sábado, 20 de noviembre de 2010

Lo que enseñan los niños…

Durante mucho o poco tiempo, todos hemos tenido la oportunidad de mirar en perspectiva el comportamiento infantil. Algunos quizás se las hayan arreglado distrayendo y cuidando a pequeños hermanitos, otros tal vez hayan tenido la oportunidad de jugar con sobrinitos, primos o algún otro familiar más o menos lejano, algunos más posiblemente hayan experimentado la fortuna de tener sus propios hijos y disfrutar diariamente de sus increíbles aventuras. Traviesos, inquietos, curiosos, gritones, tiernos, alegres, los niños siempre nos brindan la oportunidad de observar a alguien en constante aprendizaje… a nosotros mismos. Sí, es cierto que los niños aprenden cosas nuevas todos los días de los adultos pero las lecciones que ellos nos dan son invaluables. He aquí unos ejemplos:

Igualdad.


Los niños no distinguen clases sociales ni situaciones económicas… siempre pedirán juguetes, regalos, ropa, discos y cualquier chuchería como si fuéramos los hombres más ricos del planeta.

Apoyo colectivo.


Sin importar lo bello, vistoso y encantador de sus juguetes, siempre desearán aquel que tiene el niño de al lado… y lucharán a muerte por obtenerlo (todo sea por el bien común).

Amor al arte.


Entre mayor sea la atención que los padres pongan a sus berrinches, mayor será el desarrollo histriónico y teatral que tendrá el niño (y se encargará que su pasión por el drama sea destacado en toda la sociedad).

Unión familiar.


Si bien entre semana es un verdadero sufrimiento hacerlos que se levanten temprano para que desayunen y vayan a la escuela, los sábados y domingos no faltan sus gritos madrugadores y visitas en la cama de los padres haciéndoles saber lo mucho que les gustaría jugar con ellos en esos momentos tan especiales.

Comunicación.


No importa cuánto se las ingenien los padres por mantener el celular resguardado y fuera del alcance de los niños, éstos siempre encontrarán la forma de hacerle saber a todos los contactos que han logrado apoderarse de él.

Reciclaje.


Aprovechando las ventajas de aquellos sillones, sillas y otros muebles que permiten que pequeños trozos de comida queden atrapados en algunas de sus esquinas o compartimientos, los niños nos enseñan que nunca es tarde para que aquellos dulces, palomitas o pedazos de fruta, logren cumplir la función para la que fueron creados. Y si el desagradable sabor fuera un inconveniente, siempre existe la posibilidad de regresarlos a su escondite… hasta la siguiente vez.

Concentración.


Basta con que aparezca en la tele su programa favorito (y aunque no sea su favorito, es más, pueden ser los comerciales) para que podamos apreciar la enorme atención que un niño puede poner cuando se lo propone. Esos momentos son suyos, son privados, no los distraigan, pueden provocar algún tipo de déficit de atención.

Individualidad.


Los juguetes, dulces, accesorios y cualquier otro artículo que pudiera ser compartido… es SUYO. No es del dominio público ni está en red para quererlo compartir. Es totalmente individual. A compartir en Facebook.

Ciencia.


¿Saben qué resulta de combinar refresco, papel de baño, jabón, crayolas, yogur, pegamento, sal de uvas, pelo de animal (y eso que no hay mascotas) y aceite para bebé? ¿No? ¡Ellos pueden orientarlos en cualquier momento! Y si por alguna extraña razón ellos no lo hubieran descubierto aún, no se preocupen, mientras ustedes leen esto y yo lo escribo… ¡¡Niños, qué están haciendo con todo eso!!

Sinceridad.


Nada como escuchar la verdad directa de la gente que amamos… ¿o no? "¿Por qué tienes tantas canas, papá?", "No me gusta la comida que haces, mamá", "Jajaja… ¡se te ve la panza!"

Sencillez.


Juguete ultramoderno, última versión del videojuego, ropa de vanguardia, discos y afiches de su artista favorito: un dineral. Que se pasen horas jugando con una caja de cartón: ¡no tiene precio!

Orden.


Mientras más te esfuerces por alzar todo el tiradero que ellos han dejado por toda la casa, te darás cuenta que ellos vienen atrás de ti… dejando todo justo como lo habían dejado.

Constancia.


No importa cuántos libros de cuentos hayas conseguido para leerles en la noche. Siempre querrán escuchar de tus labios aquel que puedes repetir ya de memoria.

Podría pasarme horas describiendo todas y cada una de las cosas que a diario aprendemos y disfrutamos de los niños, pero me doy cuenta que nunca acabaría. Tal vez de las que me parecen mejores es que el amor de un niño es más grande que su memoria. Sin importar cuánto hubieran llorado por un regaño o cuán largo hubiera sido el último de sus berrinches, al final, mientras se acerca la noche y el sueño comienza a hacerlos su presa, siempre podrás escucharlos decir "Te quiero".

Para quienes creen que esto sólo les pasa a ellos, no se preocupen: Estamos juntos en esto. ¿Cierto…? ¿Hola…? ¿Hay alguien allí…?

Hasta la próxima anécdota.