jueves, 24 de diciembre de 2009

Anécdotas de Soporte Técnico

Trabajar en el área de soporte técnico no es precisamente la labor más fácil que uno pudiera realizar. A lo largo de (ya muchos) años desempeñando diversas funciones relacionadas a esta área (y como conclusión general) puedo decir que es un trabajo pocas veces apreciado: Si las cosas van bien, es simplemente que ese es tu trabajo, es tu obligación y nadie lo nota; si las cosas salen mal nadie sabe qué diablos estás haciendo, sigue siendo tu obligación y todos te lo reclaman.
Para no ser tan fatalista y poco conforme, debo decir que hay ciertos momentos en que el dar soporte técnico no se hace tan pesado. De hecho, he sido afortunado en haber vivido muchísimas anécdotas al estar atendiendo clientes con algún tipo de problema. Algunas resultan cómicas, otras inverosímiles, pero todas tienen algo en común: son ciertas. Como dirían muchos usuarios que he visto: “De verdad que yo no le moví nada” y lo cuento tal como las he vivido y recuerdo.

La máquina poseída.
Un cliente llama a nuestro centro de soporte técnico indicando que su servidor de correo electrónico no está funcionando adecuadamente. Tras hacer un breve análisis por teléfono se decide que será mejor atender el incidente directamente en sitio. Asigno inmediatamente a quien considero es nuestro ingeniero más experimentado con el producto y se programa todo para que en máximo 2 horas se encuentre con el cliente en sus instalaciones. Una vez en sitio, el ingeniero revisa el equipo y trata de hacer un diagnóstico. No parece ser un problema fácil. Lleva varias horas sin poder avanzar un poco con el problema. El cliente comienza a desesperarse y me llama indicando que no están obteniendo resultados satisfactorios. Hablo con el ingeniero que se encuentra en sitio y me comenta que algo debe estar corrupto en el servidor porque ningún comando que corre funciona para reparar el correo electrónico. La sugerencia del ingeniero: formatear el equipo y bajar un respaldo. Pero al cliente no le parece la mejor opción y quiere que se revise más a fondo. El ingeniero sigue revisando, esta vez con apoyo de un especialista del centro de soporte internacional en el teléfono. Es de madrugada ya y nada parece funcionar. Sin embargo, pese a la presión que tiene el propio usuario, no da autorización para formatear el equipo. “Esa es la típica solución de ustedes: formatear. Quiero que me arreglen el problema desde el origen y que me den una explicación satisfactoria y bien fundamentada. Prefiero no tener servicio que formatear un servidor”. El tiempo se terminaba porque, como siempre ocurre, el sistema debía estar levantado antes de que los usuarios llegaran a trabajar al día siguiente, o mejor dicho, cuando los directores llegaran a trabajar al día siguiente (lo que nos daba un poco más de tiempo). El ingeniero en sitio quedó en comunicarse conmigo en cuanto tuviera alguna noticia. Durante varias horas no tuve ninguna llamada. Eras casi las 11 de la mañana y estaba a punto de marcarle cuando recibí su llamada. Su voz se percibía cansada aunque algo animada:

- Parece que ya quedó esto. El correo ya está funcionando y el cliente me firmó ya la orden de servicio.
- ¡Qué bueno! ¿Cómo le hiciste para arreglarlo?
- Terminamos formateando el servidor.
- ¿Pero cómo? ¿Cómo convenciste al usuario para que autorizara que se formateara? ¿Quedó satisfecho?
- Sí, me calificó muy bien. Ya documentaré el caso por la tarde. Voy a descansar.

Obviamente, en ese momento no iba yo a exigir una explicación inmediata sabiendo que el ingeniero había estado sin dormir por varias horas, así que no insistí. Sin embargo, quedaba en mí la incógnita. La única opción que el cliente no iba a aceptar era formatear el servidor y fue eso precisamente lo que se hizo. ¿Qué pasó durante la madrugada? ¿Por qué el cliente había accedido finalmente a formatear? ¿La presión de no tener correo electrónico lo habría hecho ceder al respecto? No era probable. Habiendo trabajado con él por varios años me hacía pensar que era algo más. Posiblemente el ingeniero encontró la causa raíz probatoria e inequívoca para  explicarle por qué sólo formateando podría resolverse el problema.
Por la tarde, mientras reviso los casos abiertos del día me doy cuenta de que el caso del correo electrónico estaba ya cerrado y marcado como “Documentado”. Sin pensarlo dos veces, abro inmediatamente el caso para ver cómo fue la solución y la causa raíz que provocó el problema. Después de leer rápidamente los mensajes de error, puebas fallidas y otras actividades realizadas, llego finalmente a la parte de la solución. Decía algo similar a esto: “Tras haber revisado exhaustivamente el servidor, haber corrido varios comandos que siempre resultaron en otros errores, se convenció al usuario de que el servidor estaba poseído por el demonio”. ¡¿Qué?! No podía creer lo que estaba leyendo. Pensé que se trataba de una broma y llamé inmediatamente al ingeniero para aclarar el asunto. “El cliente no era nada técnico, por más explicaciones que le dábamos sobre el registry y archivos dañados siempre decía que ese era nuestro problema y que lo arregláramos. Fue hasta que noté que en su oficina tenía figurillas, estampas, veladoras y otras cosas que deduje que era una persona supersticiosa. Le dije que su servidor parecía estar poseído por algún ente y nos permitió formatearlo”, fue la explicación del ingeniero. Todavía estaba estupefacto por la noticia cuando recibo una llamada del mismo cliente: “Quiero agradecer que me hayas enviado a tu experto. Notó cosas que normalmente nadie más habría notado y logro resolver el problema. No quiero entrar en muchos detalles sobre la solución pero todo está funcionando ya y llamaba para reconocer su labor”. Sin decir mayor cosa colgué, todavía en shock. Reviso nuevamente la documentación del tan asombroso caso y leo la conclusión que había anotado el ingeniero: “Servidor exorcizado satisfactoriamente”.


Los Discos Rápidos.
Con esta anécdota notarán que realmente han pasado muchos años desde que empecé dando soporte técnico. Para que se den una idea, estoy hablando de aquellos tiempos en que la capacidad máxima de un disco duro era de 40 MB (y nadie se podía imaginar cómo podría llenarse semejante espacio). Bueno, pues en una empresa donde normalmente no estaban muy preocupados por el costo de las cosas y solían despilfarrar el dinero en equipo que probablemente no llegara a utilizarse, un día decidieron comprar servidores con discos duros nuevos que, aparte de ser más rápidos, eran del doble de capacidad que cualquier otro que tuvieran instalado. “80 MB en un sólo servidor, increíble” era un comentario que resultaba apropiado en esos tiempos. Para los que no estuvieron muy familiarizados con ese tipo de discos duros sólo diré que tenían casi el tamaño de una caja delgada de zapatos para adulto. Nada comparado con los discos de hoy ¿verdad?. Un día en que todo parecía estar tranquilo, llega a mi localizador (les dije que fue hace mucho tiempo) un mensaje para que me reportara al centro de soporte. Me indican que en esta empresa que les menciono tenían problemas con un sistema bastante crítico y requerían apoyo en sitio. Después de los clásicos problemas para poder ingresar a las instalaciones voy con el encargado del sistema que está fallando y me dice: “No sé que pasa. Desde la mañana hemos tenido problemas para guardar las transacciones. No podemos hacer consultas y estamos afectando la producción”. Después de decirme el número de millones de dólares que estaban perdiendo por cada hora que pasaban sin servicio me pongo a revisar los componentes del sistema. En ese entonces no había muchas herramientas de monitoreo y ubicar la causa raíz podía llevar un buen rato. Finalmente, encuentro el servidor que está provocando la falla. Es precisamente uno de los equipos que habían llegado con los discos nuevos. “No puedo creer que esté fallando, es nuevo” dijo el cliente un tanto escéptico.
Para no dejar más duda de que ha pasado mucho tiempo, tuvimos que dirigirnos al lugar donde se encontraba físicamente el servidor ya que eso del control remoto todavía no era una herramienta de uso común. Para nuestra mala suerte, el nuevo servidor se encontraba en otro piso bajo la custodia de un gerente que no se encontraba en ese momento y que era la única persona que podía darnos acceso para revisar el equipo. Tras varios mensajes enviados a su localizador finalmente apareció. “Perdón, estaba comiendo” fue su excusa al vernos. “¿Cuál es la urgencia?” preguntó todavía quitándose una pequeña mancha de salsa de la camisa. “Uno de los servidores nuevos que tienes en tu ‘site’ no está funcionando bien y necesitamos revisarlo porque el sistema de producción no permite hacer ninguna transacción” explicó mi cliente. Como si hubiera notado la presencia de un fantasma o algo así, el gerente levantó la vista sin poder ocultar su preocupación. “¿Desde cuándo pasó eso?” preguntó en forma inusual. “Hace unas horas. ¿Hicieron algún cambio en ese equipo?” preguntó mi cliente. “¡Hijos de la chingada!” exclamó el gerente y salió casi corriendo de la oficina donde estábamos. Instintivamente y sin mayor miramiento comenzamos a seguirlo mientras recorría apresurado los pasillos del lugar. Llegamos a un pasillo donde una enorme puerta metálica era lo único que podía apreciarse. Sacó de su bolsa unas llaves y abrió la pesada puerta. “¡A ver pendejos, se me salen todos a chingar a su madre!” gritó si dar más explicación. Unas 4 ó 5 personas salieron apresuradamente del lugar sin decir palabra. “Pasen y cierren la puerta” nos ordenó. Entramos y nos dimos cuenta de que aquel pequeño cuarto era el ‘site’ donde guardaba su servidor nuevo. “Lo que me temía” dijo mientras miraba con enojo el equipo. Al inspeccionar la escena me di cuenta de que allí estaba el servidor, destapado, con los discos duros expuestos y, aunque nadie lo crea, ¡tortillas! sobre los enormes discos duros. Por el calor que generaban ese tipo de discos, la gente que realizaba la limpieza de las oficinas se turnaba para ir a calentar sus tortillas ¡sobre los discos duros! “Les dije que en este servidor no, pero les gusta porque calientan más rápido” dijo lamentándose el gerente. Tratando de ocultar la risa, reconecté los discos, reinicié el equipo y verifiqué su funcionamiento. Afortunadamente, las tortillas habían logrado calentarse exitosamente sin dañar el servidor. El gerente me pidió fervientemente no documentar el caso mencionando las tortillas, así que todo quedó diagnosticado y documentado como “Problemas de alimentación en el sistema”.


Mensajes de error.
En innumerables ocasiones, me he encontrado con clientes que se quejan de mensajes de error que no dicen nada realmente. No es que reciban una ventana vacía o texto ilegible, sino que la explicación que viene en el mensaje resulta inútil. Creo que todos los hemos visto algunas vez “Error desconocido”, “No pudo completarse la operación” y cosas similares que no permiten determinar la causa del problema sino simplemente evidenciar lo que todo mundo ya notó: hay un problema. Incluso he visto (más veces de las que quisiera) mensajes de error indicando alguna situación falsa que hacen que la atención se desvíe hacia cosas que no llevan a la solución: “El disco está lleno” cuando en realidad no está lleno, “El usuario no tiene permisos” y tiene más de los que necesita, y otras situaciones similares o peores. En otros casos, el mensaje de error es similar a “0x800744BE”, eso y nada es lo mismo para el usuario que recibe el mensaje.
Pese a este tipo de inconsistencias, hay que aceptar que la mayoría de las veces los mensajes de error que recibe un usuario son bastante claros. Aunque todo depende del nivel de capacitación de usuario y de algo tal vez más importante: que su equipo esté instalado en un idioma que él pueda entender sin problemas. En ocasiones me he encontrado con usuarios que reportan que un correo no le llega al destinatario y que cada vez que lo intentan (y lo intentan muchas veces) reciben el mensaje de error que dice: “You have reached an unmonitored alias. Please do not reply”. Y todas las veces que responden reciben el mismo “error”. Con el fin de evitar evidenciar que un usuario no sabe inglés, suelo solicitarles a los clientes que me manden una descripción breve del problema acompañado con las pantallas de error que reciben. De esta forma, si hay algún mensaje de error que el usuario no puede interpretar no tiene que decírmelo y yo puedo darle ayuda un poco más rápido. Pero mi teoría al respecto quedó por los suelos el día en que recibí un correo de uno de mis clientes detallando el problema que tenía. Decía más o menos esto: “Estoy instalando manualmente el agente que requiere el producto de inventarios en una computadora de un gerente y recibo un mensaje de error que ha permanecido varios minutos allí, por lo que se ha vuelto ya un problema crítico. Ejecuté el programa setup.exe desde la carpeta que se me fue indicado e inició un asistente de instalación. Todo iba bien, hasta que después de unos 10 minutos me apareció la siguiente ventana de error y no sé cómo resolverlo. Desde entonces no he podido devolverle el equipo al gerente pero si no queda resuelto para el día de hoy preparará un oficio quejándose por el servicio que ha recibido y por la ineficiencia de los productos que se le están vendiendo”. Debo admitir que me preocupé al leer el correo porque venía con copia para otros gerentes y para el Account Manager de mi empresa. Me apresuré a revisar la pantalla anexa y efectivamente, podía verse una ventana dentro del asistente de instalación con el alarmante texto “The installation was completed successfully. Please click OK to finish”. Este fue el origen de lo que ahora se conoce en esa empresa como el temible error del “successful”, bastante común si uno pone atención.
En otra ocasión una usuaria me reclamó terriblemente porque, tras la migración a la nueva versión de su programa de Hoja de Cálculo, había perdido un buque. “El Tikal III no aparece” me decía asustada. Por un momento no supe si hablar a algún servicio de emergencia naval, contactar familiares o ir corriendo a buscarlo. “¿Cómo que no aparece?” pregunté tratando de que mi risa pareciera nerviosa. “Aquí estaba” contestó mientras manipulaba su hoja de cálculo para mostrarme la evidencia de tan terrible tragedia. “Probablemente un error con el radar de la hoja de cálculo” dije en mi pensamiento mientras contenía la risa. “Y aparte de todo me manda un error raro cuando lo busco” dijo ya algo alterada. Al revisar el mensaje de error podía leerse algo similar a “Algunos filtros han sido aplicados. Para ver la totalidad de los registros seleccione ‘Ver todo’”. Sin inmutarme mucho, seleccioné ‘Ver todo’ y el buque perdido apareció. “Allí está ¡Allí está!” dijo la usuaria. Y como quien regresa de una expedición de rescate exitosa, me retiré orgulloso de sus oficinas.


No cabe duda, muchas veces somos héroes. Otras tantas, villanos. Lo cierto es que si no vemos la diversión que puede haber tras una situación crítica viviríamos totalmente estresados y con angustia. Así como éstas, hay muchas más historas que por falta de espacio y tiempo no comparto ahora. Pero seguramente en una entrada posterior dedique tiempo a documentar un poco más lo que sigue haciendo de mi trabajo algo que realmente disfruto. Y claro, sé que muchos de quienes leen este blog tienen sus propias experiencias. Todas son bienvenidas si quieren compartirlas también. Hasta el próximo Error.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Compromisos

Por mucho que me hubiera gustado, nunca me he considerado un gran deportista ni nada similar, pero debo mencionar que tampoco soy del todo malo practicando los deportes que me llaman la atención. Durante varios años practiqué Basketball y llegó a gustarme tanto que lo jugaba casi a diario. En una época llegó a convertirse en mi actividad principal y no me imaginaba yo un fin de semana en otro lado que no fuera una cancha de “basket”. Pero también me gustaban mucho otros deportes como el Baseball, el Futbol Americano e incluso el Volleyball. De todos los deportes que en algún momento practiqué aprendí diversas cosas: disciplina, esfuerzo, constancia, trabajo en equipo, etc. Claro que ningún deporte me hubiera atraído tanto si no me pareciera divertido de alguna u otra forma.

Sin embargo, por motivos que no viene al caso mencionar, al cabo de unos años terminé como la mayoría de los deportistas talentosos: como espectador. O usando palabras menos simplistas, “director técnico vía remota”. Por supuesto que esto tuvo sus consecuencias a lo largo de los años: inactividad, aumento de peso (unos 25 kilitos de más), problemas de salud y la frustración de haber abandonado algo que realmente disfrutaba. Así que un buen día decidí “activarme” nuevamente  y me propuse empezar a hacer ejercicio… Está bien, está bien, fue un poco más complicado el asunto:

Dicen que nadie escarmienta en cabeza ajena, por lo que cada vez que algún médico recitaba (junto conmigo mentalmente) la lista de consecuencias que puede tener el sobrepeso, yo tenía siempre bajo la manga el pretexto adecuado para refutar cada elemento. Curiosamente, las palabras que vencieron cualquier argumento que yo pudiera tener vinieron también de un médico: “Posiblemente no recuperes la movilidad del tobillo y tengas que usar un bastón para caminar… si es que el tobillo aguanta tu peso”. Ese fue el veredicto después de que el cirujano había pasado varias horas tratando de, literalmente, reconstruir cada uno de los pequeños elementos que forman el tobillo que, por simples leyes de la física, no había podido soportar la combinación fuerza-masa-inercia-torsión-estupidez-soccer. No es que haya sido un momento espiritualmente revelador, pero definitivamente resultó aterrador. Así que una vez decidido a no dejar que mi tobillo dejara de moverse, y ya que todos los huesos habían soldado y recuperaron su estabilidad, comencé con la rehabilitación. Fue doloroso, agotador, a veces frustrante, pero resultó: recuperé un 95% de la movilidad normal. Pero había otro problema, según explicó mi médico: “Estás teniendo mucho desgaste en el tobillo todavía. Puedes perder mucha movilidad a menos que bajes de peso… y te mantengas delgado”. Me recomendó varios ejercicios, dieta y cambiar mis hábitos sedentarios que por varios años me caracterizaron.

Elegir el ejercicio adecuado para mí fue un poco complicado. Los deportes que siempre había practicado eran de conjunto y reunir a varias personas con intereses y horarios similares no resulta una tarea fácil en estos tiempos. Intenté varias opciones: ciclismo, natación, caminata, entre otros. Pero el que más me agradó fue el simplemente correr. Es buen ejercicio aeróbico, se puede practicar individualmente, no requiere mucha inversión en dinero, aunque posiblemente sí en tiempo, y es bastante efectivo para bajar de peso y mantenerse delgado. Lo que yo no sabía es que también se vuelve un deporte competitivo, no contra otros, sino contra uno mismo. Conforme se adquiere condición y velocidad siempre se van poniendo nuevos retos en tiempos y distancias. Pero también es un deporte de alta concentración: incontables veces he sentido cómo mi cuerpo comienza a sucumbir ante el cansancio y el dolor, pero si mentalmente uno se mantiene dispuesto a continuar el cuerpo obedece.

Recuerdo un incidente que me ocurrió cuando comencé a competir en carreras de 5 Km (que son consideradas adecuadas para principiantes). Invité a mis padres a verme correr en un centro deportivo que queda cerca de su casa y, aparte del aspecto deportivo, era buen pretexto para ir a desayunar juntos después de la carrera. No tengo la certidumbre ahora, pero creo que era apenas mi segunda carrera de esa distancia. Por supuesto, no gané. De hecho llegué junto con el último bloque de corredores pero mi papá lo festejó como si hubiera yo llegado en primer lugar y hubiera obtenido algún premio a nivel nacional, quizás mundial. “¿Y para cuándo corres una de 10 Km?” preguntó durante el desayuno. “No sé si aguante” fue mi respuesta inmediata. “Eso sólo depende de ti y de que quieras hacerlo” contestó sonriendo. En los siguientes meses no sólo corrí carreras de 10 Km, sino que hasta me aventuré a correr un medio maratón (21 km). Con el paso de los años, he seguido corriendo y llevo ya en mi cuenta 3 medios maratones. Pero nunca un maratón completo.

Hace algunas semanas, a mi papá le diagnosticaron un tumor cerebral. Con todas las complicaciones que esto pudiera implicar, las cosas se dieron muy bien. El tumor se detectó a tiempo, estaba ubicado en una zona donde resultaba relativamente sencillo extraerlo, se consiguieron los medios rápido junto con los doctores y las instalaciones adecuadas para realizar la delicada cirugía. Claro que nunca es algo fácil ni libre de riesgos, por lo que mi papá estaba algo temeroso, pero aún así animado. Dos días antes de su operación estuvimos platicando de varias cosas y saliendo un poco (o un mucho) del asunto de su intervención quirúrgica me preguntó: “¿Y cuándo corres un maratón?”. Honestamente, eso no estaba en mis planes cercanos, ni tampoco en los lejanos. “No sé, no lo había considerado ya” respondí un poco sorprendido por la pregunta. “Deberías animarte” concluyó. Aun no me explico cómo una persona que está a punto de ser operado por un tumor cerebral decide animar a otra para que corra un maratón, pero así ocurrió. El martes pasado, mi papá fue operado sin ninguna complicación. El tumor fue extraído en su totalidad y tal vez la única mala noticia fue que, como era probable, resultó ser un tumor maligno. Pero su recuperación ha sido asombrosa: en menos de 24 horas después de su operación había recuperado todas sus facultades y sigue mejorando. El día de hoy recibí la noticia de que ha sido dado de alta y sólo queda la difícil parte de la radioterapia que iniciará en enero. Pero lo crítico ya pasó.

Mientras todavía se encontraba en el hospital recuperándose esta semana recuerdo que estaba yo animándolo: “Decían que había muchos riegos en la operación y los superaste todos. Y aunque todavía queda la parte difícil de la radioterapia sé que también lo superarás. Será complicado, pero sólo depende de ti y de que quieras lograrlo”. El utilizar las mismas palabras que él usó para motivarme con el maratón hizo que me mirara fijamente sin decir palabra. Tomó mi mano fuertemente entre las suyas y en ese momento dos compromisos quedaron sellados: Yo correría un maratón en el 2010 y él se recuperaría para presenciarlo.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Y es Diciembre...

Hay pocos meses que hacen que la mente viaje hacia el pasado, meses que provocan celebración, infunden esperanza, evocan sentimientos profundos para bien y para mal. Creo que Diciembre reúne varias condiciones que logran que sea un mes especial. Para empezar, es el último mes del año; y más que tratar de crear una paradoja, trato de darle prioridad al hecho que tiene el llegar al final de algo en la vida. Casi involuntariamente, tendemos a recapitular lo que hemos vivido una vez que hemos alcanzado su fin. Nos pasa a todos: al final de una película, mientras abandonamos la sala del cine, es común ir comentando alguna escena, criticando a la gente que platicaba demasiado, quejándonos del frío que se sentía durante la función. No importa si la situación era importante, o simplemente absurda. Bueno, Diciembre siempre nos lleva a un punto donde debemos recordar lo que hemos hecho, la gente que nos acompañó, las condiciones que tuvimos. Y como pasa en el cine: independientemente de si la película fue buena o mala, solemos recordarla unos momentos sólo para darle paso al deseo de ver otra más, esperando que sea mejor que la que acabamos de ver; cosa que no siempre ocurre.


Otro aspecto que hace especial a Diciembre es el número de celebraciones que se tienen. Particularmente en México, la mayoría de estas celebraciones se originan en fiestas religiosas, aunque la religión sea lo último que se recuerde en ellas. Así tenemos, por ejemplo, el aniversario de la Vírgen de Guadalupe que es un festejo que sugiere arrepentimiento, devoción y agradecimiento, donde la gente paga “mandas” o, en una especie de negociación, promete pagarlas si se le concede algún milagro. Y qué decir de la Navidad, precedida por sus 9 Posadas y las innumerables Pre-Posadas, donde hay ocasiones en que resulta complicado y confuso el saber si se celebra la llegada del Niño Jesús o la llegada de Santa Claus. Por si fuera poco, se celebra también lo que se conoce como el Día de los Inocentes, fecha en que todo mundo hace bromas a otros mediante promesas que no se piensan cumplir o engaños que suponen que “inocentemente” otra persona se tragará y resultará gracioso para todos los demás. Como se han podido dar cuenta, mi conocimiento en celebraciones religiosas es escaso y, por el bien de todos, hasta aquí dejaré el asunto.

Por supuesto, la fiesta de Fin de Año (o de Año Nuevo) se ha hecho una costumbre también. Y como más bien es una celebración típicamente familiar, las empresas suelen organizar reuniones un poco antes para festejar con sus empleados los logros obtenidos en todo el año. Claro, como es más barato hacerlas a inicio de mes, es muy común encontrar salones de fiestas repletos de gente celebrando el final del año apenas en los primeros días de Diciembre.

Pero más allá de las celebraciones, Diciembre se ha convertido en el mes de la reflexión y planeación para el futuro. La gente revisa lo que ha logrado y se plantea nuevas metas o propósitos para ser cumplidos el año entrante. Es el mes en que uno se compromete a ser mejor el próximo año y para lograrlo es necesario esmerarse y poner a prueba nuestra fe. Sí, la fe mueve montañas ¿no?. ¿O de qué otra forma se pueden explicar los miles, tal vez millones, de piezas de ropa interior rojas que se venden en esta época? ¿Cómo despreciar la buena suerte que indudablemente llegará al encender todas las luces de la casa? Claro que con el cambio de la compañía que suministra la electricidad hoy en día, posiblemente tengamos la suerte de que no cobren tanto por hacer esto. Aunque si fuera el caso, una moneda en el zapato pudiera ser la solución a los problemas económicos. Dar vuelta por la calle cargando maletas, barrer la entrada de la casa, arrojar vasos con agua y muchas otras cábalas respaldan nuestro compromiso a querer sacar lo mejor de nosotros mismos el año que viene.

Hablando ya en serio, creo que la magia de Diciembre reside más bien en la Esperanza. La esperanza de que todo puede mejorarse, no por medios mágicos, sino mediante el deseo y el esfuerzo de quienes así lo quieren. Los sueños suelen ser el combustible que alimenta la esperanza. Sin ellos, todo estaría incompleto y no tendría un sentido.

Tal vez, por una coincidencia de la vida, es precisamente en Diciembre que ha surgido en mí una Esperanza en particular. Como mencioné en la entrada anterior de este blog, a mi papá le fue diagnosticado un tumor en el cerebro. Después de varios análisis y revisiones ha resultado que dicho tumor se encuentra en un lugar bastante cercano a la corteza cerebral, lo que facilitaría su extracción. Otros estudios relacionados indican que, con una probabilidad bastante alta, puede tratarse de un tumor benigno. También, por el tamaño que actualmente tiene y por el tiempo en que se detectó, el daño no ha sido de consecuencias mayores. Durante los próximos días se efectuarán algunos análisis más y, en caso de ir todo bien, en unos 10 días mi papá será intervenido para extraer el tumor que le ha afectado su salud últimamente. Según comentó el neurocirujano: las probabilidades son tan altas de que todo vaya bien, que es muy factible que todos juntos disfrutemos la cena de Navidad con él en perfecto estado.

Dicen que la esperanza es lo último que debe perderse. Y aunque Diciembre marca el fin de muchas cosas, en este año la esperanza apenas comienza.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Don José

Según su propia Fe de Bautismo, su nombre es José Álvaro Gabino. De acuerdo a su Acta de Nacimiento, es simplemente José. En realidad no conozco muchos detalles de su niñez, sólo que vivió en medio de dificultades económicas bajo la educación y tutela de sus muy jóvenes padres. A él le tocó ser el mayor de los tres hijos de la familia. Desde muy pequeño utilizó lentes, mismos que con el paso de los años le marcaron la personalidad que ahora tiene y que hacen que pocos puedan imaginarlo sin ellos. Debido a la situación económica en la que vivía la familia, su padre lo obligaba a ser responsable en gastos, con disciplina casi militar. No obtenía un lápiz nuevo si no entregaba a cambio el que venía usando y al cual no era posible ya sacarle punta porque no había grafito disponible que lo permitiera. Su afición, casi vicio, eran los libros. Desde niño su vida le parecía incompleta si no leía al menos un capítulo de algún libro por día. ¿Qué tipo de libros leía? En realidad no había un tema específico o predominante. Lo mismo podían encontrarse en sus libreros ejemplares de novelas policiacas que enciclopedias temáticas, literatura clásica, economía, religión, deportes, poemas, revistas, almanaques, tesis, hasta libros manuscritos en algún idioma extraño.

Amante también de la música, no era raro escucharlo cantando a todo pulmón en su casa algunas estrofas de óperas que interpretaba en Italiano fingiendo la voz del más experimentado Tenor. No sé si sería su energía en estas interpretaciones exclusivas, pero más de uno tarareaba involuntariamente las mismas estrofas aún cuando él no se encontraba. Era algo contagioso no por la letra en sí (que nadie comprendía), sino por la fuerza que él proyectaba al cantarla. Poco a poco fue creciendo y todo el mundo lo reconocía principalmente por dos de sus mayores cualidades: su buen humor y el conocimiento que tenía sobre casi cualquier tema.

Pasaron los años y se dedicó en un inicio a la Contabilidad. Durante varios años desarrolló actividades de control de efectivo, estados de resultados, balances, manejo de ingresos y egresos para varias compañías. Y aunque era bastante efectivo en su labor, no podría decir que se sentía feliz haciendo su trabajo. Claro, le daba para comer y mantenerse, pero no era precisamente algo que lo apasionara. Por eso, cuando en una ocasión un amigo le comentó que en cierta editorial estaban buscando traductores para los nuevos Best-Sellers que llegaban desde Estados Unidos no lo pensó dos veces. Era la oportunidad perfecta para leer cosas nuevas, darles su toque personal en la traducción y seguir aprendiendo cada vez más. Fue así que inició su carrera como editor y traductor, que más tarde lo hizo incursionar en el campo del periodismo e incluso en el de escritor.

Le resultaba fácil llevarse bien con la gente gracias a su carácter afable y siempre risueño. La mayoría solía admirarse de la cantidad de conocimiento acumulado que tenía en su mente y se maravillaban por su extraordinaria memoria. Sin importar el tema, solía arrancar expresiones de sorpresa y la típica pregunta para él: ¿cómo sabe tanto? Siempre modesto, solía contestar: Un día que no tenía mucho qué hacer leí un poco de eso y se me quedó grabado. Siguiendo esa lógica, debió tener muchos días sin cosas qué hacer. Al principio solían llamarlo Pepe, de cariño. Luego, por el respeto que cada vez más personas le tenían, comenzó a acuñar el nombre con el que hoy en día lo conocen casi todos: Don José.

Entre los libros que él mismo compraba, más lo que tenía (en inglés y en español) por sus traducciones, y aquellos que les compraba a sus popios hijos, llegó a llenar varios libreros y otros muebles que originalmente estaban destinados a cubrir otras funciones pero que, por falta de espacio, terminaron albergando varios cientos de libros cada uno. Sin exagerar en lo más mínimo, eran miles de libros los que tenía en su propia casa. Era difícil no encontrar uno sobre algún tema específico. Cuando alguna visita llegaba a su casa y veía la cantidad impresionante de libros era común escuchar una pregunta: ¿Y apoco los ha leído todos, Don José?. Con una sonrisa solía contestar: Sólo los interesantes.

Siempre tuvo una sólida fe en su religión. Asistía regularmente a las ceremonias y procuraba participar de forma activa en ellas. Al principio simplemente uniéndose al coro de su iglesia, después pasó por varias etapas en donde realizó actividades que incluyeron la lectura de las escrituras, recolección de limosnas, asistencia en la comunión, etc.

Claro, estas son sólo algunas actividades que él realizaba, pero para dar una idea más clara de su versatilidad, debo mencionar que en diversas épocas de su vida tuvo actividades de lo más variado: fue un excelente jugador delantero de futbol soccer, fotógrafo, dibujante, nadador, maestro de matemáticas, contador, poeta, reportero y cantante. Era, por tanto, difícil de complacer. Llegué a ver cómo se tomaba el tiempo para revisar todos y cada uno de los libros de texto gratuito que sus hijos llevaban en la primaria y, con un lápiz rojo, marcaba las faltas de ortografía que encontraba, los errores de redacción e incluso hacía anotaciones para corregir el estilo. Podía oírsele repetir frases como: "¿Quién escribió esto? Que primero aprendan a escribir y luego pretendan enseñar Ciencias Naturales". Y ni hablar de temas de Historia de México. Solía leer lo que venía en los libros de texto y platicar con su esposa sobre la serie de hechos con los que difería de acuerdo con lo que él había leído en otros textos más especializados. Era definitivamente un perfeccionista. Recuerdo una ocasión en que, tratando de despertar la creatividad de sus hijos, les pedía escribir o dibujar alguna historia o cuento. Indenpendientemente de lo que cualquiera de sus tres hijos creara, ningún trabajo parecía complacerlo nunca. Eso sí, jamás dejó de animarlos para seguirlo intentando.

Pero su vida no ha sido fácil (¿alguna lo es?). Por cierre de diversas editoriales en las que trabajó en varias ocasiones se vio desempleado aunque nunca por mucho tiempo. Siempre había quien le ofrecía un nuevo trabajo o, al menos, algún proyecto tipo freelance para alguna casa editorial. Tuvo que rolar turnos en algunos periódicos y comenzó a descuidar su alimentación. En algún momento de su vida desarrolló diabetes, situación que le produjo una profunda drepresión y un cambio de carácter que lo hacían verse más viejo de lo que realmente era. Alguna vez, a pocos días de haber presenciado la dolorosa muerte de su padre a causa del cáncer, se encontraba reparando su auto (porque también sabía algo de mecánica) cuando, en un descuido, una de las bandas del motor le arrancó dos de los dedos de su mano derecha. Era la época de su vida en que dependía totalmente de su máquina de escribir (que usaba haciendo gala de una mecanografía impecable) para hacer su trabajo y, sin dos dedos, ésta se convertía en una labor para titanes. No mucho tiempo después empezó a enfrentar algunos problemas con sus hijos: todos decidieron irse de su casa aunque por diversas causas. Esto le produjo la sensación de ser un mal padre, aunque esto en realidad era una percepción equivocada de lo que estaba pasando. Su salud comenzó a deteriorarse aún más y en dos ocasiones tuvo infartos cardiacos. Pasó por una angioplatía y varios tratamientos buscando limpiar y desbloquear sus arterias. Cada tratamiento complicado siempre por la diabetes que siempre provocaba que sus niveles de azúcar alcanzaran niveles peligrosos durante los procedimientos.

Pero una vez que su salud mejoró, Don José buscó sentirse mejor asistiendo a reuniones donde enseñana a otros sobre religión, el estudio de la Biblia y otros asuntos relacionados con su fe. Esto no pareció llenarlo espiritualmente del todo, así que dedicó gran parte de su tiempo asistiendo a hospitales para animar a enfermos, generalmente terminales. ¿Sería esto una forma de sentirse afortunado por verse en una situación mejor que ellos? No necesariamente. Siempre lo vio como un medio de transmitir apoyo y compañia a gente necesitada espiritualmente. Conoció a mucha gente y mucha gente lo conoció a él. Se hizo poco a poco necesario para muchos y parecía siempre infundir cierta tranquilidad a quienes lo buscaban. No es que fuera un predicador o que prometiera un mundo mejor a quienes lo escuchaban, la mayoría de las veces sólo escuchaba cómo se sentía la gente y procuraba hacerlos sentir bien al hablarles sobre estadísticas y hechos relacionados. En ocasiones simplemente ponía en términos fáciles de entender lo que los médicos explicaban en su jerga de expertos.

Recientemente Don José volvió al hospital. Pero esta vez como paciente. Originalmente se pensaba que un infarto cerebral fue lo que lo había llevado allí. Luego fue determinado que un tumor fue el culpable.
Mucha gente ha ido a visitarlo en estos días. Familiares, amigos y uno que otro extraño. El día de hoy lo vieron algunos conocidos de su comunidad. "Todos estamos rezando por usted, Don José", le aseguraron. Él, con su habla algo deteriorada, contó cómo algunos estudios han probado que el poder de la oración logra que la gente mejore su salud. No se sabe si es por la concentración de la energía, por algún poder divino o si es sólo una coincidencia. Sea por la razón que sea, aquellas personas prometieron seguir orando por su salud y juntar más gente que se sumara al esfuerzo. Por mi parte, aunque me crié bajo las reglas del catolicismo, no he seguido dichas reglas últimamente y mis creencias han cambiado en muchos sentidos. Sin embargo, no dejó de parecerme interesante la plática y su fe en que todo estaría mejor. Por supuesto, quise sumarme a la lucha. Por eso, cuando todos se despedían de él y le decían: "No se preocupe, Don José, se va a poner bien", sólo pude decir: "Sí, papá, te vas a poner bien".

domingo, 22 de noviembre de 2009

Aprendiendo...

Hay semanas que quedan marcadas en nuestras mentes por algún hecho en particular o, a veces, por la sucesión de coincidencias encontradas al paso de los días. Para mí, esta semana estuvo llena de pifias que, más que traerme problemas o molestias, me provocaron curiosidad y hasta diversión. Aunque fueron muchas las situaciones que puedo mencionar, me enfocaré sólo en unas cuantas.

Sin la menor duda, la que llamó más mi atención fue la ocasionada por una secuencia de correos que se originaron en forma masiva dentro de la empresa en la que trabajo. Todo inició de una forma sumamente inocente: alguien mandó un correo solicitando acceso a una herramienta. El problema fue que lo mandó a un grupo con varios cientos de integrantes. Se empezaron a generar todo tipo de respuestas interminables con respecto a esta solicitud. Gente que le contestaba a todos que no era la indicada para dar el acceso, gente que pedía ser retirada de la conversación y gente que se preguntaba por qué estaba incluida en ese grupo. Por supuesto, no fueron los únicos tipos de respuesta que se recibieron. Esto me hizo pensar en las personas que se atrevían a mandar un correo de respuesta a todo el mundo haciendo todavía más grande el problema. Definitivamente todas podían ser consideradas Spammers pero de diversos tipos. Después de revisar todos los correos que recibí me permito presentar la clasificación que hice sobre estos spammers. Aunque los mensajes fueron enviados en inglés, hago la traducción lo más apegada a los correos originales:

Spammer Host (el que origina la epidemia): ¿Me pueden dar acceso a esta herramienta?
Spammer Egocéntrico (cree que es el único en el grupo): Yo no soy el responsable de esta herramienta
Spammers Borregos (aquí se suman decenas): ¡Yo tampoco!
Spammer Cortado: ¡Sáquenme de esta conversación!
Spamners Borregos (nuevamente decenas): ¡A mí también!
Spammer Lógico: ¡Dejen de mandarme Spam!
Spammers Borregos: ¡A mí también!
Spammer Didáctico: Pueden generar una regla para mandar a Deleted Items todo lo que vaya a esta lista.
Spammer Geek: La nueva versión de Outlook incluye una nueva función para ignorar este tipo de conversaciones.
Spammer No Geek: ¿Cómo la activo? Sigo recibiendo correos.
Spammers Borregos: ¡Yo también! ¿Cómo se activa?
Spammer Geek 2: Les mando el procedimiento.
Spammers Borregos: ¡Gracias!
Spammer Veterano: Llevo 15 años en esta empresa y nunca había visto tan poca cultura de correo electrónico.
Spammer más veterano: Yo llevo 20 años y tampoco la había visto
Spammers Borregos: ¡Yo tampoco!
Spammer Experimentado: Sí, pasa una o dos veces al año con algún grupo de usuarios
Spammer Estadístico: Han pasado 4 horas desde que se mandó el primer correo y ya he recibido 326 mensajes de 293 personas. Eso da un promedio 1.36 mensajes por minuto sobre un tema que no le interesa a nadie.
Spammers Borregos: ¡A mí tampoco!
Spammer Ingenuo: Espero que esto ponga fin a esta conversación (mandando a todos a BCC)
Spammer de Acción Retardada: ¡Yo no puedo darte acceso!
Spammers Borregos: ¡Yo tampoco! ¿No lo entienden?
Spammer Host arrepentido: Disculpen por todo el Spam generado. Ya no me incluyan a la herramienta.
Spammers Borregos: ¡A mi tampoco!
Spammer Ignorante: ¿Para qué es esta herramienta? No sé por qué tengo acceso.
Spammers Borregos: ¡Yo tampoco!
Spammer Geek frustrado: No le cambien el subject a la conversación porque vuelvo a recibir los correos que ya había logrado bloquear.
Spammers Borregos: ¡Yo también!
Spammer Disléxico o que no habla inglés: "¡También, mi!"

Y no es que fueran todas las respuestas, pero por espacio y tiempo no las incluyo todas.
Sé que esto hubiera sacado de sus casillas a más de uno, pero yo preferí tener un poco de diversión a raíz de esta situación curiosa. Sobre todo porque se da dentro de una empresa que promueve la productividad a través de sus herramientas. En casa del herrero, azadón de palo.

Así como esta situación hubo otras que resultaron al final cómicas, como el envío de un mensaje indicando equivocadamente que era cumpleaños de un compañero (seguramente recibió más felicitaciones que su homónimo), un desyuno casi frustrado por apagar el celular tratando de no recibir llamadas indeseadas (afortunadamente el pago de mi café matutino me hizo notarlo). Incluso tuve situaciones en que, aún sin poder atenderlas de forma inmediata, lograron resolverse sin mayor intervención.

¿Qué determina que estas situaciones se conviertan en algo divertido en lugar de ser un dolor de cabeza? Aunque aquí podría mencionar varias teorías sobre la forma de ver los problemas, el vaso medio lleno o medio vacío, la actitud y cosas así, creo que, a final de cuentas, es la gente con la que las compartimos. Recibí innumerables bromas sobre los correos de spam, no dejamos de reirnos sobre la situación del compañero y su no-cumpleaños y en realidad disfruté muchísimo el desayuno que por poco me pierdo. Sin temor a equivocarme puedo decir que ninguna de estas situaciones hubieran siginificado nada de no haber sido por la gente con quienes las compartí.

Durante muchos años me dediqué a trabajar arduamente, cumpliendo con mis objetivos, esforzándome por ser el mejor en mi puesto. Muchas veces llegué a considerar que sólo yo podía arreglar ciertas situaciones y que dejarlas en manos de otros sería irresponsable. Lo único que conseguí fue tener menos tiempo para mí y para las cosas que me gustaban (poniendo mentalmente la idea que mi trabajo era lo que yo más disfrutaba). Y no es que no me guste mi trabajo, es sólo que me gusta más el poder compartir mis experiencias con la gente que quiero. Déjenme comentar algo adicional para tratar de explicar lo que pienso.

Siento mucha admiración por la gente que ha puesto mucho esfuerzo tratando de hacerme aprender algo. En especial por varios de los maestros que he tenido a lo largo de mi vida. Tal vez uno de los más importantes lo tuve cuando estudié la carrera y que, en cierta ocasión, nos recomendó una película. "Es una película realmente buena y que, quizás por yo ser maestro, me llegó de forma única, realmente se las recomendo", dijo al frente de toda la clase. "Se llama La Sociedad de los Poetas Muertos", concluyó. Por supuesto, habiendo sido recomendada por una persona admirable para mí, fue la película que decidí ver el siguiente fin de semana. Dentro de la historia que narra la película, había varios personajes que, curiosamente, podían tener la misma edad que yo tenía entonces. Había varias facetas en cada uno de ellos con las que llegué a identificarme, pero en especial hubo un personaje que definitivamente tenía mucho que ver conmigo. Un muchacho sumamente tímido, Todd, que se aventura a seguir a otros en la búsqueda por sentirse parte de algo, en la búsqueda, diría yo, por sentirse vivo. No es mi objetivo contar la trama de la película aquí pero muchas cosas tienen que ver con el tratar de disfrutar y aprovechar cada día que se vive (Carpe Diem), y que Todd entendió perfectamente sabiendo rendir tributo a sus compañeros y a sus maestros.

Hace muchos años que dejé mis estudios formales, pero aún existen muchas personas que siguen siendo maestros para mí día con día. Son todos aquellos que me enseñan a aprovechar y a disfrutar cada situación aunque al principio parezca incómoda o molesta. En esos casos, soy sólo un alumno tímido deseando poder aprender todo lo que ellos se esfuerzan por enseñarme. Puedo parecer, como uno de ellos comenta en su blog, "un alumno de utilería" a veces, que no interviene en el desarrollo de la clase, que se mueve el mismo ritmo de otros, que se ríe en el mismo momento que todos, pero que internamente está aprendiendo, tal vez más que los demás porque me interesa lo que tienen que decir. Por supuesto, llega un momento en que es necesario dejar de ser de "utilería" y convertirse uno mismo en maestro y así rendir tributo a quienes nos han mostrado parte de las vivencias que han tenido.

Escribir este blog es sólo parte de tratar de enseñar algo, aunque sean pequeños detalles. Es tratar de ofrecer respetuosamente un agradecimiento a la gente que me acompaña en mi vida. Tal vez mandándome algún mensaje al celular, haciéndome bromas sobre los correos de spam recibidos, invitándome a reuniones o simplemente compartiendo una plática ocasional. No sé si exista otra cosa que nos haga disfrutar cada actividad que hacemos. Compartirla con amigos es la mía.

martes, 17 de noviembre de 2009

De cuadritos...

Gracias al reciente puente que tuvimos, pude aprovechar para salir con mis hijos y visitar algunos lugares cerca de Querétaro. Debo confesar que una de mis principales preocupaciones antes de nuestra salida era que mis hijos no se aburrieran en la búsqueda de actividades que pudieran llevarlos a despegarse un rato de las consolas de videojuegos (sí, en plural). Tal vez esto suene exagerado, así que para definir mejor la situación real diré que aparte de los videojuegos estaba yo compitiendo también contra el Messenger, YouTube, Facebook, Hi5, series de Animé, series de comedia, ensayos de su banda de Metal, salidas con amigos y, por supuesto, con sus novias. No todo era videojuego, después de todo. Afortunadamente, como padre hay que desarrollar ciertas habilidades de convencimiento con los hijos para usarse en estas situaciones:

Yo: Entonces ¿vamos o no?
Ellos¿Pero a qué?
Yo: Pues a distraearnos, a divertirnos haciendo otras cosas.
Uno de ellosYo no estoy aburrido.
El otro: Yo tampoco
Yo: Bueno, pero para hacer cosas diferentes y no estar todo el fin de semana encerrados.
Uno de ellos: Yo estoy bien así
El otro: Yo también
Yo: Ok, si no vamos cancelo el Internet.
Ellos: ¿Cuándo nos vamos?

Como dice el dicho: Hijo de geek... navega. Claro, ellos saben que si yo quisiera navegar puedo usar mi celular aunque sea un poco más lento (tampoco me iba a dar un tiro en el pie yo solo ¿verdad?). Así que una vez todos convencidos salimos con la idea de estar 2 días conociendo y re-visitando lugares.

Salimos el sábado por la mañana temiendo un poco encontrarnos con todo el tráfico intenso de los puentes, pero para nuestra sorpresa no tuvimos mayor contratiempo. Sólo algunos autos amontonados en las casetas para poder pagar la respectiva cuota. Fuera de eso, sin problemas. Llegamos todavía con buen tiempo para aprovechar el día y empezamos nuestro recorrido pero no sin antes disfrutar de la tradicional comida que puede encontrase en diversos lugares típicos de la región, por supuesto.

Sin importar mucho los lugares que tuvimos oportunidad de visitar, algo que me llama siempre la atención es la tranquilidad con la que se vive fuera de la ciudad. Aunque se ve movimiento por todos lados, la gente siempre tiene tiempo para una pequeña plática, para dar más información, para hacer sentir bienvenido al visitante. Es posible caminar por las calles por las noches sin el temor latente de ser asaltado o algo peor. Los turistas pasan largos ratos tomando fotos de los variados paisajes y construcciones que pueden verse por todos lados. Yo mismo tomo algunas fotos con mi celular y casi de inmediato las comparto en Internet (sí, a veces es algo adictivo mantenerse en contacto). Así recorrimos muchos sitios, en compañía de grupos de amables desconocidos.

Pese a que pueden encontrarse también muchísimos mercados con artesanías, algo que atrajo mi mirada al recorrer uno de ellos fue algo no tan artesanal ni típico. Entre máscaras de madera, utensilios de peltre, tazas y ollas de barro, pude distinguir los colores de un objeto que me resultó familiar. En el tiempo en que se hizo popular en todo el mundo se le llamó Cubo Mágico (al menos en México), aunque más ampliamente se le conoce como Cubo Rubik. Todos lo conocemos: Un cubo cuyas caras son de diferente color (tradicionalmente rojo, anaranjado, azul, blanco, verde y amarillo) y que consta de un mecanismo que permite "revolver" cada pieza que lo forma para combinar sus colores. Obviamente, el objetivo final consiste en volver a armar todo el cubo de suerte que sólo pueda verse un color en cada una de sus caras.





"¡Yo sé armar esos!" intenté presumir ante mis hijos mientras señalaba uno de los varios cubos que estaban a la venta. Los dos se voltearon a ver el uno al otro durante un momento y casi al unísono dijeron "¡Cómo crees! No es cierto". "Sí, de verdad. Aprendí a armarlos de niño", respondí. "¿De niño? ¿Cuántos años tenías cuando aprendiste?", fue su siguiente pregunta. "Iba en 5o. de Primaria", contesté haciendo memoria.

- ¡Primaria! ¿Quién te enseñó?
- Un compañero del salón.
- ¿Otro niño? ¿Y cómo te enseñó?
- Un día al final de clases me estuvo explicando.
- ¿En un sólo día? No te creo.
- Bueno, ese día me enseñó. Al siguiente me ayudó con unas dudas que tuve, pero nada más.
- Ah, entonces no debe ser tan difícil.
- No, no es tan difícil.

No me había dado cuenta del trabajo que costaba creer que yo pudiera armar un Cubo Rubik. Pero bueno, después de recibir tanta motivación y consideración de parte de mis hijos, decidimos que la única forma de probar que una persona como yo podía armarlo era comprando el famoso juguetito. De hecho compramos dos para que les pudiera ir enseñando cada moviemiento en uno mientras ellos mismos lo ponían en práctica en el otro. Debo decir que me sentí un poco presionado porque habían pasado ya muchos años sin haber tenido un cubo de esos en la mano. Intenté no mostrar mi miedo al fracaso y sin pensarlo mucho saqué de su empaque el juguete y comencé a desarmarlo de forma que ninguna cara estuviera completamente de un solo color. Fanfarroneando un poco pregunté "¿qué color elijen?". "¿Color? ¿Qué sólo vas a armar una cara?" preguntaron casi con burla. "¡No! es para ver con qué color comienzo y que vean que no hay truco", respondí. "Azul", dijo el mayor. Y así empecé mi intento por armar la cara de ese color. Me pareció increíble cómo, conforme iba avanzando, recordaba poco a poco los siguiente movimientos. Continué girando el dispositivo varias veces, y al cabo de unos 3 ó 4 minutos dije "¡Ahí está!". Mis hijos voltearon buscando verificar que realmente hubiera podido armar completamente la cara de color azul. "¿Qué?", exclamaron. "¿Todo? ¿Cómo...?", fue su única expresión al ver el cubo completamente armado. De inmediato surgió en ellos la curiosidad de saber cómo lo había logrado. Si alguien como yo podía hacerlo, seguro ellos también.

Fue así que acaparé su atención con los primeros movimientos básicos hasta finalmente mostrarles cómo completar cada color en las diversas situaciones que pueden presentarse. Desde ese momento, los veo con el cubo en la mano, dándole vueltas. Armando y desarmando caras. Tratando de encontrar cómo lo había conseguido yo tan rápido. Por supuesto, no es algo que se domine desde el principio. Algo que no les dije es que en las épocas en que el Cubo era muy popular se organizaban concursos para ver quién lo armaba más rápido; después de varios cubos rotos por frustraciones, innumerables experimentos por colocar las piezas con menos movimientos, aflojando tal vez cientos de dispositivos del cubo por tantas vueltas, yo me había convertido en uno de los más rápidos en su armado. Claro, nunca fui el más rápido. Pero la práctica me llevó a armarlo en poco más de un minuto como tiempo normal. Por increíble que parezca, el día que regresamos a casa fue poco el tiempo en que mis hijos estuvieron conectados en Internet. Y ese poco tiempo que lo hicieron fue para consultar los "tips & tricks" del armado del cubo.

Con esto no quiero decir, ni remotamente, que he cambiado sus intereses o que de alguna forma esté pensando en que armarán miles de veces el Cubo Rubik como lo hice yo alguna época de mi vida. Pero me sentí gratamente emocionado al ver su expresión cada vez que volvía a armarlo. Incluso, una vez armado, formaba nuevas figuras que les arrancaba un "¿Cómo le hiciste?" que me hacía sentir especial. Recuerdo que hace años asociaban a las personas que podían armar el cubo con genios. Hoy sé que no hay nada más falso que eso (¡hasta yo sé armarlo!), pero ocurre algo similar a cuando se logra algo en el día a día, durante el trabajo o en la casa: no importa cuán pequeño nos parezca, puede llegar a impresionar a otros.

Ayer por la noche me di cuenta de que ya era tarde y aun escuchaba a mis hijos despiertos. Fui a ver qué pasaba. Ambos tenían en la mano su cubo y trataban de armar un poco más antes de irse a dormir. "Mañana les enseño otros trucos para armarlo más rápido, pero ya duérmanse", les dije. Y como si hubiéramos hecho algún tipo de trato muy conveniente para ellos contestaron: "¡Sale!". Pusieron el cubo a un lado y se fueron a dormir. Quedé pensativo por algún rato tratando de descifrar lo que hacía tan importante el saber armar el cubo para ellos. ¿Sería el poder ir a presumirlo con sus amigos?, después de todo son adolescentes y viven del reconocimiento y aprobación de los demás. ¿O acaso tiene que ver con el deseo de logro, de ponerse una meta y luchar hasta conseguirla? ¿Podría ser, en un remoto caso, el interés de imitar o adquirir un pasatiempo de su propio padre? Cualquiera que sea el caso, me alegro de saber armar el cubo todavía y poder enseñarle a mis hijos cómo hacerlo. Después de tantos años de haberlo aprendido, hoy me siento orgulloso y deseoso de llegar a casa para seguir maravillándome al ver su rostro cada vez que el cubo se arma. La emoción que veré será cada vez menor, lo sé. Pero mientras dure no dejaré de pensar que fui yo quien la provocó y que todavía puedo impresionar a mis hijos para bien.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Días de Lucha

El día de hoy ha sido particular, en muchos sentidos. He previsto mi salida de casa un poco más temprano de lo habitual por las diversas notificaciones de que hoy sería un día complicado gracias a las numerosas marchas y manifestaciones que habrá en la ciudad.


Como todos los días, me dirijo al lugar donde compro mi café que hoy en especial me hará despertar y olvidarme un poco del frío que siento. El tema de conversación del día son las manifestaciones y si apoyan o no a quienes se manifiestan. Tengo tiempo, así que pido mi café y un panqué para comer allí, tratando también de mantenerme a una temperatura más agradable. Doy un sorbo a mi café disfrutando el calor que va dejando en mi cuerpo. Sin querer, presto atención a lo que discuten dos personas a la distancia. "Es totalmente legítimo que los trabajadores luchen por lo que les quitaron" dice uno. "Bola de huevones. Mejor que se pongan a buscar trabajo donde sí hagan algo. Si a ti o a mí nos corren no vamos a hacer una marcha" fue la respuesta del otro. Y así continuaron los argumentos. Uno defendiendo la "lucha", el otro repudiándola.

Me dirijo a las oficinas del cliente evitando todos los puntos de conflicto por las marchas. Aun así, paso por un lugar donde se han reunido varias personas. Portan algunas mantas con logotipos de su antigua empresa y de su siempre alentador sindicato. No alcanzo a escuchar con claridad lo que dicen a gritos. Sólo puedo pensar en el número de personas que son (no más de 30) y si en realidad tienen la convicción de que algo resolverán en su manifestación. Por supuesto, me alegra haberlos visto donde no bloqueaban el camino por el que me disponía a pasar.

Llego al estacionamiento y en lugar de la típica fila para que los "valet" reciban mi auto me encuentro la entrada totalmente despejada. Entrego las llaves e inmediatamente veo la razón por la cual no hay casi nadie circulando por las calles: Otro grupo manifestándose casi en la entrada de las oficinas de mi cliente. Esta vez sí bloquean la calle pero eso me ayuda a entrar sin tanto problema como en otros días. Pocos han llegado. Incluso adentro del edificio donde ya tengo mi lugar asignado escucho los gritos de los manifestantes. Los pocos que han llegado se asoman por las ventanas como tratando de averiguar algo. Tal vez el número de manifestantes, tal vez la ruta que tomarán, tal vez intentando descifrar todo lo que a gritos expresan.

Poco a poco llega la gente que trabaja en el edificio donde me encuentro. Algunos encontraron problemas en el camino, la mayoría no. Al principio la gente comenta sobre el asunto, pero conforme avanza el día cada quien se dedica a hacer su trabajo. Poco a poco, todo regresa a la normalidad.

Muchas veces, como ahora, he reflexionado un poco acerca de los beneficios que se obtienen al llevar a cabo una marcha. Honestamente no creo que sea mucho lo que se gana, pero al haber tantas manifestaciones y protestas en esta ciudad ya tengo serias dudas al respecto. Mi curiosidad es mucha y estoy considerando seriamente organizar una marcha en el piso 24 del edificio donde está mi empresa. El motivo aun no lo he definido bien, pero no creo que sea importante tanto como la cantidad de gente que puedo reunir. Solo necesito una forma de convencerlos de que me apoyen en mi causa justa (que sigo sin definir). Digo, siempre hay algo de lo que uno pueda quejarse y nos haga gritar con sentimiento "El pueblo unido jamás será vencido" y similares. Por supuesto que tendrían que hacerse algunas modificaciones para que impactara en una empresa de tecnología, como por ejemplo "Los geeks unidos cambiarán el mundo... aunque necesitamos el código fuente" o "Queremos tener una vida normal... pero no tenemos acceso al sitio para descargarla". Claro, no seríamos muchos en el lugar, pero tendríamos una cantidad impresionante de seguidores vía Twitter. Para los más conservadores podríamos crear una sesión remota de Live Meeting y transmitir todo por video que posteriormente publicaríamos en You-tube para difundir nuestros reclamos. Crearíamos una nueva "Causa" en Facebook para que los que quieran puedan unirse y darnos su e-apoyo. El tráfico sería un caos, el tráfico en la red, claro. Actos de rapiña y hackeo contra los que se opongan. Sí, podemos poner a todo el mundo a nuestro favor para conseguir lo que deseamos, todo es cuestión de usar los medios adecuados (DVD es recomendado). Obviamente, tendríamos que tomar nuestras precauciones porque en estos casos los complots están a la orden del día y, con tal de hacer callar nuestra voz, no me extrañaría que se liberara algún nuevo virus tipo AH1N1 v2.3.2 que nuestro sistema inmunológico no lograra detectar y tuviéramos que irnos todos a cuarentena. Y sin embargo, aun si todo saliera en Successful, no sé si eso nos llevaría a un incremento de sueldo o a mejores prestaciones, pero seguro seríamos escuchados (siempre y cuando el puerto en el firewall se encuentre abierto). Y ya en el último de los casos, los que tenemos cuenta en LinkedIn podemos publicar nuestro nuevo estado para verificar oportunidades en otros lados.

Sí, definitivamente creo que la lucha vale la pena, más que la causa en algunos casos. Por eso invito vía este blog a los que, cansados de las manifestaciones en la calle, busquen una forma más civilizada de manifestarse. Seguramente no conseguiremos nada (tampoco los otros lo consiguen) pero al menos formaremos parte de esta nueva forma de hacer valer nuestros derechos reservados. No hay que tener miedo, este blog ha sido revisado contra malware y es totalmente seguro (ok, no es https pero a quién le importa). Olvídense un momento del estrés de la rutina (rutina diaria, no rutina de programación), y si están de acuerdo firmen digitalmente al final de esta entrada (pongan un comentario, pues). La lucha es nuestra y la fuerza es igual a la masa por la aceleración. Así que aprovechemos la masa (porque no creo que haya mucha aceleración) y juntos gritemos al unísono: "I'm a PC!!... ¿y qué?"

sábado, 7 de noviembre de 2009

¿Bueno?

Creo que todos hemos aprendido en algún punto de nuestra educación formal que el modelo básico de comunicación (al menos entre humanos) está formado por varios elementos tales como: Emisor (el que envía el mensaje), el Receptor (el que recibe el mensaje) y el Mensaje en sí. Claro, conforme vamos avanzando en el estudio nos damos cuenta de que existen otros componentes involucrados: el medio o canal de comunicación, posiblemente un codificador, y su correspondiente decodificador. Para complicar aún más las cosas, algunos autores incluyen elementos adicionales como el ruido o interferencia que puede provocar que la comunicación se distorsione o, incluso, que se interrumpa. Y bueno, sólo para no dejar olvidado ninguno, enumeraré la lista de componentes según la recopilación que hago de los apuntes de secundaria de uno de mis hijos: Fuente o Emisor (Remitente), Transmisor, Sistema de Transmisión, Receptor, Destino (Destinatario), Utilización del sistema de transmisión, Implemento de la Interfaz (así dice), Generación de la Señal, Sincronización, Gestión del Intercambio, Detección y corrección de Errores, Control de Flujo (no vienen más datos al respecto, así que no pregunten), Direccionamiento y Retroalimentación. ¿Complicado? Bueno, ojalá todo fuera así de simple.

Hoy en día, la forma más simple de comunicarnos en el trabajo es similar a lo siguiente: Llamada a cliente para confirmar si se conectará a la Conference Call que iniciará en un par de minutos. Nos pone en espera, por lo que podemos tomar la llamada entrante que interrumpe la primera. Es un compañero de trabajo avisando que se conectará vía Communicator a la conferencia telefónica pero un poco más tarde de lo esperado, queda en que enviará un mensaje de texto en cuanto se desocupe para que estemos enterados. Regresamos a la llamada anterior sólo para verificar que seguimos en Espera. Nos conectamos al Messenger y vemos conectado a un amigo con quien no hemos platicado recientemente, abrimos una conversación con él y lo saludamos, quedamos de vernos algún día y nos dice que seguimos en contacto vía Twitter. Lo cual nos recuerda que no hemos actualizado nuestro estado en varios minutos (sí, minutos) así que rápidamente nos conectamos y tecleamos "Esperando a que el cliente me conteste". Nos llega un mensaje de texto avisando que hay un nuevo depósito en nuestra cuenta de nómina, por lo que, sin descuidar la llamada que sigue en espera, hacemos rápidamente una llamada al Banco por Teléfono para hacer una transferencia entre cuentas propias. Justo al finalizar la operación bancaria, el cliente confirma que sí se conectará, así que vía correo enviamos la presentación y otros documentos a todos los participantes para poder comenzar. Todo esto mientras le hacemos señas al limpia-parabrisas para que no se acerque a nuestro carro y nos disponemos a seguir avanzando por el tráfico.

En efecto, la forma que tenemos actualmente para comunicarnos ha cambiado drásticamente si la comparamos a como estábamos acostumbrados no mucho tiempo atrás. Tal vez parezca inverosímil, pero todavía recuerdo cuando los teléfonos eran sólo eso: teléfonos. De hecho, recuerdo perfectamente el primer aparato telefónico que tuve en casa. Por supuesto, era apenas un niño de unos 5 ó 6 años y vivía en un departamento pequeño con mis padres y mis hermanos. Un buen día, ocurrió algo que, entre una de tantas cosas que a esa edad no comprendía, llamó especialmente mi atención: Un empleado de Telmex llamó a nuestra puerta y dijo que venía a hacer la instalación de nuestra nueva línea telefónica. Mis padres lo dejaron pasar y en cuestión de minutos tendió el cable a lo largo de nuestra sala, lo sujetó a la pared con una "pistola de grapas" y finalmente conectó al extremo del cable el tan extraño aparato telefónico color beige. Después de hacer algunas pruebas para verificar el buen funcionamiento de la línea, concluyó: "Listo, está conectado y funcionando". Han pasado muchos años y aún recuerdo la expresión de alegría que pude notar en la cara de mi madre. Era como si hubiera ganado el premio mayor de la lotería. Apenas podía contener la emoción. Recuerdo que le dije: "¡Estás contenta! ¿Por qué? ¿Qué pasa?" Su respuesta fue simple y todavía con una sonrisa en el rostro: "¡Tenemos teléfono!". Por supuesto, no entendía yo la razón de tanta euforia en aquel momento. "¿Qué tiene de especial esto?" pensé. Algunos tal vez no los recuerden pero los teléfonos de ese tiempo tenían algunas diferencias con respecto a los actuales: En lugar de las teclas con números que hoy conocemos, para poder hacer una llamada era necesario girar una disco (generalmente transparente) que tenía 10 agujeros numerados del 1 al 9 y finalmente el cero. Obviamente cada agujero tenía el tamaño adecuado que permitía insertar un dedo señalando el número a marcar, girarlo en sentido de las manecillas del reloj y llevarlo hasta un tope metálico que estaba comúnmente a la derecha del número 1, esperar a que regresara a su posición inicial y posteriormente continuar con esta secuencia por cada uno de los dígitos que componía el número a marcar. Si uno ponía el auricular en su oído al ir "marcando", podía escuchar los característicos "pulsos" que emitía el disco al regresar a su posición original.




Por supuesto, las llamadas en espera, conferencias telefónicas, identificador de llamadas y otras funcionalidades todavía no existían y lo mejor, nadie se quejaba al respecto. El uso que normalmente le dábamos al teléfono era muy básico debido a las "limitantes" que existían: Era fijo, es decir que solamente podía ser utilizado cuando había alguien en casa que pudiera contestar al escuchar el tradicional y común sonido tipo "campanilla" que emitía al recibir una llamada. Pero claro, ya empezaba a evolucionar desde entonces. Era posible consultar la hora exacta usando el teléfono al marcar el entonces famoso 03. Ok. sé que no es gran cosa pero fueron los primeros pasos para darle más funciones al mismo aparato.

Pero más allá del aparato telefónico en sí, su importancia siempre ha radicado en comunicar lo que una persona quiere compartirle a otra. ¿Quién no se ha vuelto un poco más loco esperando la tan ansiada llamada de alguien especial para nosotros? Incluso revisando si el teléfono está bien conectado o asegurándonos de que el celular tiene señal. ¿O quién no ha durado muchos minutos, incluso horas, en una sola llamada, sin querer colgar para seguir conversando con aquella persona tan especial? Y desafortunadamente, ¿quién no ha recibido alguna llamada donde no se reciben más que malas noticias, en ocasiones trágicas?

Hoy existen cientos de formas para comunicarse, pero algo que hace increíblemente indispensable al teléfono actual es que es portátil y la versatilidad que ofrece para comunicarnos prácticamente en cualquier momento, en cualquier lugar. Los usos son variados, desde un simple "hola" hasta las más elaboradas bromas y comunicaciones a veces impensables.

Ayer recibí un mensaje de texto en mi celular de una persona muy querida para mí. Aunque con cierta complejidad porque lo escribió en otro idioma, el mensaje era simple: "Siempre serás mi amigo". Fue aquí cuando comprendí la felicidad que sintió mi madre al saberse dueña de un teléfono. No es el valor del aparato, ni la cantidad de personas que con las que te puedes comunicar usándolo. Es la oportunidad que se abre de que las personas que quieres te hagan saber su cariño aunque no estén junto a ti en ese momento. Y la capacidad de romper la barrera del espacio para poder contestar a la distancia "Sí, lo seré".

domingo, 1 de noviembre de 2009

Lugares olvidados...

Al trabajar en una empresa de tecnología, es difícil pasar por alto que actualmente hay muchas actividades que pueden realizarse eficientemente sin que todos los involucrados tengan que estar forzosamente en el mismo lugar físico. Actividades tales como reuniones, soporte técnico, distribución de documentos, fotos, etc., pueden realizarse fácilmente con herramientas que van desde videoconferencias, sesiones remotas vía Internet, correo electrónico hasta las redes sociales donde es posible transmitir ideas, apoyar causas, jugar y otras suertes antes impensables. Sí, definitivamente, el poder trabajar de manera remota tiene sus ventajas indiscutibles: no hay necesidad de lidiar inútilmente con el tráfico, no hace uno corajes por manifestaciones, plantones, marchas, y sobre todo, es posible aprovechar el tiempo para algunas cuestiones personales. Esto finalmente puede traducirse en lo que muchos llaman "calidad de vida". Hasta aquí creo que la tecnología ha puesto su granito de arena para facilitarnos la vida y dejar en nuestras manos la decisión en cuanto a la forma de utilizar nuestro propio tiempo al ser más eficientes.

Por desgracia, pese a todas las ventajas con las que ahora contamos en nuestro "día a día", todavía siento que el ajetreo de la vida citadina gobierna abrumadoramente nuestro tiempo. La idea de ser cada vez más productivos, más eficientes, más competitivos, provoca que mientras más tiempo libre logremos hacer gracias a algún avance tecnológico, más tiempo queramos dedicar a seguir trabajando y dejamos de lado experiencias que podríamos disfrutar y saborear mucho más. Hay veces que me convenzo de que muchas personas llegan a sentirse culpables si, por haber terminado rápido alguna tarea de su trabajo, "se atreven" a tomarse un tiempo libre para ellos. ¿Qué caso tiene entonces buscar la forma de hacer las cosas más rápido y mejor? ¿Acaso es tener más tiempo... para trabajar más? Absolutamente no. Permítanme platicarles algo que viví el día de ayer para reforzar mi opinión.

Tengo dos hijos que son ya adolescentes y, como tales, están en una época de su vida donde buscan experimentar muchas situaciones que no han tenido la oportunidad de vivir aún. Y aunque como padres debemos orientarlos al respecto, la realidad es que no es tarea fácil estar al tanto de todo lo que hacen ni de cómo lo planean hacer. Bueno, pues algo de lo que no estaba yo enterado es de que mi hijo mayor quedó de verse con su novia en Bellas Artes, y cuando digo Bellas Artes me refiero a que iban a ir a algún cine cerca, no propiamente al Palacio de Bellas Artes. Cuando lo supe, y aclaro que lo supe porque mi hijo me pidió que fuera por él al terminar la película, una de mis primeras reacciones fue mentalmente visualizar el tráfico, los venderores ambulantes, las multitudes yendo y viniendo hacia todos lados. Honestamente pensé "¿Ir al Centro en sábado? ¿A quién se le ocurre? ¿Por qué no buscan un cine más cercano?" A regañadientes acepté pasar por él y quedamos en vernos en el Palacio de Bellas Artes a las 6:30 p.m.

Siempre me he considerado una persona puntual, aunque no soy infalible; pero por esta razón pido, casi exijo, que otras personas lleguen a tiempo cuando quedamos vernos en algún lugar. No sé si sea raro o no, pero quienes menos respetan este hecho son mis propios hijos. Sí, así es. Tal vez por eso no me sorprendió que, al dar exactamente las 6:30 pm en el reloj ubicado a un costado de la Torre Latinoamericana, mi hijo no apareciera todavía por allí. Peor aún, al tratar de localizarlo en su celular no podía hacer más que dejarle un mensaje en su buzón de voz. Al parecer lo traía apagado. Cualquier persona sensata se hubiera preocupado inmediatamente, pero al no ser la primera vez que alguno de mis hijos me deja esperando (sí, soy un papá barco), decidí relajarme e ir a pasear un rato por los alrededores. Giré sobre mi eje y quedé de frente al Palacio de Bellas Artes. Como si fuera originario de otro estado, país o planeta, quedé asombrado al contemplar aquella maravilla. Mi mente viajó tratando de recordar la última vez que había entrado allí. No pude precisar el año o la ocasión, pero definitivamente había pasado mucho tiempo. Así que no lo pensé dos veces: me enfilé hacia la entrada. No estaba seguro si iba a poder entrar tan fácil: ¿Cobrarían la entrada? No creo, no veo taquilla afuera ¿Acaso sería como en ciertos eventos donde compras por anticipado los boletos y tienes que mostrarlos al portero vigilante? Tomé la decisión de ver cómo actuaban otras personas que ingresaban y, sin tener mayor dificultad, en cuestión de segundos estaba yo adentro. Inmediatamente escuché la interpretación a capella de un coro del ITESM que se encontraba cantando frente a las escaleras principales. "¿Podré estar aquí gratis?" pensé. Realmente era asombroso el sonido que se producía en aquel espacio. "No puede ser gratis" volví a pensar. "¿O sí?" Estuve embelesado por varios minutos, incluso tomando fotos de aquellos desconocidos. Después de un rato, y sin saber realmente por qué, voltée hacia arriba. Aquella cúpula que siempre había apreciado desde afuera cientos de veces cobraba una nueva forma al ser vista desde adentro. "Cómo es que nunca la había visto?" me pregunté un tanto molesto. "Llevo toda mi vida trabajando, paseando, viviendo cerca de aquí y me había perdido de todo esto". Visité una exposición sobre la historia del propio Palacio de las Bellas Artes, su inauguración, sus primeras obras, los artistas y personajes políticos que habían estado allí a lo largo de los años. Por supuesto, no pude visitar ninguna sala más ya que vi que la taquilla que no encontré afuera se ecnuentra adentro y no todo es de entrada libre y lo entiendo. Pero hasta la tiendita de recuerdos me pareció interesante: instrumentos musicales en miniatura, rompecabezas de El Greco, muchísimas artesanías conmemorativas del Día de Muertos, etc, etc.




Después de un rato, recibí una llamada de mi hijo. Iba a tardar más porque el papá de su novia los había invitado a comer y claro, ¿cómo le iba a quedar mal? Menos mal que yo también había encontrado una buena forma de pasar el tiempo y la estaba disfrutando mucho. Pero aún pasaría un rato más antes de que mi hijo y yo nos viéramos, así que opté por hacer algo que tenía años, muchísimos años, que no hacía: caminar por la Alameda Central. Con este rollo del cambio de horario, ya estaba totalmente oscuro y la iluminación dentro de la Alameda no es muy buena que digamos. Afortunadamente, los tan (para mí) temidos vendedores ambulantes todavía seguían ofeciendo sus mercancías e iluminaban gran parte del recorrido. A lo lejos escuché unos tambores. No sabía si era un puesto donde vendían CDs de música o si se trataba de algún espectáculo prehispánico a esa hora. Pero sólo había una forma de saberlo. Mientras intentaba llegar al lugar de donde provenía aquel sonido tan particular de tambores, pude percatarme del día que era: Halloween, o para los cuates, Noche de Brujas. No era raro entonces encontrar gente disfrazada por todos lados. No, no sólo niños. Incluso algunos vendedores ambulantes estaban disfrazados. Era eso o no sé distinguir la moda Dark-Gótica. Y si a eso le sumamos la mezcla de tradiciones que ahora tenemos, no faltaban los niños pidiendo su "Calaverita" usando desde pequeñas cajas de cartón hasta elaborados recipientes adornados como si fueran enormes cráneos. Finalmente fui llegando al lugar de donde provenía el sonido de los tambores. Mis sospechas se confirmaron: era una especie de danza prehispánica combinada con un ritual de veneración a los muertos. Me sorprendió lo fastuoso de aquella escena, así que una vez más quedé maravillado y volví a usar mi celular para tomar fotos de todo aquel espectáculo que resultaba tan desconocido para mí. No sé cuánto tiempo pasé así, fueron varios minutos. Hasta que mi cuerpo comenzó a sentir el cada vez más intenso frío de la temporada y decidí ir a buscar un café, o algo lo suficientemente caliente que me hiciera sentir menos entumido. "En algún lado cerca de aquí debe haber un Starbucks" me conforté. Caminé nuevamente hacia la Torre Latinoamericana cuando ví que sobre la calle Madero se había juntado una enorme multitud. Sí, esas que normalmente evito, pero que por una extraña razón decidí seguir en ese momento. Había varios personajes disfrazados, dos de ellos tenían zancos y permitían que la gente se tomara fotos junto a ellos. Sí, nuevamente tomé mi celular y saqué algunas fotos de los curiosos actores.




Sin darme cuenta, llegué frente al Museo de Arte Popular, donde había a esa hora una exposición relativa al Día de Muertos. Claro, las fotografías no podían faltar una vez más. No era muy grande la exposición así que no pasé mucho tiempo en el lugar y me dirigí nuevamente a buscar un café. En eso recordé: "Aquí cerca están los Churros El Moro. También tiene años que no voy y no me caería nada mal un chocolatito caliente". Sin dudarlo, recorrí el trayecto que me separaba de aquel tradicional lugar. Pese a los años que habían pasado, el establecimiento estaba tal y como lo recuerdo. Sin embargo, estaba llenísimo y es uno de esos lugares en donde no te asignan mesa: cada quién tiene que entrar y buscar su mesa. Lo que se traduce en merodear a los que están sentados, ver a quién le falta menos para terminar y, literalmente, arrojarse a su mesa en cuanto se levantan. No, no estoy exagerando. Pero tampoco me iba a quedar con las ganas y opté por pedir churros y chocolate para llevar. Regresé hacia la plaza de Bellas Artes armado con mi delicioso chocolate en mano y saboreando un rico churro de canela. En eso, mi celular sonó. Era mi hijo preguntando desesperado que dónde andaba yo. Como si tuviera que quedarme parado en el mismo lugar durante las horas que él tranquilamente se tardó comiendo.

Lejos de querer discutir el asunto de mi hijo, mi idea es compartir la experiencia de visitar lugares por los que pasamos de forma cotidiana. Dejamos de apreciarlos y sólo pasamos junto a ellos tomándolos como referencia para no perdernos o simplemente para calcular el tiempo que aún nos falta para llegar a nuestra próxima cita de trabajo. Nos llegamos a perder experiencias increíbles por estar preocupados en mantener nuestro alto nivel de productividad.

La tecnología se hizo para facilitarnos la vida, para ahorrar tiempo, para cambiar nuestros esfuerzos. Si gracias a ella logramos obtener unos días, unas horas, unos minutos, no los desperdiciemos buscando más trabajo para cubrir los huecos. Usemos ese tiempo para vivir o revivir experiencias que ningún trabajo nos dará. No hace falta ir muy lejos. Los lugares son muchos y muy variados. Y están allí, cerca de nosotros. Esperando a que nos desocupemos de nuestra cotidianeidad para poder ir a disfrutarlos.

domingo, 25 de octubre de 2009

Marca personal

No sé exactamente qué determina lo que nos ocurre cada día. Conozco gente que, sin la menor duda, atribuye su suerte a lo que indique su horóscopo. Claro, no cualquier horóscopo sino el que ellos han elegido como verdaderamente confiable... que, por cierto, puede no ser el mismo todos los días ni para todas las ocasiones. Otras personas han decidido encomendar su destino de acuerdo a lo que sus creencias dictan y simplemente aceptan lo que el día les tiene deparado. Hay quienes de forma más "científica" buscan explicar los acontecimientos cotidianos basados en teorías elaboradas con conceptos tales como el "efecto mariposa". Y, aunque en una cantidad menor, me he encontrado con gente que después de analizar probabilísticamente los datos dentro del universo elegido, determinan que, con cierto nivel de varianza y una desviación estándar confiable, simplemente, "ya les tocaba".

Bueno, pues sin saber realmente por qué ocurrió (tal vez no supe interpretar lo que los astros intentaban decirme al acomodarse), resulta que hace un par de semanas tuve un pequeño percance automovilístico, o como diría el ajustador del seguro, un "alcance". No fue nada serio en realidad, el carro seguía funcionando, pero la parte trasera quedó bastante afectada. La facia quedó notoriamente sumida, la cajuela quedó un tanto "descuadrada" y, bueno, posiblemente había otros daños que a simple vista no estan fácilmente perceptibles. El caso es que, aunque me traería algunas dificultades para trasladarme diariamente al trabajo, sabía que tarde o temprano tendría que despedirme momentáneamente del auto al dejarlo en algún taller para que lo repararan. Y fue más temprano que tarde. Al siguiente lunes llevé el carro a la agencia para que lo ingresaran y se iniciara todo el proceso que, por experiencias similares que han tenido compañeros del trabajo, se llevaría al menos tres semanas.

Gracias a toda esta situación, el medio que encontré más conveniente para transportarme todos los días fue el taxi. A ciertas horas el taxi puede ser más rápido y, sobre todo, más seguro. Pero tal vez lo que más ha llamado mi atención es que ningún viaje ha sido igual a otro, pese a que la ruta es siempre la misma. Hace ya algunos años había escuchado relatos de taxistas donde describían cómo es que analizaban al pasajero para saber si podían iniciar o no una conversación con él, y luego para determinar qué tipo de conversación sería más adecuada. Pero en mi caso, el análisis comenzó a ser diferente: me he entretenido descifrando la actitud y ánimo de quien va conduciendo. Y no es que me considere un experto analizando personalidades ni nada por el estilo, simplemente es interesante que viajes con más o menos la misma duración resulten en experiencias totalmente diferentes.

Para empezar, es de hacerse notar la "decoración" que puede uno encontrarse al entrar al taxi. Fotos, estampas, muñecos, luces, artículos religiosos, amuletos, plantas (si, plantas), dispositivos para guardar monedas, revistas, pantallas y un largo y variado etcétera. Lo siguiente que puede uno "apreciar" es la forma de manejar del taxista en turno. Y es que así como hay quienes manejan como verdaderos profesionales, los hay otros que parecen creer que son pilotos de Fórmula 1 a punto de cruzar la meta, cuando en realidad están acelerando para detenerse abrúptamente al llegar al semáforo que lleva ya un tiempo con la luz roja encendida. Y qué decir de aquellos que al más puro estilo de "The Fast and the Furious" se la pasan cambiando de carril y haciendo las más osadas maniobras para cerrarle el paso a los demás y mantener al espectador (el pasajero) al filo de la butaca (o del asiento trasero), todo para al final hacer prácticamente el mismo tiempo de viaje que quienes manejan decentemente. Pero para ser justo en mi comentario, debo decir que la mayoría de los taxistas con los que he viajado recientemente han mantenido la cordura y de forma bastante prudente me han llevado sano y salvo a mi destino.

Otro aspecto a resaltar en estos viajes es la conversación. Hay quienes de plano, no dicen ni "Buenos días" ni dan las gracias al recibir el pago del servicio. Otros comienzan a hablar sin mayor miramiento sobre temas que pudieran hasta resultar incómodos para quienes los escuchan: política, religión, etc. Incluso encontré quienes hallan más contructivo hablar con los que van afuera del taxi: tips de manejo ("¡pásate, imbécil! ¡no los dejes pasar!"), publicidad del servicio ("súbete, princesa... yo te llevo a donde quieras"), recomendaciones viales a la autoridad ("¡ve el desmadre que estás haciendo, con razón eres policía!"), recordatorios familiares (ok, demasiado obvio). Hay también quienes prefieren utilizar temas generales como el clima, el tráfico, el trabajo. Mientras que por otro lado, es posible ver a otros que elaboran toda una conversación a partir de algún hecho fortuito, algún letrero, algún mensaje o comentario escuchado en la radio (porque también es de mencionar que la mayoría de los taxistas no escucha música en el radio, sino noticias o programas donde existe alguna especie de conversación que los distraiga de su rutina diaria).

Posiblemente el caso que más ha llamado mi atención, es el caso de un taxista que me hizo varias sugerencias en la ruta a seguir tras escuchar cuál sería mi destino. Me propuso modificar un poco la ruta para llegar un poco más rápido y evitar un par de semáforos. Me ofreció alguno de los varios períodicos que llevaba a bordo para distraerme y mantenerme informado mientras duraba el traslado. Como no acepté el ofrecimiento, comenzó a hacer comentarios sobre su trabajo y la forma en que trataba de hacerlo mejor cada vez. "No porque el pasajero necesariamente se dé cuenta, sino porque al final del día yo sabré que no lo pude haber hecho mejor" me dijo. No fue mucho lo que duró el viaje, pero al final, cuando estaba yo bajando, me comentó "Espero que el servicio haya sido de su agrado, no para que vuelva a subirse a mi taxi, sino para que sea el comienzo de un buen día para usted". Tal vez era ya una frase hecha, o tal vez en realidad quería provocar en mí una reacción. Mi respuesta fue simple: "Gracias, igualmente". Pero eso pareció agradarle. Tengo que admitir que a veces no tengo buena impresión de este tipo de comentarios. Hay veces que pienso: "Sólo lléveme a donde le dije y dejemos a un lado los comentarios adicionales". Sin embargo, en esa ocasión me hizo pensar de forma diferente.

Así como ese taxista quería convertir un simple traslado de un pasajero en una experiencia agradable para que iniciara bien su día, existen muchos ejemplos de personas que día a día buscan hacer la diferencia en la gente que los rodea. Todos recordamos a esos maestros "locos" que más allá de dar su clase y apegarse al temario original, buscaban darle su toque personal a cada enseñanza. El maestro de Historia que rompiendo paradigmas, hacía que reacomodáramos las sillas del salón y formáramos un círculo para poder platicar "de frente" con cada uno. Aquel otro profesor que prefería realizar dinámicas vivenciales con el grupo y que dejaba a todos con cara de "¿eso va a venir en el examen?". Los maestros de matemáticas que diseñaban diversos tipos de mecanismos para demostrar que el Teorema de Pitágoras era correcto. El estambre que utilizaba la maestra de primaria para mostrarle a los alumnos de dónde proviene el valor de PI (3.14159) y por qué es útil para calcular el perímetro y el área de un círculo. Los maestros de la vida que a diario nos encontramos y que continuamente nos enseñan que la vida puede ser diferente. Todos ellos tienen algo en común: Todos quieren dejar su marca en nosotros, sentir que sus enseñanzas pueden ser nuestros aprendizajes, creer que su esfuerzo hará la diferencia en la vida de alguien. Y la realidad es que lo logran. Tal vez no en todos, tal vez no siempre. Pero con el paso de los años siempre habrá alguien que los recuerde bien por el esfuerzo, la valentía, el interés de pasar por la vida sin pasar desapercibidos.

Había un maestro que solía utilizar distintas frases ideadas por el mísmo para realzar sus clases. Unas muy ingeniosas, otras más. Hoy cierro el blog de hoy con una frase que escuché de él: "Lo que funde un foco no es que esté prendido todo el tiempo, sino que se esté prendiendo y apagando a cada rato. Pero el valor del foco reside en que encienda cuando alguien necesite su luz".

sábado, 17 de octubre de 2009

¿Reir para no llorar?

Hace unos momentos tuve la oportunidad de presenciar a un grupo de jóvenes caminando por la calle. Algunos iban riendo, otros jugando, unos más saludando a la gente que se encontraban. Supongo que esto no tendría la menor relevancia para nadie si no mencionara yo que todos iban disfrazados de payasos. Y los había de varios tipos: unos harapientos, otros tan cuidadosamente vestidos que traían a mi mente la imagen de los antiguos arlequines; algunos maquillados estilo mimo, otros con los más grotescos dibujos en la cara; los accesorios como paraguas rotos, sombreros, globos y uno que otro triciclo eran parte de todo el espectáculo callejero que pude apreciar. Pero estos payasos y payasas parecían tener un objetivo común: arrancarle una sonrisa a la gente con la que iban topándose, literalmente.

Puede resultarle extraño a más de uno, pero sé lo que es hacer eso. No me refiero únicamente a tratar de arrancar una sonrisa, sino al hecho de realmente vestirme y maquillarme como payaso para lograrlo. No, no es mi trabajo de fines de semana ni nada por el estilo. Tampoco es mi trabajo del resto de la semana, pese a lo que piensan mis clientes y jefes. No, tiene un poco más de fondo el asunto.

Durante varios años pertenecí a un grupo de jóvenes que tenía el propósito de ayudar a otros jóvenes con sus problemas, adicciones, conflictos,y otras situaciones personales y sociales. Digamos que me gustaba sentirme útil y "valioso" para mi comunidad. Dentro de este grupo de jóvenes realizábamos diversas actividades que nos ayudaban a entender mejor el entorno que nos reodeaba, pero también a defendernos un poco del mismo. Y al emplear el verbo "defender" lo hago con toda intención y conciencia. Porque por muy ideal y "rosa" que el mundo puede llegar a ser para un joven, la realidad es que, tarde o temprano, la vida nos pondrá en situaciones donde el llanto será la más leve de nuestras reacciones. Precisamente, como parte de la preparación que los integrantes de este grupo debíamos tener, existían ciertas dinámicas que llevábamos a cabo con el fin de forjar nustro carácter y tener una mejor actitud ante la vida. Debo confesar que, en lo personal, me gustaba mucho organizar diferentes tipos de estas dinámicas. Todas tenían un objetivo, una enseñanza y finalmente dejaban una vivencia en los participantes que valía la pena recordar. Pero también debo reconocer que cuando alguien dentro del grupo mencionó que organizaríamos la "Dinámica de los Payasos" no tenía yo la menor idea de lo que se trataba. Así que con gusto acepté.

Por motivos de espacio y tiempo no comentaré a detalle todas las actividades que se realizan en la dinámica, pero trataré de explicarlo a grandes rasgos. La dinámica tiene varias fases que se van cubriendo a lo largo de dos días en un lugar aislado. A nadie se le permite salir y sólo quienes organizan saben qué actividad se llevará a cabo y en qué momento. Hubo pláticas, discusiones en grupo, convevencia, risas, llanto. Pero la última actividad fue la principal. Estábamos todos en el salón de pláticas cuando el tema a discutir fueron los payasos. Por trivial que parezca el tema, tiene su lado profundo después de todo. Surgieron varias preguntas: ¿qué hace un payaso? ¿por qué lo hace? ¿cómo logra hacer reir a los demás? ¿cómo logra él mismo reir, si a veces quiere llorar? ¿cómo elige la forma de pintar su cara, su vestimenta, su nombre? ¿logra sentirse satisfecho con su trabajo al final del día? Alguno que otro exponía situaciones: Al llegar a su casa, cuando su esposa le pregunta "¿cómo te fue?", ¿cuál podría ser su respuesta? "Bien, hice muchas payasadas" ¿tal vez?

Para contestar algunas de estas preguntas, nuestra siguiente actividad consistió en elegir un nombre, vestimenta y, sí, en maquillarnos como payasos. Honestamente no recuerdo qué nombre elegí en esa ocasión, tomé los pequeños recipientes con pinturas blanca, roja y negra, y comencé a dar forma a mi personalidad de payaso. Entre toda la ropa que los organizadores habían llevado para la dinámica tomé algún saco cuadriculado, unos pantalones enormes y uno que otro accesorio para completar el curioso juego. Comenzamos a tratar de hacer reir a los demás integrantes del grupo haciendo de todo: muecas, chistes, torpezas como fingir caidas, mímica, etc. Y después de practicar un poco todas estas diligencias, los organizadores anunciaron algo que heló mi cuerpo de forma repentina: Pues ya están listos, la última parte de la dinámica es salir de aquí y provocar una risa o, al menos una sonrisa, en la gente que se encuentra en las calles. ¡No se preocupen, nadie los va a reconocer porque van a ir disfrazados de payasos!

Y así, en una escena muy similar a la que ví por la mañana, salimos todos vetidos como payasos a tratar de hacer reir a la gente. No recuerdo si alguien se rió con las "gracias" que iba haciendo, o si sólo me miraban con extrañeza y curiosidad. Pero al menos puedo decir que tuve algunas respuestas a las preguntas que nos plantéabamos al principio.

El trabajo de payaso no es muy diferente a cualquier otro. Requiere de mucho esfuerzo, dedicación, práctica, renovación. Enfrentar la rutina diaria, las críticas, la insensibilidad. La elección de su nombre es tan importante para ellos como el título o posición que cada uno de nosotros tenemos en donde trabajamos, donde un "Jr." o un "Sr." hacen mucha diferencia. Y ni hablar de la vestimenta, todos nos disfrazamos de acuerdo a la ocasión y tipo de cliente. Una amiga muy cercana prefiere decir que los fines de semana nadie la reconoce porque son los únicos días en que no se disfraza y se viste como ella quiere. Pero el aspecto que posiblemente llamó más mi atención fue el maquillaje. El simple hecho de saber que nadie me reconocería estando pintado como payaso me hizo tener más confianza en lo que iba a hacer. Tal vez el maquillaje que uso ahora es diferente, no viene en ningún tipo de recipiente y no debo aplicarlo a mi cara para que los demás lo noten. No, ahora creo que le llamo "expertise", "conocimiento del cliente", "madurez", "best practices". Todo para ocultarme como persona y mostrar sólo lo que el cliente y el resto de la gente quiere ver. Esa es la máscara que muchos usamos, el nombre de una empresa, una fortaleza fingida, una actitud intimidante. Pasamos la vida retando a otros payasos a superar nuestra propias payasadas. Y nuestra única satisfacción será haber hecho nuestro mejor esfuerzo y tratar de disfrutar de nuestras propias bromas hechas originalmente para divertir a alguien más.

Cuando la dinámica terminó, era ya de noche y seguía yo maquillado, rumbo a mi casa, deseando sólo quitarme de la cara la horrible sensación que causa la pintura después de tanto tiempo. Llegué y entré a mi cuarto arrojando todo el equipaje sobre mi cama y antes de que alguien pudiera verme me escabullí al baño para tomar una ducha necesaria en más de un sentido. Pasé varios minutos quitándome el maquillaje y tratando de recuperar aquella añorada sensación de estar libre, de ser uno mismo otra vez. Tomé un baño relajante como pocos y me puse una pijama cómoda. Finalmente vi a mi madre y me preguntó: "Hola, ¿como te fue?". Pensé en responder mil cosas sobre la dinámica, pero sólo acerté a decir: "Bien, provoqué muchas sonrisas hoy". Me miró un poco extrañada y sonriendo ligeramente me dijo: "Bien. Qué bueno que ya llegaste".