del diseño gráfico, era un estudioso de idiomas y en ese entonces su favorito era el francés, gracias a lo cual lo descubrí alguna vez en el juego del “amigo secreto” porque se refería a mí como “Julito avec C” (Julito con C), y a lo que una compañera ingenuamente preguntó “¿Julito con C? ¿Julitoc?”. Eso dio origen a uno de mis apodos de ese entonces: Julitoc.

Podría pasarme horas y horas platicando sobre la gente que conocí entonces pero para no hacer más cansado este relato y seguir adelante, sólo me permitiré mencionar a otras personas que también recuerdo con enorme cariño y que no porque no escriba más de ellas significa que no las aprecie de la misma forma. Así puedo mencionar a Norma Peregrina, La Pidos, La Pelos, Hugo, Claudia Shanaz, Luis Ramón, Paty, Arturo, Angélica, Héctor, Pedro, David, Martha, El Madas, Bere, Andrés, Tania, Dagmara, Claudia, Noé, Oscar, Nishi, Andrea, Kika, Ivonne, Cacho, etc, etc. Sé que hay muchos, muchos más y les ofrezco de antemano una disculpa por la omisión en este documento, pero mi memoria es más traicionera cuanto más trato de obtener de ella.

Pero como siempre pasa, tarde o temprano en nuestra vida, llegamos a un punto en que por alguna decisión personal, profesional, espiritual o de otras índoles, debemos dar la espalda a todo aquello que hemos obtenido, a todas aquellas personas que hemos querido y optamos por tomar caminos diferentes a los que hemos recorrido hasta entonces. Es así que, por circunstancias que prefiero no detallar ahora, tuve que dedicarme a otros asuntos y, al cabo de no mucho tiempo, le perdí la pista a la gran mayoría de las personas con las que había convivido tantos años. Por supuesto que conocí más gente, tuve nuevas experiencias que viví y, tal vez, disfruté. Pero hay una relación indescriptible con aquellas personas con las que se “vivían” las Jornadas allá “arriba”. Palabras tan simples como “cinito”, “Jederman”, “un alto” conllevan mucho más significado que las propias palabras para nosotros. Por eso, conforme fueron pasando los años, nunca he podido arrancarme la nostalgia que siento al recordar aquellos tiempos. Siempre preguntándome qué habrá sido de cada uno, qué caminos habrán tomado. ¿Serán felices ahora? ¿Habrán triunfado? ¿Cómo serán físicamente en la actualidad? ¿Me recordarían si me vieran? ¿Recordarían las pláticas que dí y las que ellos mismo dieron? ¿Dónde vivirán? Por supuesto que sería ingenuo el siquiera suponer que puedo encontrar respuesta a cada pregunta para cada persona que recuerdo, pero al menos nunca perdí la esperanza de volver a saber de algunos. Sin embargo, pasaron años y años, y era muy esporádico el contacto que tenía con alguno de ellos. Llegué a pensar muchas veces que no volvería a saber de ellos y que mi mejor oportunidad consistía en mantener vivos mis recuerdos mediante alguna foto, alguna carta, algún detalle encontrado en otras personas. Sobra decir que esto me amargaba lentamente conforme el tiempo pasaba. Me dediqué, pues, al trabajo, a la familia. Y como en ninguno de estos dos aspectos he conseguido ser medianamente bueno como quisiera, siempre me aturdía la sensación de haberme considerado bueno actuando y dando pláticas en las Jornadas. De cualquier forma, mi esfuerzo no ha sido poco con respecto a mis nuevas ocupaciones, pese a que muchos dirían lo contrario.

Como creo que a todos los que hemos incursionado en el terreno de las redes sociales nos pasa, un día recibí la invitación de alguien más para unirme a alguna de ellas. Sin mucho ánimo, decidí crear una cuenta y ver qué podía haber allí. De inicio todo era confuso. ¿Qué se supone que debe hacer uno dentro de una red social? ¿Debo incluir a toda la gente que me solicitar ser su “amigo”? ¿Debo hacer algo más que entrar y ver qué hay? ¿Cada cuánto es recomendable actualizar mi ‘status’? ¿Debo esperar que alguien me contacte? ¿Quién puede leer lo que escribo? ¿Microblogging? ¿Tags?

Está bien, no vayamos tan deprisa. La principal función de la red social es comunicar y mantener el contacto con otros. Pero quizás de las partes más interesantes es la conexión de amistades que se dan entre las personas. Una de ellas te puede llevar a otras y a otras a su vez. Así, de forma paulatina, es posible ir hilando y conectando puntos hasta llegar a alguien cuyo rostro no has visto en muchos años. Bueno, tal vez el rostro que vemos ahora no es el mismo que conocimos pero definitivamente sabemos que es la misma persona. De forma por demás increíble, logré en unos meses contactar a personas que durante años había pensado que no volvería a ver.

En un principio me encontré con Nayeli y tuve la oportunidad de verla ya en varias ocasiones (ver Por los árboles morados para más detalles). Luego encontré a Perlita y a Esmeralda. Poco a poco fueron apareciendo Lewó, Ricardo, Nishi, Cacho, etc. Aún con todo esto, no había podido realizarse una reunión más grande (aunque en la fiesta de cumpleaños de Nayeli encontré a Oscar y a Benjamín). Siempre pensé que coordinar agendas podría resultar más fácil cuando nos encontráramos en las redes sociales. Pero los compromisos nuevos, las nuevas actividades e inclusos las nuevas residencias hacen complicada cualquier reunión de más de 3 personas.

Teniendo en cuenta esto, me sorprendí gratamente la semana pasada al recibir un mensaje de Perlita. Me estaba invitando a una reunión con Esmeralda, Ricardo y Javier. El lugar me quedaba un poco lejos, el horario era ya bastante tardecito, estaba yo en medio de un proyecto muy importante en el trabajo, y terriblemente cansado. Muchos factores parecían juntarse para evitar que me les uniera. ¿Pero no era acaso lo que siempre había estado deseando? ¿Saber cómo estaban? ¿Cómo les había ido? Quién sabe cuándo volvería a darse otra oportunidad de verlos. Haciendo el cansancio a un lado, ignorando el hecho de saber que el Periférico estaba cerrado a esas horas, me decidí a alcanzarlos y a pasar un rato agradable y divertido. Creo que ya pasaba de medianoche cuando llegué a donde quedamos de vernos.

Mi primera preocupación fue encontrarlos en el lugar, que estaba lo suficientemente oscuro como para tener que acercarme bastante a cada mesa para reconocer a los que estaban sentados. Había visto a Perlita una semana antes, por lo que tenía, al menos, un rostro bien ubicado para hacer mi búsqueda, pero desconocía como lucirían los demás. Aceptémoslo, las fotos que se publican en Facebook no son necesariamente las más recientes. Fui así, recorriendo varias mesas en el lugar. De repente, me asaltó una duda más: En caso de que no sea Perlita la que me vea, ¿me reconocerían los demás?. No pasó mucho tiempo cuando, al acercarme a una mesa colocada justo en una de las esquinas, reconocí a Esmeralda. Por su expresión sonriente fija en mí me di cuenta de que, afortunadamente, me reconocía. Uno a uno fueron volteando los demás para verme y, como en una reacción en cadena, una sonrisa sincera se dibujó en sus rostros. El mismo efecto me alcanzó a mí. Nos abrazamos y comenzamos a platicar. Debo comentar que en el lugar tocaba una banda muy buena. La música era increíble pero, al mismo tiempo, nos impedía platicar como hubiéramos querido, por lo que teníamos que esperar los espacios entre canción y canción para poder decir algo. Aún así, la experiencia resultó mejor de lo que esperaba. Fue una de las mejores reuniones que he tenido por la gente que allí reencontré. Tal vez no platicamos mucho. Eso no importa. Nos vimos, nos abrazamos, nos re-unimos. Quedamos en vernos en un lugar más tranquilo para platicar próximamente. Estoy más que emocionado de volver a verlos a ellos y a todos los que podamos reunir.

Es muy probable que esa siguiente reunión no sea tan pronto como pudiéramos desear. No es fácil hacer coincidir a tanta gente con horarios y actividades tan distintas que, aparte, vivimos distribuidos a lo largo y ancho del área metropolitana. Pero mientras esa reunión logra darse, mientras las agendas encuentran finalmente el punto de coincidencia común, seguimos bromeando, apoyándonos, riendo, llorando… todo, a través de la herramienta que nos unió y nos hizo encontrarnos en la realidad: una red social.

jueves, 1 de abril de 2010

TechReady 10

Antes de iniciar en forma con este relato, debo poner en antecedente que no me está permitido publicar nada relacionado al contenido del TechReady aunque sí del propio evento. Por lo que, para aquellos que al mirar el título en primera instancia hayan pensado en llamar a cualquier representante de algún movimiento tipo Santa Inquisición, no se preocupen; pueden colgar tranquilamente sus celulares dado que mi intención es platicar de la experiencia vivida sin entrar en detalles técnicos de alguna plática… pero mejor no se confíen y lean hasta el final para cerciorarse.

La semana pasada se llevó a cabo en Seattle, WA la décima edición de una serie de conferencias a la que se le denomina TechReady. Debo decir que el evento de este año fue, por mucho, diferente a cualquier otro de años anteriores. Para empezar, el número de asistentes se redujo notablemente. Sin entrar en muchos detalles, sólo diré que fui uno de los dos afortunados de mi equipo que logramos “librar” los recortes que hubo en el grupo originalmente seleccionado para ir. No puedo decir que el evento haya lucido apagado o con poca gente: con recortes y todo éramos un mundo de gente caminando entre los diversos escenarios donde se impartían las pláticas. Sí, dije “caminando”. A diferencia de otros años en que teníamos que ir arrastrando los pies, hombro con hombro, cabeza con cabeza, espalda con… bueno, muy amontonados, esta vez realmente se podía caminar tranquilamente a cualquier punto que fuera necesario ir. Otra diferencia notoria en este evento fue la fecha. Normalmente debía haberse realizado durante el mes de febrero, pero por razones desconocidas esta vez fue a finales de marzo. Y menciono la palabra “desconocidas” porque el hecho de que las Olimpiadas de Vancouver se llevaran a cabo en febrero no hubiera supuesto que alguien hubiera querido escaparse para ir a verlas ¿verdad? ¿Quién estaría dispuesto a hacer semejante incoherencia? Ante todo está el compromiso con el TechReady ¿no?. Dejémoslo en que fueron razones desconocidas. Este cambio de fecha trajo consigo el poder disfrutar de un clima más agradable. Y cuando digo agradable hay que recordar una cosa: en Seattle el clima sólo mejora para que el meteorólogo de las noticias conserve la chamba diciendo algo diferente a “va a llover ligeramente durante todo el día y hará un frío de la fregada”. Bueno, esta vez no llovió durante todo el día (sólo a ratitos en los primeros días) y el frío no fue tan crítico como uno normalmente espera.

Algo a resaltar respecto a la gente de Seattle es que, en general, son muy amables. “Demasiado amables”, diría un compañero inglés durante una cena en un evento anterior. En México, uno normalmente no esperaría que la mesera de algún buen restaurante entable una charla amena y desinteresada con los comensales. Por eso, el que una de ellas se hubiera mostrado muy amable e interesada en nosotros durante nuestra primera cena, y que incluso nos hubiera ofrecido un par de postres ‘on the house’ hizo pensar a más de uno que “algo quería” conmigo. Pero no, es simplemente que la gente en Seattle tiene un estándar de servicio más alto que el nuestro. O al menos eso tengo que pensar porque no encontré su número telefónico bajo ningún plato después de la cena. Fue una situación muy divertida.

El evento comenzó sin mayor diferencia a otros. Desayuno y sesión general por la mañana, sesiones de diversos tipos durante el resto del día con un espacio para el almuerzo a mediodía. Recorridos por el centro de convenciones tratando de encontrar la plática adecuada o, al menos, la que sonara más interesante “en el papel”. Al respecto me gustaría decir algo. El título de una plática no necesariamente representa lo que escuchará uno durante la sesión. Por eso, es común escuchar comentarios como “no era lo que esperaba” o “entré sólo porque el salón que había elegido originalmente estaba lleno y resultó ser una de las mejores pláticas del evento”. De aquí permítanme expresar mi opinión con respecto a los títulos de las conferencias. Aquel expositor que siente pasión por la plática que dará se esforzará por hacerlo notar en el título con el que la bautiza. De eso me convencí cuando entré a una plática simplemente porque su título era poco convencional. Al estar allí, en la plática, pude ver a una persona menuda, de lentes, ya algo entrado en años, que hablaba con tanta energía, fuerza, pasión y entrega (estuve tentado a usar la palabra amor) sobre su producto que no hubo un rato en que pudiera apartar mi mente del salón. Salí queriendo instalar la última versión del producto cuando nunca antes había instalado una versión anterior. Y claro, el producto es bueno, como muchos, pero fue su presentador quien realmente me movió a tomar la decisión de su adopción.

Otras pláticas resultaron reveladoras también aunque en otro sentido. Durante una sesión en que algunos líderes de mi área abrieron los micrófonos para pedir retroalimentación con respecto a ciertas iniciativas, ocurrió algo increíble (casi aterrador). Imagínense el cuadro: un grupo como de diez personas sentadas en el escenario sonriendo al principio, casi desafiando si alguien podía dar feedback interesante; en la audiencia, miles de personas que contaban con 3 micrófonos para hacer sus comentarios. No entraré en detalles sobre los propios comentarios pero cada vez que alguien daba el feedback solicitado, invariablemente se escuchaba el aplauso y las exclamaciones de apoyo del resto de los integrantes de la audiencia. Rostros pálidos, ojos muy abiertos, sorpresa, miedo, era parte de lo que podía verse en cada uno de los integrantes del equipo de líderes que estaban al frente. La respuesta para muchos comentarios fue similar: nosotros pensábamos que esa iniciativa era un éxito, es lo que nos indican nuestros direct reports, no sabíamos de todos estos problemas. Tratando de ver el asunto desde el lado positivo, qué bueno que exista la posibilidad de dar retroalimentación directa al equipo de líderes. Pero por otro lado, ¿por qué la retroalimentación que ya se había dado a los mandos medios no subió hacia los líderes? ¿Será que en algún punto todo se detiene porque es mejor proyectar un resultado positivo ante una iniciativa? No lo sé, se me ocurren varias respuestas pero no viene al caso debatirlas ahora. Además, supongo que eso pasa en todas las empresas… ¿o no?

Pero pasando a cosas más agradables, la vida nocturna durante el TechReady fue increíble. No necesariamente multitudinaria, pero definitivamente divertida. Cena para la comunidad latina a la que asistireron pocas personas pero que estuvo enmarcada de humor, albures, picardía, risas y bebida. Cenas con los amigos durante las noches que se nos permitía elegir el lugar acompañadas de buenas pláticas, anécdotas, burlas y deliciosa comida. Una noche tuve la fortuna de cenar junto con compañeros de otros países y escuchar anécdotas tan lejanas pero tan similares a las nuestras llenas de humor y optimismo aunque nunca con la picardía latina, y sin embargo, muy divertidas también. Pero la noche que en lo personal me gustó más fue la de la fiesta de asistentes, donde había diferentes tipos de música en cada salón que iba uno recorriendo, diferentes tipos de comida, juegos y diversión. Pero el ingrediente que hizo esa noche especial fue encontrar la sala “mexicana” animada por un mariachi. Ya se imaginarán: cantos, bailes, risas, gritos silbidos. Una fiesta mexicana en Seattle. La comida y la bebida no fueron exactamente mexicanas pero no importó mucho, el ambiente lo era. Aun durante los momentos en que el mariachi iba a descansar seguían escuchándose cantos mexicanos a capella en alguna mesa apartada, tal vez motivados por las cervezas, tal vez no. Invariablemente, las noches formaron una parte especial del evento al grado de terminarlo con muy pocas horas de descanso efectivo. Pero eso no importó. Sabíamos que la próxima vez que tuviéramos la oportunidad de estar en este evento podía ser muy lejana en el tiempo, así que había que disfrutarla al máximo, y lo hicimos.

Algo que no deja de sorprenderme nunca es la cantidad de personas que uno conoce en Seattle, no sólo de otros países sino también de México. Este año no fue la excepción en ese sentido y conocí a varias personas que trabajan en mi misma subsidiaria y a los que nunca antes había visto. Pero también tuve la oportunidad de conocer a gente de Alemania, África, Bélgica, Argentina, República Dominicana, entre otros. El conocer otras culturas, otras formas de hacer las cosas, otras costumbres, gestos, ademanes, vestuarios, rasgos, miradas, todo forma parte de una experiencia sumamente enriquecedora para quien puede ser parte de ella.

 

Me llevo muchas cosas del Techready: alegría, noches interminables, pláticas amenas, risas, esperanza, pasión, cantos. Tantos y tantos recuerdos que me es imposible expresarlos adecuadamente aquí pero que ahora forman parte de mi ser. Me siento orgulloso de haber podido disfrutar tantas cosas en tan poco tiempo y espero con ansias una nueva oportunidad de asistir y volverme a sorprender tan gratamente. Por si esto lo ve alguno de mis jefes, debo mencionar que las sesiones a las que asistí fueron muy productivas también y que haré lo posible para llevar lo aprendido a mis clientes y cumplir con mis commitments.

 

¡¡Hasta el próximo TechReady!!