lunes, 30 de mayo de 2011

Ese beso…

El día que Ella apareció fue especialmente difícil para mí. Podría enumerar todas y cada una de las inconveniencias que viví, pero creo que basta mencionar que estaba yo muriendo. Debo admitir que, cuando la vi acercarse, supuse que Ella también quería lastimarme. Y uso el "también" no porque yo quisiera lastimarla a Ella, sino porque otros compañeros suyos me habían propinado ya mucho sufrimiento a mí. Era gracias a ellos que yo agonizaba en esos momentos. Al principio traté de repeler su compañía pero no tenía ya fuerzas con qué luchar, ni motivos para hacerlo. Me encontraba yo tendido en una banqueta, golpeado, maltratado, abatido. Mis ojos deseaban, a manera de consuelo, expulsar alguna lágrima que desahogara mis lamentos. Pero ni para eso alcanzaban mis fuerzas ya. Ella se acercó y con cara de desesperación revisó mis heridas, mis golpes, mis fracturas. Las lágrimas que no podía yo producir las derramó ella en abundancia. No entendí sus palabras, hablaba siempre en un idioma incomprensible para mí, pero sus gestos, sus caricias en mi cabeza, su mirada, me indicaron que, a diferencia de los otros, Ella intentaba ayudarme. Cerré involuntariamente mis ojos y el dolor cesó.

La siguiente vez que mis ojos pudieron abrirse por sí mismos yacía yo en una especie de cama pequeña. La habitación que me albergaba lucía blanca y brillante todo el tiempo, tan brillante que su propia luz lastimaba mis pupilas. Todo parecía poco nítido ante mí, pero para mi sorpresa, una lágrima corrió en cada ojo al tratar de combatir la luz y eso fue suficiente para aclarar mi visión. Estaba solo. No sabía cómo había llegado a aquel lugar ni por cuánto tiempo había estado en él. Lo único que sabía es que no estaba muerto. Y no lo sabía porque fuera yo catador de sensaciones de ultratumba, sino porque conocía perfectamente las sensaciones terrenales: tenía hambre. Hambre y dolor, los únicos indicadores de mi supervivencia. Así estuve un buen rato, inmóvil, pero vivo. Hambriento, pero vivo. Dolorido, pero vivo. Tal vez lo único que no me resultaba tan normal era la parte de la inmovilidad. Pero entonces Ella volvió a aparecer e, instintivamente, todos aquellos síntomas desaparecieron (quizás sólo se hicieron imperceptibles para mí). Comencé a moverme tratando de incorporarme pero ella me detuvo. Aunque no entendí una sola palabra de las muchas que pronunció, entendí que ella no quería que me levantara, sino, por el contrario, deseaba que me quedara recostado. Así lo hice. Yo intenté hablarle, agradecerle, pero de mi boca emanó sólo un fuerte silbido. Estaba muy débil aún. La máxima movilidad me la daba mi visión, que lentamente recorrió mi cuerpo, mostrándome todos aquellos vendajes y tablillas que mantenían rígida cada parte que antes podía flexionar. Ella siguió hablando y hablando, segura de que yo la entendía y, sin embargo, no esperaba mi respuesta. Acarició suavemente mi cabeza y en mis ojos debió haber notado algo porque los suyos se abrieron grandes repentinamente. Salió corriendo de la habitación y, en aquel lenguaje extranjero para mí, pronunció a gritos algunas palabras. No pasó mucho tiempo cuando regresó en compañía de un hombre alto y fornido, quien, con poca delicadeza, revisó mi cara, mis ojos, mis extremidades. Sentí en mi pecho el frío desprendido del aparato que Él colocó para escuchar mis latidos, mi respiración, mis suspiros, quizás mis delirios. En mi costado izquierdo sentí calor, que se tornaba frío inmediatamente. Una especie de líquido comenzó a emerger casi a borbotones. Los tres miramos con ojos enormes, sólo ellos dos hablaban, yo quería gritar. Sentí un pinchazo en la pierna que no me inmutó en lo más mínimo, pero mis ojos desistieron en su esfuerzo de mantenerse abiertos. Otra vez, el dolor cesó.

Fueron varios días de sufrimiento, no sólo para mí: Ella mostraba también un nivel considerable de dolor en su rostro. Un rostro que no se hacía menos bello cuando se llenaba de lágrimas pero que, cuando sonreía, podía iluminar aún más la habitación, el mundo entero. Poco a poco, recuperé la movilidad y comencé a caminar nuevamente. Por supuesto, Ella me acompañó a cada nuevo paso. Incluso comer fue un nuevo aprendizaje para mí. Después de tanto tiempo de sólo ingerir líquidos, aquellos primeros trozos de comida (no sé qué eran) me supieron a gloria. Mi voz cambió, al menos esa impresión me daba al principio, mi propia apariencia se transformó. En algunas épocas, había sido grande y robusto, ahora me sentía pequeño, débil, insignificante. Claro, así me sentía, pero supongo que ésa era la imagen que reflejaba hacia los demás. Y, sin embargo, a los ojos de Ella era yo hermoso, fuerte, triunfador. Claro, no lo decía (al menos yo no lo entendía) pero ésa era la imagen que Ella reflejaba hacia mí. Mientras más me reponía Ella sonreía más y yo me sentía orgulloso de provocar aquella reacción. Feliz. Orgulloso y feliz.

Pero también, mientras me recuperaba, encontraba yo en sus ojos cierta melancolía, algunas gotas de tristeza. No importaba cuánto pudiera yo moverme, gritar, saltar, Ella siempre reía pero, al final, su sonrisa desaparecía sin dejar de mirarme. Era como si supiera que algo estaba por suceder y no pudiera hacer nada al respecto. Yo no sabía nada. Vivía feliz en mi desconocimiento, en mi ignorancia, en sus momentos de innegable felicidad. Quizás su sonrisa llegaba a apagarse por las discusiones que, cada vez más frecuentemente, tenía con aquel hombre robusto que siempre venía a revisarme y me alimentaba. De forma personal, agradecía sus cuidados, sus atenciones, pero no soportaba que se mostrara agresivo con Ella. Aunque no era muy seguido, de vez en cuando las discusiones se tornaban en peleas. Cuánto me habría gustado entender aquello por lo que siempre discutían y, a veces, peleaban. Pero sus actitudes eran inconfundibles: se miraban entre ellos, hablaban fuerte, volvían a mirarse y, repentinamente, sus miradas se fijaban en mí, allí comenzaban los gritos de Él seguidos, casi instantáneamente, por los gritos de Ella. Una ocasión, en mi desesperación, en mi incomodidad al escucharlos gritar, en mi apoyo incondicional hacia Ella, me levanté y le grité a Él. Lo insulté, lo maldije, la disculpé. No creo que hubieran entendido mis palabras pues, al escucharme, Él sólo me señaló con su dedo pero siguió gritándole a Ella, ignorándome por completo. Ella vino hacia mí y me devolvió a mi habitación, hablándome suavemente, con suma ternura, contrastando con los gritos que recién acababa de proferir. Me quedé quieto, sabiendo que eso era lo que ella quería. Ella, al notarme calmado, me dijo algo, varias palabras que, en su estructura, no dijeron nada pero, en su esencia, lo dijeron todo: tenía que tranquilizarme, Ella estaba bien y sólo tenía que arreglar algunas cosas antes de que todo volviera a estar bien para todos. Asentí, como creando un pacto, como aceptando un destino del cual no tenía certeza alguna. Ella, en cambio, sonrió y me abrazó. Sentí sus brazos rodeando mi cuello y permanecí con esa sensación mucho tiempo después de que ella hubo salido de mi habitación.

Yo ya estaba completamente recuperado y salir a pasear en el auto me cayó divinamente. Sentir el aire que se colaba por las ventanas no sólo refrescaba mi rostro sino que purificaba mi espíritu y mi reacción instintiva ante aquella caricia fue abrir grandemente la boca y saborear su suavidad. Tanto Ella como Él rieron al verme desde los asientos delanteros, a grandes carcajadas, sin poder parar. Yo me reí también y, durante todo el camino, no dejé de sonreír contemplando el paisaje campestre. Después de un largo recorrido, llegamos a una casa vieja, algo descuidada, aunque con grandes jardines. Todos bajamos del auto y nos dirigimos a la entrada. Los jardines eran tan bonitos que despertaban en mí ganas de correr por ellos y recorrerlos una y otra vez. El dueño de la casa abrió la puerta y, tras de él, salieron dos pequeños niños corriendo atropelladamente. Todos se veían alegres y contentos, sobre todos ellos, los niños, que no dejaban de verme asombrados. Yo también les sonreí. Ella habló animosamente con el dueño y constantemente fijaba su mirada en mí y me regalaba una que otra caricia, pese al ánimo celoso de Él. Noté, repentinamente, que la atención de todos estaba fija en mí. No entendía la razón, no encontraba los motivos. Yo permanecí firme junto a Ella, sin despegarme, sin abandonarla, sin abandonarme. Entonces Ella, ignorando al resto del grupo, se dirigió a mí. Me miró fija y tiernamente. Sus palabras sonaron en mis oídos una vez más pero no logré entender nada. Sentí su cariñoso abrazo que duró más tiempo que ningún otro que me hubiera dado antes, regresó su mirada a mis ojos y me besó la boca. Yo reaccioné sin importar que Él estuviera allí y devolví el beso usando, quizás inapropiadamente, mi lengua. Ella sonrió y dejó que yo la siguiera besando, prolongando el beso por varios segundos. Algo mágico ocurrió entonces, pues su lenguaje se volvió claro para mí, como si con aquel beso Ella hubiera logrado enseñarme la forma en la que hablaba. Sus palabras cobraron sentido una a una y entendí perfectamente cuando me dijo: "Esta es tu nueva familia, los niños son adorables y te querrán tanto como yo te he querido desde que te encontré lastimado en la calle. Desde ese momento supe que eras especial y te cuidé, te brindé mi hogar mientras pude y, cuando ya no pude, te busqué un nuevo hogar con gente maravillosa. Vendré a verte cada vez que pueda. Te lo prometo. Me hubiera gustado poder tenerte conmigo más tiempo pero no puedo, mi situación no me lo permite. Eres un buen perro, una gran mascota, una excelente compañía. Ahora ve a jugar con los niños, te van a hacer muy feliz y, seguramente, tú a ellos también". Obedecí porque eran los deseos de Ella y nunca dejaría de cumplir su voluntad, así, fielmente. No pude, sin embargo, aullar de tristeza al verla partir, al ver sus ojos humedecerse cuando me lanzó una última mirada.

Desde entonces, he vivido una vida llena de felicidad, de amistad correspondida con mi nueva familia. Y, aunque nunca volví a comprender las palabras de los humanos como lo hice en aquel mágico momento, nunca olvidaré sus palabras, sus cuidados, su ayuda desinteresada. Ese beso que Ella me dio, que yo devolví, que juntos disfrutamos es el mejor recuerdo de mi vida. Porque sí, como cualesquiera otros animales, los perros tenemos recuerdos, sentimientos y voluntad. Lo sé, gracias a Ella.

miércoles, 18 de mayo de 2011

El observador…

Cada mañana Paco se levanta exactamente a las 6:32 de la mañana, justo después de que ha dejado sonar su despertador por cuatro segundos. Este comportamiento más que originado por una superstición o costumbre, está basado en la observación, como él mismo lo ha llamado. Observación que, bajo su propio concepto, consiste en determinar una forma segura de hacer las cosas, de forma consciente y programada, con el único objetivo de poder llevarlas a cabo inconscientemente y sin programas. No era raro, por ejemplo, verlo abotonando y desabotonando su camisa, una y otra vez, de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, usando pulgar e índice, pulgar y medio, pulgar e índice y pulgar, todo para determinar la mejor forma de hacerlo, de abotonar y desabotonar su camisa, y para medir el tiempo que requería para hacerlo. Cuando se convencía de tener el resultado más predecible posible, su mente lo aprobaba, su cuerpo irremediablemente lo aprendía. Despertar a las 6:32 de la mañana no era una cuestión de azar, era el momento preciso en que su cuerpo había mostrado la mayor disposición a salir del ambiente onírico al que su mente lo guiaba cada noche.

Así, una vez levantado, cada mañana estira hacia arriba ambos brazos en un par de ocasiones (había observado que un par era "necesario y suficiente" para deshacerse de la modorra), se calza las sandalias de baño (primero la izquierda, luego la derecha) y se dirige hacia la ducha contando los 20 pasos que lo separan de ella. Meticulosamente, sigue el orden en que lava cada parte de su cuerpo, de forma que no pierde tiempo repasando alguna de ellas por no recordar si ya la había tallado con el jabón. Sale del baño recién duchado y, una vez secado su cuerpo, toma el control remoto y enciende la televisión en el canal de las noticias. Elije siempre el noticiario donde presentan cada noticia y reportaje como si llevaran prisa, pues le conviene enterarse rápido ya que sólo cuenta con 28 minutos para escucharlas (no está en sus planes voltear a ver la imagen), aunque no le gusta mucho el hecho de que su televisor no lo deje programar el apagado automático en ese tiempo y tiene que ajustarlo a 30 minutos. Mientras se entera de los acontecimientos del día anterior, se viste rápidamente con el traje correspondiente al día de la semana, que siempre consiste de un traje de tres piezas, camisa blanca y zapatos negros. La corbata, obviamente, está asociada al traje en turno. El nudo doble ha demostrado ser el más conveniente ya que es fácil de ajustar en caso de ser necesario. No desayuna, al menos no en casa, ya que no está en su lista de tareas el lavado de los trastes y utensilios que pudiera requerir para preparar el desayuno. No importa, lo pedirá por teléfono al llegar a la oficina. Sale del domicilio y, metódicamente, da vuelta a cada una de las cerraduras que resguardan las puertas. Aunque tiene auto, no lo usa pues considera ineficiente y poco predecible la forma en que se consume el combustible pues es dependiente del clima, el tráfico y la forma de manejo. La forma de manejo es controlable, los otros dos no. Se dirige hacia la parada de autobús y espera pacientemente a que llegue el transporte público. Afortunadamente para él, ésta es la primera estación del autobús y siempre logra conseguir un asiento libre. Llega al edificio donde labora y lo hace dentro del rango de tiempo que tiene calculado, entre 19 y 28 minutos, y mentalmente se prepara para subir las 47 escaleras que lo separan del cuarto piso. Tampoco usa los elevadores, no porque los considere ineficientes sino simplemente porque no le gusta compartir los espacios reducidos con mucha gente. Además, no le gusta regresar el saludo a cada persona que encuentra y que, inexplicablemente, se muestra alegre por las mañanas.

Cuando llega al cuarto piso siente que ha entrado en un segundo hogar donde cada situación, en mayor o menor grado, está controlada. Hace una pausa planeada al final de los 47 escalones recién subidos y mira por una de las ventanas interiores del edificio. Hay una especie de patio en el centro del edificio, lo que da la impresión de que el inmueble estuviera hueco. Siempre consideró un desperdicio aquel espacio sin utilizar ya que, por su existencia, debe recorrer gran parte del piso para llegar a su oficina. Es cierto, el único pasillo que existe conecta todas las oficinas y forma una especie de circuito en ese piso. Ese pasillo representa la máxima aberración de su jornada, el más grande insulto a su control e inteligencia puesto que no hay forma de esquivarlo, de brincarlo, sólo de caminarlo. Una vez recuperado el aire tras la subida, lo cual le toma 154 segundos exactamente, gira hacia su derecha e inicia el recorrido por el odiado pasillo. Baja la mirada y la enfoca hacia el piso. "Setenta y cinco baldosas negras", piensa mientras avanza. Se refiere a los cuadrados negros distribuidos a todo lo largo del camino y que forman el decorado del piso, que en su mayoría es blanco. Y efectivamente, son precisamente setenta y cinco cuadrados los que separan a Paco de su oficina. No pierde el tiempo volteando a ver al resto de la gente que va llegando a sus lugares, tampoco le da importancia a las plantas y letreros que pretenden decorar el lugar, su atención está fija en el largo conteo de las aburridas baldosas negras. Ha notado (observado, diría él), que dando zancadas suficientemente largas, podría pisar una baldosa negra con cada paso, sin tocar el espacio blanco. Pero hacerlo así lo forzaría a caminar de forma ridícula, casi impropia. Piensa en la enorme conveniencia que le traería el tener piernas más largas ya que podría, al mismo tiempo, llevar la cuenta de las baldosas como la de sus propios pasos. Se resigna y, con la experiencia que da el conteo diario, recorre (y cuenta) las 75 baldosas con los mismos 98 pasos de costumbre y entra a su oficina.

Con la misma precisión con la que un neurocirujano realiza una operación, Paco coloca su saco en la percha, acomoda el portafolio en su reducido escritorio, enciende la computadora y levanta el auricular del teléfono para pedir su desayuno. Al terminar de marcar, reconoce con agrado la voz de la mujer que todos los días le toma la misma orden, da la impresión de ser una buena persona, agradece y, como siempre, sugiere que no tarden mucho en llevarle su comida. Después de todo esto, revisa su reloj sólo para confirmar que aún está a tiempo para que Don Raymundo, el lustrador de calzado, logre hacer relucir sus zapatos que no han logrado mantenerse limpios durante el trayecto. Don Raymundo, sin embargo, no ha aparecido todavía. Mientras espera, Paco revista la lista de pendientes que preparó el día anterior antes de ir a casa. Debe localizar al responsable de la mesa de ayuda que acaba de asignarle incorrectamente un incidente. Descuelga el teléfono y hace la llamada. Aún está escuchando los tonos de llamada en el teléfono cuando Don Raymundo aparece y, sin decir palabra, se alista para lustrar los zapatos de su cliente. La llamada es contestada del otro lado de la línea y, con la máxima propiedad con que es capaz de comunicarse, Paco le hace saber a su interlocutor que aquello a lo que se ha clasificado como "incidente" no es tal. "Un incidente, de acuerdo a las definiciones de varias metodologías como ITIL, es un evento que no forma parte del desarrollo habitual del servicio y que provoca, o puede provocar, una interrupción o degradación del mismo", comienza diciendo. "Lo que me están solicitando es la asignación de permisos a una cuenta correspondiente a un usuario nuevo, Fernando Salazar, lo cual no representa una posible interrupción o degradación de ningún servicio, es sólo parte de la operación", continuó. Don Raymundo pasa de un zapato a otro y, sin inmutarse por el creciente ánimo en las palabras de Paco, sigue aplicando la cera color negro. "No entiendo cómo alguien que se dedica a esto puede cometer tan brutales errores de clasificación y no puedo quedarme callado ante tal irresponsabilidad", dijo Paco ya algo alterado y sabiéndose poseedor de la razón. "No, escúcheme usted primero. No es la primera vez que esto ocurre. De hecho es la sexta ocasión que algo así pasa en los últimos 23 días y no estoy dispuesto a soportar tanta incompetencia. Así que, siguiendo las reglas establecidas, tendré que reportarlo a sus superiores y demandar una sanción", dijo firmemente aunque se notaba cierto indicio de temblor en su voz. "Por favor, dígame su nombre para poder proceder con el reporte", ordenó y esperó pacientemente la respuesta ya con bolígrafo en mano para anotar. "¿Perdón? ¿Fernando Salazar? ¿Es usted el usuario?", preguntó asombrado. Súbitamente, su sorpresa se transformó en vergüenza. "Lo siento, me confundí. Fue un malentendido. Sí, sí. Claro. Me encargaré de tener listos los permisos que está solicitando en un momento. Sí, perdone la molestia". Para este momento, los zapatos de Paco brillaban como con luz propia, contrastando con la desilusión emanada de la mirada de su dueño. "No puedo creer que me haya equivocado de esta forma", dijo para sí pero sin importarle que Don Raymundo lo escuchara.

Quedó un rato meditabundo y, algunos minutos después, reaccionó ante el ademán de Don Raymundo que, evidentemente, le cobraba la boleada del calzado. Metió la mano en el bolsillo izquierdo del pantalón (era allí donde siempre guardaba las monedas) y le pagó al lustrador. Don Raymundo guardó sus cosas y se dispuso a salir, pero justo antes de abrir la puerta de salida, volteó hacia donde estaba Paco y le dijo: "¿Me permite hacerle una observación?". Esta pregunta desconcertó del todo a Paco pues, para él, la observación había sido su especialidad, su modus vivendi, era lo que le había permitido llegar al lugar en el que actualmente se encontraba. ¿Cómo se atrevía alguien a hacerle una observación a él, el observador? Sin embargo, intrigado y lleno de curiosidad ante semejante propuesta, Paco asintió. "Mire, sé que a mucha gente le parece irrelevante lo que hago, pero he desarrollado ciertas habilidades a raíz de mi trabajo. Por el tipo de zapatos que usa una persona puedo descubrir rasgos de su personalidad. ¿Sabía que aquellos que quienes usan zapatos sin agujetas son más directos, menos apegados al orden y más prácticos? Aquellos que prefieren las agujetas tienen personalidades de acuerdo al tipo de nudo que utilizan: sencillo, doble, corto o largo. El color de calcetines y su forma de combinarlos dice mucho también de la gente. Usted tiene un modo directo, frío, calculador. Intenta controlar al mundo a través de su propio control. Pero usted observa una sola cosa a lo largo del día, en cada minuto, en cada segundo: sólo se observa a usted mismo. En contraste, mi trabajo depende de observar más allá de mí mismo, de observar a los demás. Por el tipo de calzado de cada persona identifico a los que dan buenas propinas, a los que les gusta la pulcritud, a los que valoran el trabajo duro. También soy calculador, no se crea, pero lo hago para determinar el número de boleadas que haré en el día, para pronosticar los ingresos que tendré y para aprovechar el tiempo evitando a las personas que, evidentemente, no querrán lustrar sus zapatos en cada día. Ante cada persona, elijo el tema de conversación que emplearé dependiendo de las observaciones que hago a cada momento. Puedo determinar si una persona prefiere una boleada rápida o si debo aparentar tomarme mi tiempo para lograr un mayor brillo. Y, por supuesto, lo he observado a usted. Cada mañana sigue la misma rutina, camina los mismos pasos. Es un cliente predecible y seguro. Lo necesite o no, siempre boleará sus zapatos simplemente porque está dentro de su agenda, de las actividades que le dan seguridad. Eso está bien, pero se lo digo en serio, para ir más allá hay que levantar la mirada y notar lo que hay más allá de nuestro propio ser. No puedo decir que lo conozco simplemente por observarlo, pero sé que si pusiera la suficiente atención notaría que las cosas pueden hacerse mejor de forma diferente. Todas las mañanas, por ejemplo, si después de subir los 47 escalones que lo traen al cuarto piso y después de descansar durante 157 segundos, usted decidiera girar hacia la izquierda y no hacia la derecha, podría notar que, en lugar de 75, tendría que recorrer sólo 33 baldosas negras de aquel pasillo que tanto le disgusta. Acuérdese, es un circuito. Pero hay que voltear, enfocar la mirada en todo lo que nos rodea para poder interactuar de forma eficiente y decidir a dónde queremos ir, dónde queremos estar y con quién. Espero que esto que le digo no lo moleste pues lo hago con buena intención, porque lo he observado". Finalizó su frase con una seña de despedida y salió de la oficina hacia el pasillo. Paco quedó inmóvil y callado. Tal vez pensando, reflexionando, observando. Tras una pausa de varios minutos, tomó el auricular de su teléfono y marcó rápidamente. Esperó a que contestaran y, después de identificarse, dijo: "Señorita, por favor cancele el envío de mi desayuno: hoy iré a su tienda, desayunaré allí y la conoceré a usted".

martes, 10 de mayo de 2011

De esta y otras madres…

Antes de dar inicio a este breviario cultural, quiero aclarar y afirmar solemnemente que lo que a continuación escribo no es, en mayor ni menor parte, invención mía y que lo hago con todo el respeto que las madres me merecen. Como ya mencioné, es un breviario de la cultura latina, al menos mexicana, y que me ha parecido interesante documentar dadas las contradicciones que pueden encontrarse al respecto de tan singular palabra: madre.

Empezando con la palabra en sí, madre es aquella mujer (o hembra en caso de los animales sin habla) que ha concebido al menos un hijo o hija. Madre también es utilizado en mujeres religiosas, también conocidas como monjas, hayan o no concebido hijos.

Sin embargo, madre también puede hacer referencia a cosas. Decir "esa madre" es equivalente a decir "esa cosa" o en tono un poco más despectivo "esa porquería". Una "madrecita" es referida a algo de tamaño minúsculo, insignificante, y generalmente se acompaña de un ademán que consiste en mostrar el pulgar y el índice muy pegados el uno al otro mientras los demás dedos permanecen encogidos. No es importante, es cualquier "madre". Una "madresota", no obstante, es todo lo contrario. Y cuando se quiere hacer referencia a una cantidad abundante, tal vez excesiva, se dice que es un "madral".

Estar "hasta la madre" tiene varias concepciones (usos, digamos). La más común se refiere a un sentimiento de hartazgo, de frustración, pero también denota saturación de trabajo, de actividades. En un sentido similar, un lugar o un camino están "hasta la madre" cuando se encuentran repletos de personas, que normalmente están "hasta la madre", por frustración quizás. Pero también, si una persona ha bebido demasiado alcohol, en cualquiera de sus graduaciones etílicas, y se ha emborrachado, también se dice que se puso "hasta la madre" o "hasta su madre", dependiendo de la cantina. En ocasiones, cuando el borracho tiene que manejar hasta su casa y ésta se encuentra muy lejos se dice también que vive "hasta su madre", o "hasta su puta madre" si es mucho muy lejos.

"No tener madre" significa varias cosas también. Cuando una persona "no tiene madre" es porque se le considera un desgraciado, un patán y desvergonzado. Pero decir que una película, un videojuego, un libro, un auto o cualquier otra cosa "no tiene madre" indica que es muy buena, muy interesante, o es considerada la mejor quizás. De aquí se deriva que, en caso de que la madre no esté del todo ausente, se use la expresión "de poca madre". Se aplica en el mismo sentido que la anterior, para expresar admiración y aprobación por las cosas. "La plática estuvo de poca madre", significa que fue interesante, divertida, amena. A diferencia de "no tener madre", una persona "de poca madre" es una persona agradable, simpática, alegre, interesante (ese amigo es "de poca madre"). Cosa que indica que vale más tener poca que no tener en absoluto. Sin embargo, la expresión "¡qué poca madre!" indica desprecio, resentimiento, rencor, haciendo notar que la persona o personas a las que está dirigida la expresión, en realidad, "no tienen madre". Pero cuando la ausencia está ausente, es decir, cuando sí hay madre, no solo mucha sino toda, surge la expresión "a toda madre". Una persona que es "a toda madre" es aquella que nos ayuda, que nos brinda su apoyo y es agradable, aparte de todo. Pasársela "a toda madre" quiere decir que nos la estamos pasando increíblemente bien, "con madre" dirían en el norte.

Si, por ejemplo, uno revisa el trabajo que hizo un compañero de trabajo y encuentra que todo está mal, que nada checa, que el trabajo es muy malo, se dice que el trabajo está "de la madre". Si un compañero revisa un trabajo nuestro también puede decir lo mismo, así que cuidado. Por cierto, "hijo de su madre" no necesariamente es redundante y tierno, sino, por el contrario, puede corresponder a un insulto que muchas veces va adornado con otras palabras más floridas para aumentar el entusiasmo de la relación.

Los olores y sabores tienen su parte maternal también. Cuando algo huele (o sabe) mal, se dice que huele (o sabe) a "madres". Si un lugar está "hasta la madre" de gente, por ejemplo, seguramente también huele a "madres" después de un rato. Siguiendo con el plural de la palabra, "ni madres" significa que no, una negativa rotunda y firme, que no acepta objeciones. Aunque también es posible escuchar "ni madres" como sinónimo de "nada": No se ve "ni madres", no tiene "ni madres", no sabe "ni madres". Nada. Así que si algo sabe a "madres" puede ser porque quien cocinó no sabía "ni madres" de comida y el comensal puede decir que, definitivamente, no lo comerá. No, "ni madres". "¡Madres!", sin embargo, indica sorpresa generalmente producida por algún golpe, por un accidente, o por alguna situación con estrépito.

Cuando uno se encuentra ante una situación perdida, en que ya no hay mucho o nada qué hacer para hacerla positiva, se dice que es una situación que ya "valió madre", o "valió madres". Al referirse con la misma expresión a una persona, "Juan ya valió madres", se indica que esa persona está jodida, condenada, fregada, casi desahuciada, muerta tal vez. Por otro lado, cuando a alguien no le importa una situación o le importa muy poco, se dice que "le vale madres". Puede ocurrir también, que una persona repentinamente recuerde que debía entregar algún pendiente o hacer algo urgente, al momento de recordarlo es común que su expresión sea "¡en la madre!", lo cual denota desesperación.

"Darle en su madre" a algo significa descomponerlo, romperlo, destruirlo. "Darle en su madre" a alguien quiere decir golpearlo, atacarlo, agredirlo. "Romperle la madre" a algo o a alguien es un equivalente a "darle en su madre". En ocasiones, cuando alguien se entera de que le quieren "romper su madre", consideran conveniente salir corriendo lo más rápido posible, a toda prisa, "hechos la madre". "Madriza" es la golpiza que les dan si no corren tan rápido. Pero "madriza" también se aplica a alguna humillación recibida.

"Madrear" a alguien significa golpearlo o agredirlo. Estar "madreado" se refiere a sentir algún tipo de dolor o inconveniencia física, en caso de las personas. Cuando una cosa está "madreada" significa que está descompuesta o que alguien la descompuso por la mala, a "madrazos", es decir, a golpes. Aunque un "madrazo" también puede referirse a una cantidad importante de dinero que se pagó (le deposité un "madrazo"). Hacer algo rápidamente, como reacción inmediata, quiere decir que se hizo "de madrazo", no necesariamente bien hecho.

"Echar desmadre" equivale a divertirse, a convivir relajadamente, sin muchos límites. "Tener un desmadre" indica tener desorden, poco cuidado, un caos. "Desmadrar" algo significa descomponerlo, "darle en su madre", desarmarlo sin orden.

Y así como éstas, pueden encontrarse muchas más expresiones referidas a la madre, pero el tiempo y mi poca memoria me impiden escribirlas en estos momentos. Así que cuando escuchen aquella famosa frase de que "madre sólo hay una", no le crean ni madres. Si alguien recuerda otras dignas de mencionar por favor anéxenlas en los comentarios.

¡Feliz día a todas las… mamás!