sábado, 16 de abril de 2011

Yo tenía razón…

Te lo digo, no era poca cosa. Tenía harto a los vecinos pero, sobre todo, a mí. Esa cosa nos enloquecía cada noche y, lo peor, nadie podía hacer nada. Ni siquiera yo. No, ni siquiera yo. A mí me gustaría saber más de esas cosas pero nunca tuve la oportunidad de aprenderlas. Más café, por favor, señorita. ¿Tú quieres más descafeinado? Uno americano y otro descafeinado, por favor. Sí, te digo que esas cosas me hubiera gustado aprenderlas pero no eran lo mío. ¡Qué no hubiera dado yo por saber cómo arreglar la condenada alarma! Sí, ya sabes. Esa alarma era una porquería. Más valdría el carro si no la tuviera. Piénsalo un poco. ¿De qué sirve una alarma que se enciende sola? Gracias, señorita. ¿Le encargo un poco de crema? Gracias. No es que se encendiera sólo en ciertos momentos. El problema eran los momentos en que se encendía. Las veces que mejor me iba era cuando se encendía una sola vez en la madrugada. Sí, cuando molestaba al resto del edificio sólo una vez. Dicen que se activaba por el cambio de temperatura en el ambiente. Eso tenía el descaro de hacer la estúpida. Quejarse de los cambios de temperatura. Pero eso era cuando la cosa iba bien. Hubo un día en que se activó tantas veces hasta que el aburrimiento de apagarla me hizo ignorarla. La dejé sonando y sonando. Bueno, tiene un sistema donde lo más que dura sonando son treinta segundos, se detiene un rato y después, como si la temperatura cambiara a cada instante, se vuelve a encender una y otra vez. Una pesadilla. ¡Qué digo una pesadilla! ¡Nadie podía dormir! ¿Sabes quién era yo en el edificio? ¿Sabes cómo me llamaban todos allí? El vecino de la alarma. Ese era yo. No el del 204 o el del carro gris. No. El vecino de la alarma. De vergüenza, verdaderamente. No, más que vergüenza, de humillación. Y no digo que los vecinos me humillaran, era la alarma que se activaba sola, o por la temperatura, por estúpida simplemente. Y no es que nunca hubiera hecho nada para arreglarlo. Siete veces. Siete ¿sabes? En siete ocasiones diferentes, en siete talleres diferentes revisaron la bendita falla de la alarma. Las mismas siete veces que me aseguraron que no volvería a pasar, que no volvería a sonar como poseída. Las mismas siete veces que se equivocaron, que me engañaron. Supongo que algo hacían, te lo digo en serio. Tú me conoces, no soy de los que desprecian el trabajo de otros sólo porque no lograron los resultados. El esfuerzo siempre es apreciado, al menos por mí. Pero eso no justifica que traten de engañarme. Sí, así como te lo cuento. Me decían que habían localizado la falla, que habían cambiado este y aquel sensor. Que habían tenido que reprogramar la lógica de no sé qué parte de la famosa computadora. Yo sólo querían que la hicieran callar. Pero hasta eso era imposible, me dijeron. Imposible, esa fue la palabra que usaron. También sabes que no me gusta desconfiar de las personas si no tengo un motivo para hacerlo. Sí, me conoces bien. Pero aceptar ciegamente que algo es imposible es algo que no puedo, no, no, no, que no quiero hacer. Y es que cuando me dijeron que desconectar el sistema dejaría, por seguridad, inservible el auto, fue algo que no me puedo creer ni yo. Y tú sabes lo crédulo que puedo ser a veces, muchas veces. Pero no para esto, no para este tipo de cosas. ¿Sabes la cara de estúpido que tenía que poner al tratar de dar esta explicación a los vecinos? ¿Sabes el ridículo que me hacía pasar la tonta explicación? "No puedo apagar la alarma porque hacerlo dejaría inservible el auto, por seguridad". ¡Pamplinas! Después de decir tan tremenda estupidez tenía ganas de castigarme a mí mismo, como si fuera el autor de la frasecita. Como si supiera lo que estaba explicando. No sabía si salir corriendo a pedir confesión a algún cura o torturarme lentamente escuchando la insoportable alarma. Sí, tienes razón, lo segundo ya lo hacía cada noche. La confesión… bueno, esa sigue esperando. ¿Pero sabes qué fue lo peor? Cuando una vecina me encaró, cuando tuvo el valor de acercarse. Bueno, más que el valor fue la desesperación, supongo, la que la motivó a acercarse a mí. "¿Podría no activar su alarma, por favor? No me deja dormir", me dijo. Con esas palabras. ¡Como si no quisiera yo mismo acabar con tal tormento! ¡Como si me pareciera gracioso o divertido que sonara cada madrugada y despertara a medio mundo! En otras épocas, tienes razón, pero no ahora. Casi exploto cuando me hizo la petición pero me controlé. Tú tienes mucha más paciencia que yo pero sabes cómo me pongo cuando alguien me aborda así, con incoherencias y necedades. Pero esta vez esperé y logré calmarme. Pero luego ella misma me dio la clave, la solución a todo. "Podría dejarlo abierto, sin alarma. Aquí no podría robárselo nadie, hay vigilante y todos podríamos dormir", fue su comentario. No, por supuesto que no iba a dejarlo abierto, pero eso me hizo pensar. Como te dije, no soporto a la gente que dice que algo es imposible, simplemente no la tolero. ¿Sabes por qué? Porque quienes no ven la solución a los problemas difíciles son quienes no tienen una verdadera motivación para resolverlos. Un poco más de café, señorita. ¿Más para ti? ¿No? Sólo un americano, por favor. "Nadie podría robárselo", dijo la vecina. Y eso me llevó a pensar como ladrón. Como alguien que quisiera robarse el dichoso carro. Sí, sé que no es la gran cosa pero hoy se roban de todo sin importar si vale la pena o no. Pero déjame explicarte. ¿Qué pasaría si alguien realmente quisiera robarse el auto? ¿Podría hacerlo sin activar la alarma? Si se activaba hasta porque la cucaracha pasaba muy cerca. Pero ninguno de los que había revisado el carro, ninguno de aquellos siete charlatanes había tenido un real interés de que aquello funcionara. Sólo veían en mí a un tipo con un problema que no era suyo y era trabajo de ellos hacerme creer que así seguiría siendo siempre. Pero yo voy más allá, no tengo que darte más detalles a ti. Yo sabía que si encontraba a alguien con un motivo real él podría demostrar que yo tenía razón. Que las cosas no son imposibles sobre todo cuando algún fulano en otra parte del mundo diseñó aquella porquería. Que no me vengan con que aquello era inamovible, que era imposible. ¿Qué hice? Te lo diré. Salí a la calle y me puse a investigar quién tenía fama de ladrón, de robacoches. No fue una tarea fácil. Gracias, señorita. No olvide la crema, por favor. No, no fue fácil. Me tomó un par de semanas dar con el tipo adecuado. Una joyita. Aquel vago no creía lo que le estaba pidiendo. Me miraba de arriba abajo como tratando de descifrar qué estaba mal en mí, qué me fallaba. En fin, que le di todos los datos. Sabía dónde encontrarme. Y yo sabía que, tarde o temprano, lo haría. Lo juro, estaba completamente seguro de que lo haría. Por eso hoy estoy aquí, feliz, disfrutando mi desayuno contigo. Porque sabía que tenía razón. Esta noche, esta madrugada dormí profundamente. Todos los vecinos lo hicieron. Por primera vez en no sé cuantas semanas, tal vez meses, pudimos dormir sin interrupciones, sin enojos, sin alarma. Yo tenía razón. Hoy por la mañana era yo una persona diferente para los vecinos. Ya no era "el de la alarma", sino uno más de ellos a quien podían saludar con una sonrisa. ¿Sabes lo que es eso después de ser el malo de la película por tanto tiempo? ¡Es la gloria! Es volver a sentirse seguro de uno mismo. Es volver a vivir. No creas que exagero, así me siento ahora mismo. La cuenta por favor, señorita. Tener razón te hace sentir invencible, con un poder indescriptible. Perdón, ¿querías algo más de café? Bueno. Pero esa sensación de tranquilidad que te da el saberte en lo correcto es indescriptible. De haber sabido la respuesta desde el principio, lo habría hecho sin dudar. Pero mira cómo son las cosas. Gracias, señorita. El caso es que estoy feliz, contento como pocas veces en mi vida. Pero tengo que dejarte ahora. Hoy no quiero que nada ni nadie interrumpa mi felicidad. Y no quiero llegar tarde. Debo ir al ministerio público a levantar el acta por el robo del auto. Nos vemos luego. ¿Lo ves? ¡Yo tenía razón!

No hay comentarios:

Publicar un comentario