jueves, 3 de septiembre de 2009

Memorias de Guanajuato

Nunca ha sido muy de mi agrado acudir a lugares plagados de gente ni a eventos multitudinarios a menos que exista una buena razón de por medio. Por esto mismo, prefiero evitar salir de vacaciones en verano, cuando las playas y demás sitios turísticos están a su máxima capacidad.

Sin embargo, este año tuve varias razones para romper con esta costumbre. Para empezar, estaba a punto de perder días de vacaciones acumulados de años anteriores en el trabajo. Debo reconocer que, aunque sí había tomado algunos días de descanso, la realidad es que no habían sido suficientes como para verdaderamente disfrutarlos. Aunado a esto, había pasado laboral y personalmente por situaciones muy desgastantes que produjeron en mí la necesidad de alejarme, aunque fuera por unos días, de mis actividades diarias. Pero tal vez la razón más importante que me motivó a tomar la decisión de salir este verano, fue el poder reconocer en personas muy queridas el sentimiento de que unas largas vacaciones serían lo mejor para mí.

Y así empezó todo. Solicité mis vacaciones. No los típicos 5 días que acostumbraba pedir, sino 10 esta vez. Sí, sé que para muchos 10 días pudieran parecer pocos, pero créanme, llevaba años sin pasar tanto tiempo fuera de una oficina.

Una vez determinado el tiempo que tomaría, mi siguiente pregunta fue: ¿a dónde ir? Recordemos que mi desagrado por los sitios concurridos reduce significativamente las opciones en verano. Tampoco quería un lugar demasiado escandaloso que al final me provocara solicitar días de vacaciones para descansar de mis días de vacaciones. Debía ser un sitio que me ayudara a reflexionar, relajarme y divertirme a la vez.

Aunque suene increíble, pasé varios días tratando de decidir dónde pasar las vacaciones. Por supuesto que tenía varias alternativas en mente: Querétaro, Aguascalientes, Nuevo México. Pero por una razón u otra no lograban convencerme del todo. Distancias, tiempos, actividades, atracciones. Siempre había algo que me hacía pensar en seguir buscando más. Curiosamente, como pasa normalmente en estas situaciones, fue una casualidad la que me ayudó a tomar la decisión.

Durante una noche de ocio, me encontraba conectado a una red social sin mucho que hacer más que consultar los "status" de mis amigos, viendo fotos, resolviendo cuestionarios tontos, abriendo "galletas de la fortuna" y otras "actividades" que uno suele hacer al estar "en línea". Vi entonces que tenía una solicitud de amistad pendiente. Para mi sorpresa, era la solicitud de una persona a la cual no había visto en unos 17 años aproximadamente. Definitivamente la acepté. Lo primero que hice fue enviarle un mensaje y preguntarle lo clásico: ¿Cómo has estado? ¿A qué te dedicas? ¿A quién has visto? Y no podía faltar la clásica casi promesa de "A ver cuándo nos vemos para platicar y ponernos al corriente". Pensé que sería uno de tantos mensajes que duran días en el limbo antes de recibir respuesta. Pero en este caso, recibí la contestación apenas unos minutos después de haber escrito el mensaje. Para no entrar en muchos detalles sobre lo que me respondió, sólo diré que entre las personas a la cuales ella seguía frecuentando estaba una amiga que recientemente había estado comentando sobre un viaje al que fuimos en grupo. Un viaje a Guanajuato.

Déjenme hacer un paréntesis para comentarles que yo soy Chilango de nacimiento (y no sé de qué otra forma podría serlo) pero mis padres son originarios de Guanajuato, aunque por azares del destino decidieron mudarse a la Ciudad de México. El resto de la historia sale sobrando. Pero fue así que desde muy pequeño recuerdo viajes a aquel estado con el fin de visitar, e incluso conocer, a cada vez más familiares. No quiero ahondar mucho en el tema pero, poco a poco, mi familia en Guanajuato pasó a ser mi familia en Estados Unidos. En no muchos años, todos habían migrado en busca de mejores condiciones de vida a diferentes estados de esa nación. Por lo tanto, mis visitas a Guanajuato cesaron hace ya mucho tiempo, aunque quedó en mí un cariño especial por el lugar. Fin del paréntesis.

Inmediatamente después de leer el mensaje de mi amiga, vinieron a mi mente muchos recuerdos sobre el viaje que les platico. Lo primero fue el grupo de amigos que hicimos la excursión: Paty, Arturo, Araceli, Dagmara y yo. Fue un viaje rápido, apenas suficiente para recorrer las calles subterráneas, visitar uno que otro museo, subir el Cerro del Cubilete y desvelarnos alegremente durante las tradicionales "callejoneadas". No, no hubo "reventón" en el antro ni borracheras memorables donde no se tiene nada que recordar. Fue simplemente eso, un paseo entre amigos con noches bohemias y sinfín de anécdotas para contar. Reímos, lloramos, nos unimos como amigos. Vivimos. Y aunque lo recordé como si todo hubiera ocurrido hace apenas unos días, o unos meses, la realidad es que habían pasado ya 19 años desde entonces. Fue así que lo decidí. Guanajuato despertaba tantas memorias agradables en mí que resultaría el lugar ideal para ir a olvidarme un momento de mi cotidianeidad citadina.

Desde luego, este viaje sería muy diferente a los anteriores. En esta ocasión mi único acompañante fue mi hijo de 16 años. Aunque él ya había visitado Guanajuato anteriormente, sólo fue para asistir a la primera comunión de un primo. Lo cual se traduce en: llegó, fue a la misa, a la fiesta y se regresó. Realmente no conoció gran cosa después de todo. Así que su ánimo era muy bueno para ir y conocer todo lo que se pudiera en el tiempo que estaríamos allí. Aun así, siempre existen las dudas: ¿lo disfrutará igual que yo? ¿se aburrirá en la segunda visita a museos que realicemos? ¿buscará algún antro donde refugiarse por las noches? Sólo había una forma de saberlo. Y así inició.

Sin entrar en mucho detalle les platico que nuestro viaje estuvo lleno de recorridos por rutas históricas, anécdotas de la Independencia Mexicana, visitas a museos, minas, chistes, risas, comidas deliciosas, canciones, música, caminatas interminables pero relajantes a la vez. Repeticiones incontables del nombre completo de Diego Rivera que aún recuerdo: Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez. La visita a lugares increíbles como el Castillo de Santa Cecilia. El recorrido por una de las Ex-haciendas más bellas que yo recuerde, la de San Gabriel de la Barrera. Fotos, templos, charlas, café, vida, buen humor y muchos, muchos nuevos recuerdos.

Guanajuato ha estado siempre lleno de magia para mí y esta vez no fue la excepción. No sólo por los lugares en donde me ha tocado estar, sino por la gente con la que he tenido la fortuna de ir y las situaciones que me han tocado vivir.

A final de cuentas, lo que hace maravilloso a un lugar son las cosas que se viven en él, los recuerdos y memorias que te llegan a la mente al decir su nombre, la gente que te acompañó, la gente que te lo recomendó.

Gracias a este pequeño paseo hoy tengo más nombres de personas, más situaciones, más recuerdos, más imágenes imborrables que aparecen todas en mi pensamiento al escuchar una sola palabra: Guanajuato.

1 comentario:

  1. Hola Julius!!
    Jamás he ido a Guanajuato y de leer tu blog ya me dieron ganas, suena todo tan mágico!! Eres de los míos, tampoco me gustan las muchedumbres...

    Gracias también por el breviario cultural, no sabía el nombre completo de Diego Rivera...

    Saludos, Zoraima

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