sábado, 19 de septiembre de 2009

De temblores y cosas peores...

El día de ayer se llevó a cabo lo que la Secretaría de Protección Civil llamó oficialmente el "Macro Simulacro 2009". Para los que no se hayan enterado, el objetivo era reforzar la conciencia ciudadana en cuestiones de procedimientos de desalojo de edificios y lugares de trabajo en caso de algún evento sísmico.

He vivido en el Área Metropolitana del D.F. durante toda mi vida y, aunque estoy familiarizado (tal vez hasta acostumbrado) con los eventos sísmicos que constantemente ocurren aquí, todavía no estoy plenamente convencido de que los simulacros (Macro o no) realmente funcionen para todos en una emergencia real. Permítanme explicar esto un poco más.

Los primeros temblores que recuerdo en mi vida me llevan a aquellos lejanos tiempos cuando todavía era estudiante de primaria. No había en mí la más mínima conciencia (ni ciudadana ni de ningún otro tipo) de lo que podía ocurrir durante un sismo. Sólo veía cómo mis maestras se volvían histéricas tratando de sacarnos a gritos del salón de clases mientras todo se sacudía suavemente. Claro, al ser todavía un niño, más que asustarme me divertía al darme cuenta que no era posible caminar en línea recta por más de dos pasos. En lugar de utilizar el clásico comentario que ahora se escucha después de un temblor "estuvo fuerte ¿no?", solíamos usar el no tan clásico "¡órale, se sintió padre!". Por supuesto, no todo era alegría. Me intrigaba la razón por la cual los adultos se alteraban tanto si, en mi pensamiento, "nunca pasaba nada". Aparte, para mi enorme sorpresa, había uno que otro niño que terminaba más que pálido después de que todo había acabado. ¿Cómo podían no disfrutar algo así? Aparte de poder ir corriendo al patio ¡las clases se suspendían! Personalmente, me divertía cuando regresábamos al salón y, usando mis infalibles zapatos con suela suave, provocaba nuevos "temblores" en la silla de la compañera de enfrente, quién siempre salía corriendo jurando que había vuelto a temblar. Perdón, Marce, fui yo.

Otro recuerdo que tengo de la misma época fue cuando, durante un temblor más, mi madre nos obligó a mis hermanos y a mí a colocarnos debajo del marco de la puerta principal del departamento donde vivíamos. Ahora sé que, en el caso de que la intensidad del sismo hubiera sido mayor, aquel sobrevalorado marco de puerta no hubiera sido de mucha ayuda. Sin embargo, fue de las primeras acciones que empecé a tomar como parte de mi "conciencia sísmica": buscar un marco de puerta para protegerme. Bueno, tal vez tenía que pagar de alguna forma las bromas que le gasté a la pobre Marce (quien me haya visto seguro se rió de mí tanto como yo me reí de ella). Aunque claro, con el tiempo cambié los marcos de puerta por columnas que parecían ofrecer mayor protección en caso de que todo se viniera abajo. Pero eso nunca había pasado.

Sin embargo, el 19 de Septiembre de 1985, cuando estaba ya en Secundaria, vi por primera vez lo que un sismo de alta magnitud podía causar:

En ese entonces vivía yo en Tlalnepantla, en las afueras del D.F. Era jueves y parecía un día de escuela normal. La primera clase del día: Taller. Para el caso de los hombres, Herrería. Para las mujeres, Taquimecanografía (sí, todavía existían las máquinas de escribir y había que aprender a usarlas). Ese día, nuestro profesor, "El Fierros", había decidido que tuviéramos una sesión teórica en lugar de ir al patio donde se encontraba la máquina soldadora y todas las herramientas que normalmente utilizábamos. Estábamos gustosamente tomando dictado sobre la interesantísima Historia de la Herrería cuando sentimos, sorpresivamente, una fuerte sacudida. Lo primero que todo mundo hizo en ese caso fue avisar a los demás "¡está temblando!", como si nadie más lo hubiera sentido. Lo segundo, fue voltear a ver al "Fierros" y darnos cuenta de que no tenía idea de qué hacer. Al principio nos gritó: "¡No se paren! Vamos a esperar que se pase". Así que permanecimos en nuestro lugar obedientemente durante unos segundos, hasta que vimos que de otros salones salían disparados hacia el patio y al "Fierros" no lo quedó de otra más que decir: "Salgan, ¡pero sin correr!". Debo admitir que en esta última parte no fuimos tan obedientes. Todos los temblores que me había tocado presenciar duraban unos cuantos segundos y todo volvía a la normalidad. Este parecía no acabar. Estábamos todos amontonados en el patio esperando que todo acabara. Revisando postes de luz, cables, los tableros de la cancha de básquetbol, los árboles. Cualquier cosa que dejara de moverse de un lado a otro para que finalmente pudiéramos decir "ya pasó". Pero no fue tan rápido. Las paredes del edificio donde estábamos empezaron a crujir. Las casas vecinas emitían un ruido que aun hoy recuerdo y que hace que sienta escalofríos. A lo lejos se escuchaban vidrios rompiéndose, gente llorando. Y el piso seguía sacudiéndose. No sé cuánto tiempo pasó. Los reportes oficiales podrán decir lo que sea, pero para todos los que lo sentimos duró una eternidad. Finalmente se detuvo. Hubo una inquietante calma. Aparentemente, no había pasado nada. Los maestros comenzaron a revisar el edificio antes de dejarnos subir a nuestros salones nuevamente. Después de una larga revisión, los maestros determinaron que no era seguro regresar a clases. Había varias paredes con grietas y no resultaba seguro que permaneciéramos mucho tiempo allí. Sólo permitieron que fuéramos por nuestras mochilas y nos dejaron ir. Mi casa estaba a sólo unos pasos de la escuela, así que llegué cuando todavía muchos vecinos estaban en la calle aún asustados por lo que recién había pasado. Quién se iba a imaginar que al prender la T.V. sólo aparecían escenas de destrucción, pánico y muerte. Edificios destruidos, vehículos chocados, gente atrapada entre toneladas y toneladas de escombros. Fue algo realmente horrible.

No entraré en más detalle sobre lo ocurrido durante ese temblor y la réplica que le siguió la noche del viernes 20 de Septiembre. Sólo diré que a partir de esos días me di cuenta de por qué la gente le tenía tanto miedo a los sismos y mi actitud hacia ellos comenzó a cambiar. Y aparentemente, la actitud de las autoridades también cambió al respecto.

Desde entonces, cientos de simulacros se han organizado en la ciudad. Todos ellos tratando de educar a la gente sobre procedimientos de evacuación, localización de sitios seguros, etc. Como una persona que atiende al sector público, paso mucho tiempo en sus instalaciones y me ha tocado formar parte de varios tipos de simulacro. Y cuando digo "varios tipos de simulacro" no me refiero sólo al tipo de emergencia que se simula sino también al tipo de procedimientos que se utilizan. El año pasado, durante un simulacro de incendio en las oficinas de mi cliente, empezaron a sonar las alarmas tipo "chicharra" y varias luces de emergancia se encendieron. Por un momento, no supe qué ocurría ni qué hacer. De repente, una persona con chaleco y casco rojos comenzó a darnos indicaciones para formar una fila y desalojar el edificio. Bajamos por las escaleras y en menos de 3 minutos llegamos a un "punto de reunión" seguro. Todo salió como se esperaba afortunadamente. Sin embargo, el simulacro de ayer llamó mi atención en más de un aspecto. Para empezar, pese a que era el mismo cliente que en el simulacro anterior, estaba yo en un edificio mucho más alto, en lo que se podría llamar la "Torre Ejecutiva". Era un piso 20. A diferencia de la vez anterior, en lugar de "chicharras", una amable voz femenina anunció por el sonido local que en ese momento "daban inicio las actividades de evacuación del Macro Simulacro". Nuevamente aparecieron los personajes con chaleco y casco rojos dando indicaciones. Pero en esta ocasión se escuchó música por el sonido local. ¿Sería para tratar de relajar a la gente? ¿tal vez como los violinistas tocando durante el hundimiento del Titanic? Después de todo estábamos en la Torre Ejecutiva. "Simulacro Ejecutivo" pensé. Tras 20 pisos y 2 mezzanines bajados por las escaleras, llegamos al punto de reunión seguro... casi 20 minutos después de haber iniciado. Todo un logro en caso de sismo ¿no?

Sin embargo, no son los procedmientos lo que me preocupan de estos simulacros, sino que no están hechos para todos. Ayer por la tarde estaba platicando con una amiga sobre el famoso Macro Simulacro y comentó que un consultor de nuestra empresa había estado con ella en una de sus cuentas. No habría despertado en mí la actual preocupación de ahora siento, de no saber que el consultor del que hablamos usa una silla de ruedas. Inmediatamente me lo imaginé tratando de bajar 20 pisos de escaleras en su silla de ruedas. Tal vez a muchos se les ocurra que a él le permitirían bajar por los elevadores como un caso especial, pero la realidad es que ni siquiera había nadie que estuviera al pendiente de esta situación. Y recordé el último temblor real que había pasado. A nadie se le permitió usar el elevador. Todos bajaron por las escaleras más de 25 pisos. Los procedimientos de "seguridad" especifican que los elevadores no deben ser utilizados. Claro, sé que un elevador no es el medio más seguro para bajar durante una emergencia, pero una escalera es mucho peor para quienes usan silla de ruedas. Y sólo estoy mencionando un caso, pero las situaciones son diversas.

No es fácil. Lo sé. Pero todavía falta mucha educación, infraestructura, procedimientos, etc. para que TODOS sepamos qué hacer durante una situación de emergencia y tengamos las mismas oportunidades. Mientras todas estas cosas no estén completas los simulacros no serán efectivos en su totalidad.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Reencuentros

Hace no mucho tiempo, me encontré con un ex-compañero de Vocacional justo afuera de los elevadores del edificio donde ambos trabajamos. Sí, después de casi 20 años sin vernos y de varios trabajando en el mismo edificio, fue por una coincidencia que nos encontramos.

Después de platicar un rato y ponernos rápidamente al día -bueno, lo que pudimos durante los escasos 15 minutos que duró nuestra conversación- intercambiamos correos, teléfonos y quedamos en tratar de organizar una reunión entre los compañeros que aun mantenían contacto con él. En mi caso, desde que dejé de estudiar perdí cualquier contacto con mis compañeros por situaciones que no viene al caso mencionar en este momento. Así que dependíamos totalmente de él para juntar a la mayor cantidad de gente para nuestra reunión.

No pasó mucho tiempo cuando recibí un correo electrónico de su parte. Era precisamente el correo donde invitaba a "todos" a una reunión para recordar viejos tiempos. Por supuesto, más allá del contenido del mensaje, mi atención se fijó en las personas a las que lo había enviado. No eran muchos. Pero afortunadamente, todos eran conocidos para mí. Allí estaban Gustavo (el Scout), Gabriel (el Macizo), Tony (la Toña), Adriana (la Asshh), Ma. Eugenia (la Maru). Pero el nombre que definitivamente captó más mi atención fue el de Sandra (así, sin apodo). Sandra y yo fuimos novios durante esos años de estudio en vocacional y un poco más.

Nuestra relación fue muy bonita y aun despierta en mí muchos recuerdos muy agradables. Quisiera poder mencionar la razón por la cual dejamos de vernos pero, honestamente, no la recuerdo... tal vez no la quiero recordar.

Como resultado del correo que Leonardo (el Gabachas) envió, yo contesté animando a los incluídos en él para organizar la tan anhelada reunión e incluí los datos de mi celular, messenger, etc. Nadie contestó. Sin embargo, eso no significa que no tuviera respuesta. A los pocos días de haber contestado el correo recibí una llamada al celular de un número desconocido:

- Bueno.
- Hola. ¿Cómo estás?
- Bien, ¿y tú?
- Bien también... No sabes quién habla ¿verdad?
- No, la verdad no.
- Sandra

Mil pensamientos pasaron por mi mente al escuchar su nombre en el auricular. Inmediatamente relacioné que había obtenido mi número por el correo que envié pero eso no cortó mi sorpresa. Escuchar su voz después de tantos años fue muy raro para mí. Empezamos a platicar durante unos 10 minutos tratando de contar cada quién su historia de casi 20 años. Finalmente, escuché en el teléfono una frase que tarde o temprano surgiría: "Y entonces, ¿cuándo nos vemos?". Por un lado, tenía enormes deseos de verla: no nos guardábamos ningún rencor, nos conocíamos perfectamente y todo mundo envidiaba el tipo de relación que habíamos tenido porque nos llevábamos muy bien. Pero por otro lado... bueno, en ese momento no hubo otro lado. Pusimos el día y la hora para vernos.

Durante los días que pasaron antes de vernos nuevamente, Sandra y yo tuvimos un par de conversaciones telefónicas durante las cuáles seguimos contándonos detalles de la vida posterior a nuestra relación. Por extraño que parezca, era como estar platicando con alguien a quien nunca había dejado de ver. Su voz sonaba tan familiar para mí que me producía una sensación sumamente rara. Aun así, tenía en mente muchas dudas: ¿cómo sería ella ahora? ¿sobre qué platicaríamos? ¿qué novedades y sorpresas surgirían durante nuestra conversación? ¿qué resultaría de nuestra reunión?

El día y la hora llegaron. Estaba lloviendo y yo esperaba afuera del lugar donde nos veríamos. Cada persona que se acercaba a lo lejos me parecía familiar. Fueron momentos un tanto desconcertantes. ¿Qué tanto podía cambiar una persona en 20 años? ¿la reconocería? ¿me reconocería ella a mí? Finalmente llegó. Curiosamente, al verla inmediatamente supe que era ella pese a los cambios que el tiempo nos hace pasar. Ella también me reconoció, así que entramos y comenzamos a platicar.

Recorrimos todos los años que habían pasado desde la última vez que nos vimos. Trabajos, parejas, casas, hijos, amigos, alegrías, tristezas. Hubo de todo un poco, excepto de nosotros. Sin haber sido un acuerdo como tal, ninguno mencionó nuestra relación durante las 4 horas que duró nuestra plática.

No puedo negarlo: fue una bonita velada. Definitivamente las situaciones por las que hemos pasado nos han hecho personas diferentes. Lo que alguna vez nos atrajo había desaparecido casi por completo. Por supuesto que puede existir una buena amistad, compañerismo. Nada más.

Me alegro de haber podido ir a darme cuenta de esta y otras situaciones. Todo va formando parte de las experiencias que cualquier ser humano debe tener para entender mejor su vida y la de las demás.

Añoro seguir viendo amigos y saber cómo les ha ido, cómo han ido formando su historia. Finalmente, su historia forma ya parte de la mía... y puede continuar.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Día de Carrera


Hoy me aventuré a correr 10 Km en Ciudad Universitaria en un evento patrocinado, entre muchos, por una cadena de gimnasios que promueve lo que ellos llaman "el deporteísmo". Cuando me inscribí en la carrera, hace unas semanas, en realidad fue más por un error que por el deseo en sí de competir en ella. Les explico:

Recientemente, un compañero del trabajo empezó a correr de forma regular y, de hecho, había completado ya un par de carreras de 5 Km. Un día, en una conversación vía Chat, comenzó a pedirme tips y algún tipo de programa de entrenamiento para poder subir su distancia a 10 Km. En ese momento recordé aquellos tiempos en que yo mismo inicié un programa para correr por primera vez 10 Km y le di algunas sugerencias para lograrlo. La plática giró entonces en torno a tiempos en 5 y 10 Km cuando yo inicié. Fue entonces que soltó una pregunta inesperada para mí: ¿cuándo fue la última vez que corriste 10 Km? Fue necesario forzar algunas neuronas a moverse para que pudiera darme cuenta que había pasado más de 1 año sin que compitiera en esa distancia. Claro, tenía mis razones. El año pasado, al correr un medio maratón, me lastimé severamente la rodilla derecha. Pasé varios meses sin entrenar y mi deseo de volver a competir quedó mermado desde entonces.

Cabe aclarar que no es que no haya seguido entrenando ni compitiendo: Hace un par de meses corrí un medio maratón, pero el tipo de competencia y el entrenamiento son totalmente diferentes que para 10 Km. Muchos consideran los 10 Km como una carrera de fondo, aunque en realidad tiene varios elementos de una carrera de velocidad, y el entrenamiento debe enfocarse en ambos aspectos.

Mi compañero insistió en que debería meterme a una carrera de 10 Km y eso incluso le serviría a él como compromiso para seguir entrenando: si los 2 nos inscribíamos, tenía más probabilidad de continuar con sus entrenamientos y así poder correr juntos el día de la carrera. Así que acepté y tratamos de ponernos de acuerdo para ver cuál carrera elegir. A él le llamó la atención una en Ciudad Universitaria. Sentí que era mi obligación advertirle: las carreras en Ciudad Universitaria son muy pesadas por las subidas y bajadas en la ruta. Esto no pareció importarle así que decidimos que allí sería la carrera. Sin embargo, a la hora de inscribirme por Internet, consulté las carreras que tendrían lugar en CU y elegí la del día de hoy pensando que era la misma a la que mi compañero se refería. Cuál sería mi sorpresa al enterarme que él se había inscrito a una que se correrá en Octubre. Bueno, ya había pagado mi inscripción, así que lo más sensato era prepararme y correr lo mejor posible en la carrera que yo había elegido.

Así que allí estaba yo el día de hoy por la mañana, llegando al estacionamiento del Estadio Universitario poco antes de las 7 am. La temperatura era baja pero se sentía bastante humedad por la lluvia que duró casi todo el día de ayer. Mientras buscaba lugar para estacionarme comenzaron a llegar a mi cabeza los típicos pensamientos que la mayoría de los corredores tenemos antes de iniciar la carrera: ¿habrá sido suficiente y adecuada mi preparación? ¿resistiría las subidas y bajadas de la ruta? ¿podría mantenerme sin lesiones ocasionadas por el esfuerzo?

Decidí empezar a calentar sin preocuparme mucho por estos pensamientos mientras escuchaba todo lo que el animador/comentarista decía para animar el ambiente. A mi alrededor, hombres y mujeres de todas las edades. Todos ellos iniciando su propia rutina de calentamiento. Unos riendo, otros con rostro de concentración total. Había quienes iban acompañados, otros que íbamos solos. Poco a poco se acercó el momento y entramos a la formación. Ante nosotros, la entrada a la pista olímpica del Estadio. Conforme se acercaba la hora de salida (8 am), íbamos acercándonos a la mitad de la pista, desde donde partiríamos y, al final, a donde llegaríamos también. Se escucha el Himno Nacional que algunos de los corredores cantan y otros murmuran. Finalmente, el disparo de salida.

Después de la euforia inicial causada por el arranque, comienza la competencia. Es un ambiente especial: puede escucharse la lluvia de pisadas que golpean el pavimento y el coro de respiraciones profundas y jadeos provenientes de cada uno de los participantes. Hay gente ubicada en diferentes puntos de la ruta animándonos con porras y aplausos: “Falta poco, no se desanimen” “Vamos, corredores” “Sí se puede”.

Las subidas y bajadas comienzan a causar poco a poco estragos y conforme pasa el tiempo, la lluvia de pisadas comienza a parecer menos intensa, pero los jadeos aumentan en frecuencia y volumen. Sin embargo, al ir completando la distancia, y al tener a la vista nuevamente la entrada del Estadio Olímpico las energías vuelven al cuerpo nuevamente. Es un efecto que siempre ha llamado mi atención: No importa qué tan cansado te sientas, al visualizar la meta algo te impulsa a correr más rápido y vuelves a sentirte fuerte.

Así que, como todos, hice mi esfuerzo final y crucé la meta. Misión cumplida. Teniendo en cuenta mi última carrera en CU, mi tiempo mejoró. Mi rodilla no tuvo ningún problema y una enorme satisfacción se apoderó de mí. Lo había hecho: no era sólo el completar la carrera sino el sentir que, pese a todas las dificultades por las que había pasado, todavía podía sentirme competitivo. Todavía podía sentirme joven. 51 minutos con 6 segundos. Lugar 23 de mi categoría. Lugar 331 de mi rama. Lugar 370 general. Considerando que participamos unos 4,000 corredores, no estuvo mal.

Es importante para toda la gente tener logros, llámense carreras terminadas, días divertidos con familiares y amigos, reconocimientos laborales, trabajos bien hechos. Pero también es importante saber sobreponerse a las adversidades y a las malas experiencias para, poco a poco, convertirlas en retos y en nuevas oportunidades de éxito.

Las metas las ponemos nosotros. Y se requiere preparación también de nuestra parte. Pero las porras que escuchamos a lo largo de la carrera provienen de la gente desinteresada que te rodea y que simplemente quiere que no te detengas, quieren que cruces la meta pese al cansancio y a las condiciones de la ruta. A esas personas que están allí cada día motivando mi vivir... ¡Gracias!

jueves, 3 de septiembre de 2009

Memorias de Guanajuato

Nunca ha sido muy de mi agrado acudir a lugares plagados de gente ni a eventos multitudinarios a menos que exista una buena razón de por medio. Por esto mismo, prefiero evitar salir de vacaciones en verano, cuando las playas y demás sitios turísticos están a su máxima capacidad.

Sin embargo, este año tuve varias razones para romper con esta costumbre. Para empezar, estaba a punto de perder días de vacaciones acumulados de años anteriores en el trabajo. Debo reconocer que, aunque sí había tomado algunos días de descanso, la realidad es que no habían sido suficientes como para verdaderamente disfrutarlos. Aunado a esto, había pasado laboral y personalmente por situaciones muy desgastantes que produjeron en mí la necesidad de alejarme, aunque fuera por unos días, de mis actividades diarias. Pero tal vez la razón más importante que me motivó a tomar la decisión de salir este verano, fue el poder reconocer en personas muy queridas el sentimiento de que unas largas vacaciones serían lo mejor para mí.

Y así empezó todo. Solicité mis vacaciones. No los típicos 5 días que acostumbraba pedir, sino 10 esta vez. Sí, sé que para muchos 10 días pudieran parecer pocos, pero créanme, llevaba años sin pasar tanto tiempo fuera de una oficina.

Una vez determinado el tiempo que tomaría, mi siguiente pregunta fue: ¿a dónde ir? Recordemos que mi desagrado por los sitios concurridos reduce significativamente las opciones en verano. Tampoco quería un lugar demasiado escandaloso que al final me provocara solicitar días de vacaciones para descansar de mis días de vacaciones. Debía ser un sitio que me ayudara a reflexionar, relajarme y divertirme a la vez.

Aunque suene increíble, pasé varios días tratando de decidir dónde pasar las vacaciones. Por supuesto que tenía varias alternativas en mente: Querétaro, Aguascalientes, Nuevo México. Pero por una razón u otra no lograban convencerme del todo. Distancias, tiempos, actividades, atracciones. Siempre había algo que me hacía pensar en seguir buscando más. Curiosamente, como pasa normalmente en estas situaciones, fue una casualidad la que me ayudó a tomar la decisión.

Durante una noche de ocio, me encontraba conectado a una red social sin mucho que hacer más que consultar los "status" de mis amigos, viendo fotos, resolviendo cuestionarios tontos, abriendo "galletas de la fortuna" y otras "actividades" que uno suele hacer al estar "en línea". Vi entonces que tenía una solicitud de amistad pendiente. Para mi sorpresa, era la solicitud de una persona a la cual no había visto en unos 17 años aproximadamente. Definitivamente la acepté. Lo primero que hice fue enviarle un mensaje y preguntarle lo clásico: ¿Cómo has estado? ¿A qué te dedicas? ¿A quién has visto? Y no podía faltar la clásica casi promesa de "A ver cuándo nos vemos para platicar y ponernos al corriente". Pensé que sería uno de tantos mensajes que duran días en el limbo antes de recibir respuesta. Pero en este caso, recibí la contestación apenas unos minutos después de haber escrito el mensaje. Para no entrar en muchos detalles sobre lo que me respondió, sólo diré que entre las personas a la cuales ella seguía frecuentando estaba una amiga que recientemente había estado comentando sobre un viaje al que fuimos en grupo. Un viaje a Guanajuato.

Déjenme hacer un paréntesis para comentarles que yo soy Chilango de nacimiento (y no sé de qué otra forma podría serlo) pero mis padres son originarios de Guanajuato, aunque por azares del destino decidieron mudarse a la Ciudad de México. El resto de la historia sale sobrando. Pero fue así que desde muy pequeño recuerdo viajes a aquel estado con el fin de visitar, e incluso conocer, a cada vez más familiares. No quiero ahondar mucho en el tema pero, poco a poco, mi familia en Guanajuato pasó a ser mi familia en Estados Unidos. En no muchos años, todos habían migrado en busca de mejores condiciones de vida a diferentes estados de esa nación. Por lo tanto, mis visitas a Guanajuato cesaron hace ya mucho tiempo, aunque quedó en mí un cariño especial por el lugar. Fin del paréntesis.

Inmediatamente después de leer el mensaje de mi amiga, vinieron a mi mente muchos recuerdos sobre el viaje que les platico. Lo primero fue el grupo de amigos que hicimos la excursión: Paty, Arturo, Araceli, Dagmara y yo. Fue un viaje rápido, apenas suficiente para recorrer las calles subterráneas, visitar uno que otro museo, subir el Cerro del Cubilete y desvelarnos alegremente durante las tradicionales "callejoneadas". No, no hubo "reventón" en el antro ni borracheras memorables donde no se tiene nada que recordar. Fue simplemente eso, un paseo entre amigos con noches bohemias y sinfín de anécdotas para contar. Reímos, lloramos, nos unimos como amigos. Vivimos. Y aunque lo recordé como si todo hubiera ocurrido hace apenas unos días, o unos meses, la realidad es que habían pasado ya 19 años desde entonces. Fue así que lo decidí. Guanajuato despertaba tantas memorias agradables en mí que resultaría el lugar ideal para ir a olvidarme un momento de mi cotidianeidad citadina.

Desde luego, este viaje sería muy diferente a los anteriores. En esta ocasión mi único acompañante fue mi hijo de 16 años. Aunque él ya había visitado Guanajuato anteriormente, sólo fue para asistir a la primera comunión de un primo. Lo cual se traduce en: llegó, fue a la misa, a la fiesta y se regresó. Realmente no conoció gran cosa después de todo. Así que su ánimo era muy bueno para ir y conocer todo lo que se pudiera en el tiempo que estaríamos allí. Aun así, siempre existen las dudas: ¿lo disfrutará igual que yo? ¿se aburrirá en la segunda visita a museos que realicemos? ¿buscará algún antro donde refugiarse por las noches? Sólo había una forma de saberlo. Y así inició.

Sin entrar en mucho detalle les platico que nuestro viaje estuvo lleno de recorridos por rutas históricas, anécdotas de la Independencia Mexicana, visitas a museos, minas, chistes, risas, comidas deliciosas, canciones, música, caminatas interminables pero relajantes a la vez. Repeticiones incontables del nombre completo de Diego Rivera que aún recuerdo: Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez. La visita a lugares increíbles como el Castillo de Santa Cecilia. El recorrido por una de las Ex-haciendas más bellas que yo recuerde, la de San Gabriel de la Barrera. Fotos, templos, charlas, café, vida, buen humor y muchos, muchos nuevos recuerdos.

Guanajuato ha estado siempre lleno de magia para mí y esta vez no fue la excepción. No sólo por los lugares en donde me ha tocado estar, sino por la gente con la que he tenido la fortuna de ir y las situaciones que me han tocado vivir.

A final de cuentas, lo que hace maravilloso a un lugar son las cosas que se viven en él, los recuerdos y memorias que te llegan a la mente al decir su nombre, la gente que te acompañó, la gente que te lo recomendó.

Gracias a este pequeño paseo hoy tengo más nombres de personas, más situaciones, más recuerdos, más imágenes imborrables que aparecen todas en mi pensamiento al escuchar una sola palabra: Guanajuato.