martes, 9 de marzo de 2010

Miedo y Terror…

Hoy, como otros días recientes, he despertado con migraña. Tal vez debería preocuparme más de lo que hasta ahora lo he hecho pero el saber que suele ser un dolor condicionado hace que, en un mismo tiempo, me tranquilice y me ponga a meditar. Muchas pueden ser las causas de mi dolor de cabeza constante: mala alimentación, falta de ejercicio, estrés, alguna enfermedad oculta, tal vez una combinación de todas y más. Después de un tiempo de reflexión creo que otra posible causa es el miedo. No, más bien el terror. El miedo puede considerarse un mecanismo de defensa y es aceptable sentirlo en muchos escenarios. El terror es otra cosa. El terror, al igual que la migraña, se presenta de forma intensa, constante, no es posible controlarlo de fácil manera; sólo afecta una región de la cabeza pero deja afectado el resto del cuerpo.

Cuando siento terror la migraña aparece y no puedo dejar de pensar que están relacionados. No sé si este reconocimiento sirva para controlar mi dolor de cabeza pero al menos me ha ayudado con algunas conclusiones personales. El reconocer qué situaciones me dan miedo y cuáles me provocan terror debe servirme para encaminar mis pasos, para dictarme las futuras acciones a tomar.

 

Tengo miedo de caminar por el camino equivocado. Tengo terror de no tener una meta hacia dónde caminar.

Tengo miedo a correr riegos innecesarios. Tengo terror de no necesitar arriesgarme.

Tengo miedo a la burla y el ridículo. Tengo terror a no poder reírme de mí mismo.

Tengo miedo a sentir el rechazo ante un abrazo, un beso, una caricia. Tengo terror de ni siquiera intentarlo.

Tengo miedo a caer. Tengo terror a no intentar volar.

Tengo miedo a fracasar en el trabajo. Tengo terror a ser exitoso en la mediocridad.

Tengo miedo a lo desconocido. Tengo terror a no conocer más.

Tengo miedo a la muerte. Tengo terror a una vida vacía.

Tengo miedo a la tristeza. Tengo terror a la soledad.

Tengo miedo a ser mal hijo. Tengo terror a ser mal padre.

Tengo miedo a la oscuridad. Tengo terror a que mis prejuicios y actitudes no me dejen ver con claridad.

Tengo miedo de enfrentarme a mis enemigos. Tengo terror de no defender mis amigos.

Tengo miedo al dolor. Tengo terror a dejar de sentir.

Tengo miedo al recuerdo de mis errores. Tengo terror al olvido.

Tengo miedo a dejar de respirar. Tengo terror a dejar de suspirar.

Tengo miedo al terror. Tengo terror de no actuar ante el miedo.

martes, 2 de marzo de 2010

Anécdotas de Soporte Técnico – Parte IV

Algo primordial cuando se trabaja en un área de Soporte Técnico es la preparación. Y con preparación quiero abarcar cuestiones personales como capacitación, disponibilidad y actitud de servicio. Pero también incluyo en este concepto aspectos importantes que debe cumplir el lugar de trabajo, como infraestructura, seguridad, accesibilidad, comunicación, etc. Todos estos elementos determinan, en mucha parte, la calidad con que el usuario final recibe el servicio de soporte técnico.

En el lado oscuro.
Durante más de siete años, trabajé como parte de un centro de soporte técnico especializado tanto en software como en hardware. Al principio, trabajé como ingeniero en campo visitando clientes directamente en sus oficinas (a veces en sus fábricas). Pese a que físicamente me encontraba fuera de mis propias oficinas, el contacto que debía mantener con el Centro de Soporte era continuo debido a que los agentes de soporte telefónico contaban con acceso a información, bases de datos técnicas, Internet y otras herramientas que no siempre era posible tener en las instalaciones del cliente. Resultaba claro entonces que la infraestructura en el Centro de Soporte debía tener la capacidad suficiente para atender tanto a clientes como a los propios ingenieros de campo como yo. Cuando, unos años más tarde, estuve a cargo de gran parte del Centro de Soporte, nunca dudé en proponer mejoras para facilitar el acceso a los clientes y procuré que los ingenieros contaran con la mejor infraestructura tecnológica que la empresa nos podía proveer. Sin embargo, pese a todos los esfuerzos que uno pudiera hacer, siempre suele ocurrir algo que echa abajo toda nuestra previsión.
Un día, mientras me encontraba revisando cifras de llamadas entrantes, llamadas perdidas, tiempos promedio de respuesta, tiempos promedio de solución, entre otros, la recepcionista del Centro de Soporte subió corriendo por las escaleras hasta mi lugar. No era algo común que ella abandonara su puesto en la recepción para ir a platicar con alguien, pero esta vez parecía ser algo urgente.

-¡Tenemos problemas!- dijo todavía sofocada por haber subido las escaleras tan rápido
-¿Qué pasó?- contesté volteando instintivamente hacia el tablero de llamadas para verificar que el conmutador siguiera funcionando
-¡Viene gente de la compañía de luz!
-¿De la compañía de luz?
-¡Sí! ¡Dicen que vienen a cortar el servicio por falta de pago!
-¡¿Qué?! Dime que es una broma…
-¡No! Traen un documento autorizando la desconexión. Ya chequé la dirección y es correcta.
-¡Debe ser un error! Los de Finanzas pagan siempre puntualmente… Déjame llamarles…
-¡Ya hablé con ellos! ¡Por algún motivo se les pasó hacer el pago! ¡Dos veces!

Servidores redundantes, arreglos de disco, dos salidas a Internet, sistemas ininterrumpibles de energía (hasta por 30 minutos), equipos de respaldo, luminarias de emergencia, 3 turnos de personal programados para atender al cliente en un horario 7x24 los 365 días del año… Todo se fue a la basura porque alguien no programó el pago del recibo de la luz, dos veces. Como siempre pasa, “algo hizo la mugre hoja de cálculo” que borró aquel rubro en el registro del responsable de hacer el pago. Teníamos que actuar de inmediato para evitar que el corte de luz ocurriera o estaríamos en graves problemas por no poder brindar el servicio a los clientes, porque no sólo los equipos de cómputo dejarían de funcionar, sino también el conmutador telefónico, que era el “alma” de nuestras operaciones. Había contratos con niveles de servicio muy estrictos y era posible que algún cliente nos penalizara gravemente por aquel increíble descuido. Y aunque dentro de los contratos se llegaban a considerar contratiempos ocasionados por cierto tipo de desastres fuera de nuestro alcance, la estupidez no era algo que estuviera amparado en ninguna cláusula.
“Sobórnalos”, dijo mi jefe con cierta desesperación. Me quedé mirándolo incrédulo ante su propuesta aunque poco a poco fui convenciéndome de que podría ser una buena idea. Alguien había investigado ya y resultaba que, si llegaban a desconectarnos, aunque hiciéramos el pago inmediatamente, tardarían unos 3 días hábiles para hacer la reconexión.  “Pregúntales que cuánto te cobran por regresar al día siguiente en lo que arreglamos lo del pago”, me sugirió. No supe en qué momento acepté el puesto de “negociador” pero repentinamente sentí que todos los que estaban allí me empujaban con la mirada y me encomendaban a “arreglar” el penoso asunto.

-Oiga, seguramente esto es un error. Nunca nos hemos retrasado en el pago y no podemos dejar sin luz las instalaciones- dije ingenuamente
-No, no hay error. Es la dirección correcta. Medidor correcto. Si acaso hay un error, es que usted no ha pagado y esa no es mi culpa- fue su fría respuesta que, además, me ponía ahora como responsable de todo el asunto.
-Yo no soy el que paga, los de Finanzas se encargan de eso y me dicen que todo está bien- mentí tratando de ganar algo
-No es mi asunto quién paga o no. Vengo a desconectar su servicio y este documento me autoriza a hacerlo. El señor viene conmigo para dar fe de mi trabajo- y señaló a quien se presentó como un notario público.
-Oiga, pero ¿no hay forma de que nos permita revisar todo este asunto hasta el día de mañana? Estoy seguro de que todo es un error y no puedo dejar que corten la energía eléctrica porque dejaríamos sin servicio a nuestros clientes.
-No, no hay forma- contestó el notario.

Sin que nadie le indicara mayor detalle, el trabajador de la compañía de luz siguió los cables de la instalación eléctrica y encontró el lugar donde debía realizar la desconexión.

-Al menos déjeme apagar los servidores para que no se dañen. Diez minutos, no más- supliqué al notar que no había cómo hacerlos cambiar de opinión.
-Está bien. En diez minutos cortamos la energía sin esperar nada más.

Avisé rápidamente que se apagaran los servidores, el conmutador y todo aquello que pudiera presentar algún daño por quedarse sin energía abruptamente. Nadie lo podía creer. Algunos ingenieros de soporte telefónico tuvieron que cortar sus llamadas explicándole al cliente que había algunos inconvenientes técnicos y que volverían a comunicarse en cuanto se solucionaran. Se apagó el mayor número de equipos conforme nos fue posible, pero al cabo de los diez minutos de plazo notamos cómo el ruido del aire acondicionado quedaba silenciado, las lámparas de emergencia se encendieron y todos quedamos mirándonos unos a otros sin saber a ciencia cierta qué debíamos hacer. El personal de la compañía de luz selló la caja de conexiones donde habían trabajado y, entregándome una notificación, me advirtieron “es un delito romper los sellos para realizar una reconexión no autorizada”. Tomaron sus herramientas y salieron despreocupadamente del edificio.
De acuerdo a nuestros procedimientos de recuperación de desastres (y esto definitivamente lo era), un grupo de ingenieros debía trasladarse a una localidad alterna para reanudar desde allí las operaciones en modo de emergencia. Otros debíamos asegurarnos de cambiar ruteos, hacer notificaciones a proveedores y realizar una serie de pasos para poder volver a ofrecer el servicio a nuestros clientes. Era una labor titánica que debíamos completar lo antes posible o el impacto podría ser aún más desastroso. La “cuadrilla” de ingenieros seleccionados para ir a la localidad alterna había sido seleccionada y estaba a punto de dejar el edificio cuando una voz a nuestras espaldas nos hizo detener en seco. “Creo que puedo ayudarlos”, dijo un tanto tímidamente. Era la voz de nuestro experto en reparaciones de hardware, Juan. A lo largo de los años, varios habíamos visto cómo Juan podía reparar casi cualquier cosa con métodos no necesariamente convencionales. Si alguien ha escuchado que los mexicanos pueden reparar casi cualquier cosa con un clip y la mitad del chicle que están mascando, muy probablemente sea porque alguna historia de Juan se ha hecho pública.

-¿Nos puedes ayudar? ¿Cómo?- preguntamos con cierta reserva
-Revisé la forma en la que desconectaron la energía y por el tipo de instalación del edificio creo que la puedo reconectar sin romper los sellos.
-¿Crees o puedes?- preguntó mi jefe
-Dame cinco minutos para revisar y, si puedo, les aviso. Lo más seguro es que sí.

Decidimos detener cinco minutos a los ingenieros que estaban a punto de salir y quedamos en espera de la respuesta de Juan. Con un par de desarmadores en mano, unas pinzas de electricista, unas de punta y un rollo de cinta para aislar, Juan se puso a seguir la instalación eléctrica buscando algún punto donde pudiera llevar a cabo su “operación”. Finalmente se detuvo y comenzó a trabajar. Desconectó algunos cables, “puenteó” otros. Habían pasado ya casi diez minutos cuando, sosteniendo un par de cables entre sus manos, dijo “si ahorita que conecte estos dos enciende todo, ya la hicimos”. Como en aquellas películas donde se crea un enorme suspenso cuando el héroe desconecta los cables de una bomba, nosotros permanecíamos inmóviles viendo cómo aquellos cables que Juan sostenía iban perdiendo distancia entre sí y, finalmente, lograban juntarse. “¡A huevo!”, gritó Juan al ver que todo se encendía nuevamente. Todos corrimos para avisar que se volvieran a poner en operación los servidores y, sobre todo, el conmutador. El ruido del aire acondicionado volvió a escucharse y todos comenzamos a trabajar “normalmente”. Juan nos había salvado y era el héroe de nuestra película. Los jefes lo invitaron a comer y le hicieron fiesta todo el día… Pero, por supuesto, el festejo no podía durar para siempre.
El día siguiente resultó extraño. Me encontraba, tal como el día anterior, revisando las estadísticas del Centro de Soporte. El susto de quedarnos sin luz había pasado y tenía en mente otros asuntos más importantes. Al menos eso pensaba. Como un verdadero Déjà vu, noté que la recepcionista subía corriendo por las escaleras con rostro de preocupación. “Esto no puede estar pasando, no otra vez”, pensé.

-¡Vinieron los de la compañía de luz!- dijo ante mi asombro
-¡¿Otra vez?!- pregunté tontamente
-¡Sí! ¿Qué hacemos? Van a notar que volvimos a conectar todo. No los he dejado pasar, me están esperando allá afuera.
-¡Apaga las luces y avísale a Juan que desconecte todo como lo dejaron ellos ayer! Yo mientras aviso a todos y apagamos los servidores otra vez.

Mientras repetíamos todo el proceso de apagado, colgado de llamadas, aviso a los jefes y descontrol total, Juan se apresuraba a desconectar los cables. La puerta seguía sonando por la insistencia del personal de la compañía de luz. De un momento a otro, se hizo el silencio. Las luminarias de emergencia volvieron a realizar su labor y se encendieron indicándonos que el suministro eléctrico había sido interrumpido. Juan apareció apresurado escondiendo las herramientas que había utilizado y se metió en su pequeña oficina. Todos nos quedamos callados. La recepcionista se dispuso a abrir con toda la desfachatez del mundo como si nada hubiera pasado.

-Perdón, no podía abrir porque teníamos unos problemas aquí.
-¿Todo bien?- preguntó el empleado de la compañía de luz
-Sí, ya no hay problema. ¿Viene a conectar la luz?
-¿Conectar? No, solo vengo a tomar la lectura del medidor. ¿Les cortaron la luz?

Efectivamente, era un empleado diferente de la misma compañía y aparentemente no tenía idea de la desconexión del día anterior. No sabíamos si echarnos a reír o a llorar por todo el relajo que ya habíamos hecho. Sin embargo, la recepcionista no perdió tiempo y le aseguró que el pago ya se había realizado y que realmente era urgente que nos conectaran la luz nuevamente.

-¿Usted nos puede conectar la luz? Aquí está el recibo de pago- y le mostró el documento que la gente de Finanzas le había entregado.
-No, necesita haber una orden de reconexión. No es tan rápido.
-Pero ya pagamos. ¿No podría llamar para verificar y que nos reconectara de una vez?
-Me gustaría poder ayudarla pero no estoy autorizado.

Tomó rápidamente la lectura del medidor y se fue. Por tercera ocasión en menos de dos días, Juan sacó sus herramientas y se dispuso a trabajar nuevamente con el cableado eléctrico. Momentos después volvimos a tener energía y seguimos trabajando. Lo que la recepcionista había comentado era cierto, el pago ya se había efectuado y sólo era cuestión de tiempo para que alguien de la compañía de luz llegara a hacer la reconexión. Pero no sabíamos cuándo ni a qué hora sería, lo que suponía que Juan tendría que volver a desconectar apuradamente todo cuando eso ocurriera.
Los siguientes dos días transcurrieron sin incidentes de energía eléctrica. Casi nos habíamos olvidado que teníamos “puenteado” el cableado, hasta que un nuevo empleado de la compañía de luz tocó la puerta. La histeria volvió a apoderarse de nosotros y ya con la práctica adquirida en los días anteriores apagamos las luces y desconectamos todo en tiempo récord. Juan casi ni utilizó las herramientas para dejarlo todo listo. Nuestra recepcionista abrió la puerta y dejó pasar al trabajador que ya se notaba algo molesto por estar esperando afuera.

-Vengo a conectar la luz- dijo secamente
-Claro, pase. Ya lo estábamos esperando.
-Sí, me imagino- dijo en tono sarcástico

Sin detenerse a revisar mucho, rompió el sello, abrió la caja de conexiones y volvió a conectar todo. Para su sorpresa, y la de todos nosotros, cuando subió el interruptor no pasó nada. Extrañado, revisó una vez más las conexiones que había hecho y concluyó que estaban bien. Volvió a intentar bajando y subiendo repetidamente el interruptor. No funcionó. La cara de Juan pareció palidecer cuando notó que una de sus conexiones había quedado suelta. El empleado de la compañía de luz siguió el cableado para ver dónde estaba la falla. No tardó mucho en llegar a donde estaba el cable mal enredado que Juan se había apresurado a conectar. “Alguien dejó mal conectado este cable”, dijo sospechando algo. Pero nuestra recepcionista reaccionó rápido y comentó “Sí, el que vino a desconectar parece que venía de malas y dejó todo al aventón”. Sin insistir más, el electricista sacó unas pinzas y una cinta de aislar del estuche que traía colgado al cinturón y reconectó el cable al tiempo que todo volvía a encenderse.

-Listo. Ya quedó conectado nuevamente todo. Procuren no dejar pasar los pagos porque siempre es un relajo quedarse sin luz- dijo amablemente el empleado a la recepcionista
-Sí, ha sido un verdadero problema. Ya no sabíamos que hacer sin luz y, por supuesto, trataremos que esto no pase otra vez.

Cuando el empleado estaba a punto de salir se detuvo momentáneamente en la puerta y dijo con voz fuerte como para que todos lo escucháramos: “¿Sabe? La próxima vez consideren desconectar el timbre, es obvio que no es de baterías”. Y cerró la puerta tras de sí.
Dos cosas quedaron claras ese día, no volvería a ocurrir que a Finanzas se le pasara un sólo pago de la luz y nosotros nos dedicaríamos a dar soporte técnico. Aquello de los teatros no era lo nuestro.


La señal.
Tal vez los casos de soporte técnico que yo más odiaba que me asignaran eran los llamados “quemados”. Un caso “quemado” era aquel en el que ya habían participado 2 ó más ingenieros con anterioridad y no habían podido arreglarlo. Debido a que los ingenieros eran asignados a otros asuntos o simplemente no podían acudir para darle seguimiento al caso, éste era asignado a alguien más e inmediatamente ese “alguien más” se convertía en el dueño del caso que ya llevaba mucho retraso en el tiempo de solución.
Es lógico pensar que en un caso “quemado” el cliente ya se encuentra molesto porque ha visto desfilar por sus oficinas a mucha gente y el problema sigue sin resolverse. A veces el problema se había hecho más grande de lo que originalmente era. Tomar un caso de estos era enfrentarse a más de un problema al mismo tiempo.
En una ocasión en que ya dos ingenieros habían estado esforzándose por semanas en conectar más de 3 equipos a una base de datos, resultó que ambos tenían ya asignadas otras actividades y no podían continuar atendiendo el caso. Era una situación un tanto confusa: todo parecía trabajar bien, pero al momento de conectar el cuarto equipo a la base de datos los otros tres perdían la conexión. El error que marcaba la base de datos no daba mucha información. Como el cliente estaba sumamente molesto por el poco o nulo avance obtenido hasta ese momento, puso un plazo un tanto estricto. “Si no me resuelven esto hoy mismo me voy a asegurar de que corran a tus ingenieros o a ti mismo”, le dijo a mi jefe. “Tenemos un problema muy serio”, me dijo por teléfono. “Necesitamos arreglar eso hoy a como dé lugar. El cliente es amigo del presidente de nuestra empresa y ya está muy delicado el asunto”, advirtió con un tono tal que me pareció amenaza.
A regañadientes acepté ir sabiendo de antemano que ese cliente siempre había sido de trato muy pesado y estando molesto no mejoraría mucho. Llegué a las instalaciones del cliente con una sensación que iba desde el enojo hasta un temor enorme de no poder resolver el problema a tiempo. “Hasta morir”, había dicho mi jefe. Eso me imaginaba precisamente.
Para hacer todavía más tensa la situación, el cliente era de ese tipo de personas que suele referirse a todo mundo con un apodo fijo. Es decir, hay quienes llaman a todos “amigo”, otros dicen “colega”, “viejo” o “maestro”. En el caso de este cliente le decía a todos “doctor”.

-Hola, “doctor”. ¿Ya te dijeron que esto es urgentísimo? Tiene que quedar hoy mismo o van a tener problemas conmigo- fueron sus palabras de bienvenida para mi.
-Ya me platicaron algo de eso
-Es un caso difícil, “doctor”. No es cualquier cosa. Ya dos compañeros tuyos estuvieron aquí y no han podido darle en casi tres semanas.
-Sí, ya hablé con ellos y me dieron sus comentarios.
-Lo principal, “doc”, es que sólo se logran hacer tres conexiones simultáneas. En cuanto la cuarta entra se pierden todas las conexiones anteriores. Necesitamos cinco en total.
-Ok, necesito revisar el equipo de la base de datos.
-Si no puedes, ni pierdas tu tiempo, “doc”. De todas formas, no se salvan ya.
-Necesito ver qué errores marca.
-Como quieras, “doc”. Pero entre más tiempo pasa, más me desespero.

Honestamente, cada vez que oía el “doc” o el “doctor” me esforzaba por ocultar lo incómodo que me hacía sentir. Nunca he sido partidario de esos apodos “genéricos” pero, por la situación tan delicada que ya tenía con el problema de la base de datos, decidí ni siquiera mencionar nada. Me llevó al servidor donde estaba instalada la base de datos y me mostró la forma en que se producía el error. “Connection error”, era el único mensaje que obteníamos. No muy útil que digamos. “Ahí te quedas, ‘doc’. Cuando te rindas me avisas para empezar la fiesta”, dijo odiosamente el tipo.
Estuve varias horas en las instalaciones del cliente, siempre recibiendo el mismo mensaje de “Connection error” y a cada minuto el estrés se hacía más presente en mí. No lograba mayor avance y, adicionalmente, tenía que soportar las constantes visitas del cliente preguntando “¿cómo vas, ‘doc’? ¿todavía no te rindes?”. Había momentos en que deseaba mandarlo con un “doc” de verdad a punta de patadas. Pero me limitaba a contestar “no, todavía no”, mientras sudaba de los nervios.
Debo mencionar que no soy una persona muy apegada a la religión ni nada por el estilo, pero en aquellos momentos de enorme tensión, de mis labios empezaron a brotar súplicas de ayuda. “Ayúdame, Señor. Dame una ayudadita para arreglar esto”, dije en voz baja. Pero seguí sin poder encontrar la forma de arreglarlo por varios minutos más. “Sólo una señal, una pista para saber por dónde atacar el problema”, supliqué una vez más, aunque dentro de mí sabía que era poco probable ser escuchado. De pronto, algo cambió. De forma inusual noté algo en la pantalla del servidor. “No es posible”, pensé. “¿Será que mis plegarias están siendo escuchadas?”, pregunté incrédulo. Dudando de mis propios pensamientos seguí revisando aquello que había encontrado apenas. ¡Allí estaba la solución!
Con enorme emoción, llamé al cliente y le expliqué: “Esta versión del producto está limitada a 3 conexiones, si requieres un número mayor de equipos conectándose simultáneamente debes adquirir la versión ‘Gold’ que no tiene esta limitante”. El cliente se quedó mirando la evidencia que le mostraba yo en ese momento. No tuvo ninguna objeción. “Con razón no podíamos conectar el cuarto equipo. Tienes razón, ‘doc’. Buen trabajo”, dijo satisfecho. Llamé inmediatamente a mi jefe para darle la noticia. “¡Muy bien! -me felicitó- ¿Cómo encontraste la respuesta?”. No recuerdo exactamente qué fue lo que le dije en ese momento, pero la realidad fue que después de haber implorado al cielo por una pista, noté que frente a mí, en la pantalla del servidor, había quedado el archivo que contenía la información completa del producto y sus limitantes. Se llamaba “ReadMe.doc”


Apoyo al agente de soporte técnico.
Creo que la mayor frustración que sentimos al dar soporte técnico es escuchar que la gente a la que tratamos de ayudar no tiene ni la más remota idea de lo que tratamos de decirle. Y no es muy difícil darnos cuenta. Basta con hacer algunas preguntas sencillas para que la verdad salga a flote. “¿Que versión de Service Pack tienes instalada?”, sería una de ellas. “Servis ¿qué?”, sería la típica respuesta. Esto es un problema no sólo del lado técnico sino que implica todo un reto para saber manejar al cliente de forma que no se sienta demasiado estúpido tratando de responder. “Service Pack. No te preocupes, yo lo reviso”, por ejemplo.
Como un apoyo a todos aquellos que dan soporte técnico y se enfrentan a este tipo de usuarios día con día, he preparado un diálogo típico con las preguntas y respuestas que pueden resultar.

Yo: ¿Qué problema tiene el usuario final?
Usuario: No puede ver sus correos ni sus ‘meils’.
Yo: Ok, no puede ver sus correos.
Usuario: Ni sus ‘meils’.
Yo: Ok. Tampoco sus ‘meils’. ¿Pueden verse desde el OWA?
Usuario: ¿Desde el ‘Ogua’? Eh… no los vemos de tan lejos. Cada quien los ve en su ‘compu’.
Yo: Ok, no importa. Entonces sólo han tenido el problema en su Outlook ¿verdad?
Usuario: El ‘autlú’… ah, sí. Y no se ven los ‘meils’.
Yo: Ok, sí. Bueno, ¿pasa con todos los correos o sólo con algunos? ¿No falla sólo con los correos que tienen archivos adjuntos?
Usuario: Con todos los correos, según me dicen. Y con los ‘meils’.
Yo: ¿Suelen mandar muchos archivos por Outlook?
Usuario: No, por ‘meil’.
Yo: Ok, dejemos un momento el tema del correo. Y el de los ‘meils’, claro. Me decían que algunos usuarios tienen problemas cuando tratan de publicar un documento en el Sharepoint.
Usuario: ¿Cherpoin?
Yo: Sí, donde publican y almacenan sus documentos dentro de la intranet.
Usuario: No sé de eso. Sólo sé del ‘meil’.
Yo: Es que me habían dicho que lo del Sharepoint tenía prioridad, por eso quería saber. Es como un portal donde se pueden mostrar noticias, subir documentos, fotos y crear equipos de trabajo para que puedan colaborar.
Usuario: ¡Ah! ¿como ‘feisbuk’?
Yo: Sí, algo parecido a Facebook pero es sólo de uso interno.
Usuario: No, no sé. Es que aquí somos profesionales y no usamos esas tonterías.
Yo: Ok, no usan Facebook. ¿Pero algo parecido?
Usuario: No, no sé de qué me estás hablando.
Yo: Bueno, ¿usan Project aquí?
Usuario: ¿’Proyet’? No que yo sepa.
Yo: Funciona similar al Sharepoint si se usa en la intranet. Cada usuario actualiza sus proyectos y los demás pueden ver los avances de acuerdo a sus permisos.
Usuario: No, joven. Aquí nadie tiene permisos de nada. Es por seguridad.
Yo: Pero deben de colaborar de alguna forma. ¿Cómo se comunican?
Usuario: Por ‘meil’.
Yo: ¿Pero no usan otra cosa?
Usuario: El ‘tuiter’
Yo: ¿Usan Twitter?
Usuario: Sí, para saber qué hacen todos.
Yo: Interesante. Usan el microblogging entonces.
Usuario: No, el ‘tuiter’.
Yo: Bueno, es que es una herramienta para hacer microblogging. Es como poner un blog pero muy simple.
Usuario: No, los que publican blogs son idiotas.
Yo: ¿Perdón?
Usuario: Sí, son una bola de ‘ners’ que no tienen otra cosa que hacer más que andar perdiendo el tiempo publicando blogs.
Yo: Bueno, hay muchos tipos de blog que…
Usuario: Son pendejos sin quehacer que se la viven pegados a las máquinas como si fueran a obtener algo de provecho.
Yo: No todos los que…
Usuario: ¡Que se consigan una vida y que dejen de andar saturando el internet que está bien lento en mi casa!
Mi angelito: (Calma, no tiene idea de lo que dice. Además no lo dice por ti. No sabe que tú tienes un blog)
Yo: Bueno, yo tengo un blog…
Usuario: ¡Sabía que eras uno de esos inútiles que cree que lo sabe todo! ¡Lúser! ¡No tienes nada que enseñarme!
Mi diablito: (¡Patéalo! ¡Ahora!)
Mi angelito: (¡No! Tranquilo, es tu cliente)
Yo: Con todo respeto…
Usuario: ¡Eres un patético insecto que se la vive ‘chatiando’! ¡Lúser! ¡Lúser! ¡Lúser! ¡Lúser!
Mi angelito: (¡Atácalo, ya!)
Mi diablito: (¡A la yugular!)
Yo: ¡Toma esto! ¡Aparte de imbécil no tienes idea de nada! ¡No sé como puedes tener un trabajo! ¡Toma esto! ¡Y esto! ¡Checa tu pinche ‘meil’!
Usuario: ¡Aayyy! ¡Lúser! ¡Aaayy!
Mi angelito: (Hazle un favor al mundo: ¡que no se reproduzca!)
Usuario: ¡Nooooo! ¡Allí noooo! ¡Aayyy!
Mi diablito: (¡¡Aaghhh!! ¡Ya me dio asco!)

Perdón, mi imaginación voló y creo que me dejé llevar por los sentimientos que a veces tengo en este trabajo. Si de algo sirve, nunca he llegado a estos extremos… aunque poco ha faltado.
¿Algún comentario?
Mi diablito: (¡Noooo!)

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