domingo, 29 de noviembre de 2009

Don José

Según su propia Fe de Bautismo, su nombre es José Álvaro Gabino. De acuerdo a su Acta de Nacimiento, es simplemente José. En realidad no conozco muchos detalles de su niñez, sólo que vivió en medio de dificultades económicas bajo la educación y tutela de sus muy jóvenes padres. A él le tocó ser el mayor de los tres hijos de la familia. Desde muy pequeño utilizó lentes, mismos que con el paso de los años le marcaron la personalidad que ahora tiene y que hacen que pocos puedan imaginarlo sin ellos. Debido a la situación económica en la que vivía la familia, su padre lo obligaba a ser responsable en gastos, con disciplina casi militar. No obtenía un lápiz nuevo si no entregaba a cambio el que venía usando y al cual no era posible ya sacarle punta porque no había grafito disponible que lo permitiera. Su afición, casi vicio, eran los libros. Desde niño su vida le parecía incompleta si no leía al menos un capítulo de algún libro por día. ¿Qué tipo de libros leía? En realidad no había un tema específico o predominante. Lo mismo podían encontrarse en sus libreros ejemplares de novelas policiacas que enciclopedias temáticas, literatura clásica, economía, religión, deportes, poemas, revistas, almanaques, tesis, hasta libros manuscritos en algún idioma extraño.

Amante también de la música, no era raro escucharlo cantando a todo pulmón en su casa algunas estrofas de óperas que interpretaba en Italiano fingiendo la voz del más experimentado Tenor. No sé si sería su energía en estas interpretaciones exclusivas, pero más de uno tarareaba involuntariamente las mismas estrofas aún cuando él no se encontraba. Era algo contagioso no por la letra en sí (que nadie comprendía), sino por la fuerza que él proyectaba al cantarla. Poco a poco fue creciendo y todo el mundo lo reconocía principalmente por dos de sus mayores cualidades: su buen humor y el conocimiento que tenía sobre casi cualquier tema.

Pasaron los años y se dedicó en un inicio a la Contabilidad. Durante varios años desarrolló actividades de control de efectivo, estados de resultados, balances, manejo de ingresos y egresos para varias compañías. Y aunque era bastante efectivo en su labor, no podría decir que se sentía feliz haciendo su trabajo. Claro, le daba para comer y mantenerse, pero no era precisamente algo que lo apasionara. Por eso, cuando en una ocasión un amigo le comentó que en cierta editorial estaban buscando traductores para los nuevos Best-Sellers que llegaban desde Estados Unidos no lo pensó dos veces. Era la oportunidad perfecta para leer cosas nuevas, darles su toque personal en la traducción y seguir aprendiendo cada vez más. Fue así que inició su carrera como editor y traductor, que más tarde lo hizo incursionar en el campo del periodismo e incluso en el de escritor.

Le resultaba fácil llevarse bien con la gente gracias a su carácter afable y siempre risueño. La mayoría solía admirarse de la cantidad de conocimiento acumulado que tenía en su mente y se maravillaban por su extraordinaria memoria. Sin importar el tema, solía arrancar expresiones de sorpresa y la típica pregunta para él: ¿cómo sabe tanto? Siempre modesto, solía contestar: Un día que no tenía mucho qué hacer leí un poco de eso y se me quedó grabado. Siguiendo esa lógica, debió tener muchos días sin cosas qué hacer. Al principio solían llamarlo Pepe, de cariño. Luego, por el respeto que cada vez más personas le tenían, comenzó a acuñar el nombre con el que hoy en día lo conocen casi todos: Don José.

Entre los libros que él mismo compraba, más lo que tenía (en inglés y en español) por sus traducciones, y aquellos que les compraba a sus popios hijos, llegó a llenar varios libreros y otros muebles que originalmente estaban destinados a cubrir otras funciones pero que, por falta de espacio, terminaron albergando varios cientos de libros cada uno. Sin exagerar en lo más mínimo, eran miles de libros los que tenía en su propia casa. Era difícil no encontrar uno sobre algún tema específico. Cuando alguna visita llegaba a su casa y veía la cantidad impresionante de libros era común escuchar una pregunta: ¿Y apoco los ha leído todos, Don José?. Con una sonrisa solía contestar: Sólo los interesantes.

Siempre tuvo una sólida fe en su religión. Asistía regularmente a las ceremonias y procuraba participar de forma activa en ellas. Al principio simplemente uniéndose al coro de su iglesia, después pasó por varias etapas en donde realizó actividades que incluyeron la lectura de las escrituras, recolección de limosnas, asistencia en la comunión, etc.

Claro, estas son sólo algunas actividades que él realizaba, pero para dar una idea más clara de su versatilidad, debo mencionar que en diversas épocas de su vida tuvo actividades de lo más variado: fue un excelente jugador delantero de futbol soccer, fotógrafo, dibujante, nadador, maestro de matemáticas, contador, poeta, reportero y cantante. Era, por tanto, difícil de complacer. Llegué a ver cómo se tomaba el tiempo para revisar todos y cada uno de los libros de texto gratuito que sus hijos llevaban en la primaria y, con un lápiz rojo, marcaba las faltas de ortografía que encontraba, los errores de redacción e incluso hacía anotaciones para corregir el estilo. Podía oírsele repetir frases como: "¿Quién escribió esto? Que primero aprendan a escribir y luego pretendan enseñar Ciencias Naturales". Y ni hablar de temas de Historia de México. Solía leer lo que venía en los libros de texto y platicar con su esposa sobre la serie de hechos con los que difería de acuerdo con lo que él había leído en otros textos más especializados. Era definitivamente un perfeccionista. Recuerdo una ocasión en que, tratando de despertar la creatividad de sus hijos, les pedía escribir o dibujar alguna historia o cuento. Indenpendientemente de lo que cualquiera de sus tres hijos creara, ningún trabajo parecía complacerlo nunca. Eso sí, jamás dejó de animarlos para seguirlo intentando.

Pero su vida no ha sido fácil (¿alguna lo es?). Por cierre de diversas editoriales en las que trabajó en varias ocasiones se vio desempleado aunque nunca por mucho tiempo. Siempre había quien le ofrecía un nuevo trabajo o, al menos, algún proyecto tipo freelance para alguna casa editorial. Tuvo que rolar turnos en algunos periódicos y comenzó a descuidar su alimentación. En algún momento de su vida desarrolló diabetes, situación que le produjo una profunda drepresión y un cambio de carácter que lo hacían verse más viejo de lo que realmente era. Alguna vez, a pocos días de haber presenciado la dolorosa muerte de su padre a causa del cáncer, se encontraba reparando su auto (porque también sabía algo de mecánica) cuando, en un descuido, una de las bandas del motor le arrancó dos de los dedos de su mano derecha. Era la época de su vida en que dependía totalmente de su máquina de escribir (que usaba haciendo gala de una mecanografía impecable) para hacer su trabajo y, sin dos dedos, ésta se convertía en una labor para titanes. No mucho tiempo después empezó a enfrentar algunos problemas con sus hijos: todos decidieron irse de su casa aunque por diversas causas. Esto le produjo la sensación de ser un mal padre, aunque esto en realidad era una percepción equivocada de lo que estaba pasando. Su salud comenzó a deteriorarse aún más y en dos ocasiones tuvo infartos cardiacos. Pasó por una angioplatía y varios tratamientos buscando limpiar y desbloquear sus arterias. Cada tratamiento complicado siempre por la diabetes que siempre provocaba que sus niveles de azúcar alcanzaran niveles peligrosos durante los procedimientos.

Pero una vez que su salud mejoró, Don José buscó sentirse mejor asistiendo a reuniones donde enseñana a otros sobre religión, el estudio de la Biblia y otros asuntos relacionados con su fe. Esto no pareció llenarlo espiritualmente del todo, así que dedicó gran parte de su tiempo asistiendo a hospitales para animar a enfermos, generalmente terminales. ¿Sería esto una forma de sentirse afortunado por verse en una situación mejor que ellos? No necesariamente. Siempre lo vio como un medio de transmitir apoyo y compañia a gente necesitada espiritualmente. Conoció a mucha gente y mucha gente lo conoció a él. Se hizo poco a poco necesario para muchos y parecía siempre infundir cierta tranquilidad a quienes lo buscaban. No es que fuera un predicador o que prometiera un mundo mejor a quienes lo escuchaban, la mayoría de las veces sólo escuchaba cómo se sentía la gente y procuraba hacerlos sentir bien al hablarles sobre estadísticas y hechos relacionados. En ocasiones simplemente ponía en términos fáciles de entender lo que los médicos explicaban en su jerga de expertos.

Recientemente Don José volvió al hospital. Pero esta vez como paciente. Originalmente se pensaba que un infarto cerebral fue lo que lo había llevado allí. Luego fue determinado que un tumor fue el culpable.
Mucha gente ha ido a visitarlo en estos días. Familiares, amigos y uno que otro extraño. El día de hoy lo vieron algunos conocidos de su comunidad. "Todos estamos rezando por usted, Don José", le aseguraron. Él, con su habla algo deteriorada, contó cómo algunos estudios han probado que el poder de la oración logra que la gente mejore su salud. No se sabe si es por la concentración de la energía, por algún poder divino o si es sólo una coincidencia. Sea por la razón que sea, aquellas personas prometieron seguir orando por su salud y juntar más gente que se sumara al esfuerzo. Por mi parte, aunque me crié bajo las reglas del catolicismo, no he seguido dichas reglas últimamente y mis creencias han cambiado en muchos sentidos. Sin embargo, no dejó de parecerme interesante la plática y su fe en que todo estaría mejor. Por supuesto, quise sumarme a la lucha. Por eso, cuando todos se despedían de él y le decían: "No se preocupe, Don José, se va a poner bien", sólo pude decir: "Sí, papá, te vas a poner bien".

1 comentario:

  1. Amigo: Un GRAN abrazo para ti y también para Don José. Y si "va a estar bien". Nayeli JorXTO

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