lunes, 7 de diciembre de 2009

Y es Diciembre...

Hay pocos meses que hacen que la mente viaje hacia el pasado, meses que provocan celebración, infunden esperanza, evocan sentimientos profundos para bien y para mal. Creo que Diciembre reúne varias condiciones que logran que sea un mes especial. Para empezar, es el último mes del año; y más que tratar de crear una paradoja, trato de darle prioridad al hecho que tiene el llegar al final de algo en la vida. Casi involuntariamente, tendemos a recapitular lo que hemos vivido una vez que hemos alcanzado su fin. Nos pasa a todos: al final de una película, mientras abandonamos la sala del cine, es común ir comentando alguna escena, criticando a la gente que platicaba demasiado, quejándonos del frío que se sentía durante la función. No importa si la situación era importante, o simplemente absurda. Bueno, Diciembre siempre nos lleva a un punto donde debemos recordar lo que hemos hecho, la gente que nos acompañó, las condiciones que tuvimos. Y como pasa en el cine: independientemente de si la película fue buena o mala, solemos recordarla unos momentos sólo para darle paso al deseo de ver otra más, esperando que sea mejor que la que acabamos de ver; cosa que no siempre ocurre.


Otro aspecto que hace especial a Diciembre es el número de celebraciones que se tienen. Particularmente en México, la mayoría de estas celebraciones se originan en fiestas religiosas, aunque la religión sea lo último que se recuerde en ellas. Así tenemos, por ejemplo, el aniversario de la Vírgen de Guadalupe que es un festejo que sugiere arrepentimiento, devoción y agradecimiento, donde la gente paga “mandas” o, en una especie de negociación, promete pagarlas si se le concede algún milagro. Y qué decir de la Navidad, precedida por sus 9 Posadas y las innumerables Pre-Posadas, donde hay ocasiones en que resulta complicado y confuso el saber si se celebra la llegada del Niño Jesús o la llegada de Santa Claus. Por si fuera poco, se celebra también lo que se conoce como el Día de los Inocentes, fecha en que todo mundo hace bromas a otros mediante promesas que no se piensan cumplir o engaños que suponen que “inocentemente” otra persona se tragará y resultará gracioso para todos los demás. Como se han podido dar cuenta, mi conocimiento en celebraciones religiosas es escaso y, por el bien de todos, hasta aquí dejaré el asunto.

Por supuesto, la fiesta de Fin de Año (o de Año Nuevo) se ha hecho una costumbre también. Y como más bien es una celebración típicamente familiar, las empresas suelen organizar reuniones un poco antes para festejar con sus empleados los logros obtenidos en todo el año. Claro, como es más barato hacerlas a inicio de mes, es muy común encontrar salones de fiestas repletos de gente celebrando el final del año apenas en los primeros días de Diciembre.

Pero más allá de las celebraciones, Diciembre se ha convertido en el mes de la reflexión y planeación para el futuro. La gente revisa lo que ha logrado y se plantea nuevas metas o propósitos para ser cumplidos el año entrante. Es el mes en que uno se compromete a ser mejor el próximo año y para lograrlo es necesario esmerarse y poner a prueba nuestra fe. Sí, la fe mueve montañas ¿no?. ¿O de qué otra forma se pueden explicar los miles, tal vez millones, de piezas de ropa interior rojas que se venden en esta época? ¿Cómo despreciar la buena suerte que indudablemente llegará al encender todas las luces de la casa? Claro que con el cambio de la compañía que suministra la electricidad hoy en día, posiblemente tengamos la suerte de que no cobren tanto por hacer esto. Aunque si fuera el caso, una moneda en el zapato pudiera ser la solución a los problemas económicos. Dar vuelta por la calle cargando maletas, barrer la entrada de la casa, arrojar vasos con agua y muchas otras cábalas respaldan nuestro compromiso a querer sacar lo mejor de nosotros mismos el año que viene.

Hablando ya en serio, creo que la magia de Diciembre reside más bien en la Esperanza. La esperanza de que todo puede mejorarse, no por medios mágicos, sino mediante el deseo y el esfuerzo de quienes así lo quieren. Los sueños suelen ser el combustible que alimenta la esperanza. Sin ellos, todo estaría incompleto y no tendría un sentido.

Tal vez, por una coincidencia de la vida, es precisamente en Diciembre que ha surgido en mí una Esperanza en particular. Como mencioné en la entrada anterior de este blog, a mi papá le fue diagnosticado un tumor en el cerebro. Después de varios análisis y revisiones ha resultado que dicho tumor se encuentra en un lugar bastante cercano a la corteza cerebral, lo que facilitaría su extracción. Otros estudios relacionados indican que, con una probabilidad bastante alta, puede tratarse de un tumor benigno. También, por el tamaño que actualmente tiene y por el tiempo en que se detectó, el daño no ha sido de consecuencias mayores. Durante los próximos días se efectuarán algunos análisis más y, en caso de ir todo bien, en unos 10 días mi papá será intervenido para extraer el tumor que le ha afectado su salud últimamente. Según comentó el neurocirujano: las probabilidades son tan altas de que todo vaya bien, que es muy factible que todos juntos disfrutemos la cena de Navidad con él en perfecto estado.

Dicen que la esperanza es lo último que debe perderse. Y aunque Diciembre marca el fin de muchas cosas, en este año la esperanza apenas comienza.

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