martes, 17 de noviembre de 2009

De cuadritos...

Gracias al reciente puente que tuvimos, pude aprovechar para salir con mis hijos y visitar algunos lugares cerca de Querétaro. Debo confesar que una de mis principales preocupaciones antes de nuestra salida era que mis hijos no se aburrieran en la búsqueda de actividades que pudieran llevarlos a despegarse un rato de las consolas de videojuegos (sí, en plural). Tal vez esto suene exagerado, así que para definir mejor la situación real diré que aparte de los videojuegos estaba yo compitiendo también contra el Messenger, YouTube, Facebook, Hi5, series de Animé, series de comedia, ensayos de su banda de Metal, salidas con amigos y, por supuesto, con sus novias. No todo era videojuego, después de todo. Afortunadamente, como padre hay que desarrollar ciertas habilidades de convencimiento con los hijos para usarse en estas situaciones:

Yo: Entonces ¿vamos o no?
Ellos¿Pero a qué?
Yo: Pues a distraearnos, a divertirnos haciendo otras cosas.
Uno de ellosYo no estoy aburrido.
El otro: Yo tampoco
Yo: Bueno, pero para hacer cosas diferentes y no estar todo el fin de semana encerrados.
Uno de ellos: Yo estoy bien así
El otro: Yo también
Yo: Ok, si no vamos cancelo el Internet.
Ellos: ¿Cuándo nos vamos?

Como dice el dicho: Hijo de geek... navega. Claro, ellos saben que si yo quisiera navegar puedo usar mi celular aunque sea un poco más lento (tampoco me iba a dar un tiro en el pie yo solo ¿verdad?). Así que una vez todos convencidos salimos con la idea de estar 2 días conociendo y re-visitando lugares.

Salimos el sábado por la mañana temiendo un poco encontrarnos con todo el tráfico intenso de los puentes, pero para nuestra sorpresa no tuvimos mayor contratiempo. Sólo algunos autos amontonados en las casetas para poder pagar la respectiva cuota. Fuera de eso, sin problemas. Llegamos todavía con buen tiempo para aprovechar el día y empezamos nuestro recorrido pero no sin antes disfrutar de la tradicional comida que puede encontrase en diversos lugares típicos de la región, por supuesto.

Sin importar mucho los lugares que tuvimos oportunidad de visitar, algo que me llama siempre la atención es la tranquilidad con la que se vive fuera de la ciudad. Aunque se ve movimiento por todos lados, la gente siempre tiene tiempo para una pequeña plática, para dar más información, para hacer sentir bienvenido al visitante. Es posible caminar por las calles por las noches sin el temor latente de ser asaltado o algo peor. Los turistas pasan largos ratos tomando fotos de los variados paisajes y construcciones que pueden verse por todos lados. Yo mismo tomo algunas fotos con mi celular y casi de inmediato las comparto en Internet (sí, a veces es algo adictivo mantenerse en contacto). Así recorrimos muchos sitios, en compañía de grupos de amables desconocidos.

Pese a que pueden encontrarse también muchísimos mercados con artesanías, algo que atrajo mi mirada al recorrer uno de ellos fue algo no tan artesanal ni típico. Entre máscaras de madera, utensilios de peltre, tazas y ollas de barro, pude distinguir los colores de un objeto que me resultó familiar. En el tiempo en que se hizo popular en todo el mundo se le llamó Cubo Mágico (al menos en México), aunque más ampliamente se le conoce como Cubo Rubik. Todos lo conocemos: Un cubo cuyas caras son de diferente color (tradicionalmente rojo, anaranjado, azul, blanco, verde y amarillo) y que consta de un mecanismo que permite "revolver" cada pieza que lo forma para combinar sus colores. Obviamente, el objetivo final consiste en volver a armar todo el cubo de suerte que sólo pueda verse un color en cada una de sus caras.





"¡Yo sé armar esos!" intenté presumir ante mis hijos mientras señalaba uno de los varios cubos que estaban a la venta. Los dos se voltearon a ver el uno al otro durante un momento y casi al unísono dijeron "¡Cómo crees! No es cierto". "Sí, de verdad. Aprendí a armarlos de niño", respondí. "¿De niño? ¿Cuántos años tenías cuando aprendiste?", fue su siguiente pregunta. "Iba en 5o. de Primaria", contesté haciendo memoria.

- ¡Primaria! ¿Quién te enseñó?
- Un compañero del salón.
- ¿Otro niño? ¿Y cómo te enseñó?
- Un día al final de clases me estuvo explicando.
- ¿En un sólo día? No te creo.
- Bueno, ese día me enseñó. Al siguiente me ayudó con unas dudas que tuve, pero nada más.
- Ah, entonces no debe ser tan difícil.
- No, no es tan difícil.

No me había dado cuenta del trabajo que costaba creer que yo pudiera armar un Cubo Rubik. Pero bueno, después de recibir tanta motivación y consideración de parte de mis hijos, decidimos que la única forma de probar que una persona como yo podía armarlo era comprando el famoso juguetito. De hecho compramos dos para que les pudiera ir enseñando cada moviemiento en uno mientras ellos mismos lo ponían en práctica en el otro. Debo decir que me sentí un poco presionado porque habían pasado ya muchos años sin haber tenido un cubo de esos en la mano. Intenté no mostrar mi miedo al fracaso y sin pensarlo mucho saqué de su empaque el juguete y comencé a desarmarlo de forma que ninguna cara estuviera completamente de un solo color. Fanfarroneando un poco pregunté "¿qué color elijen?". "¿Color? ¿Qué sólo vas a armar una cara?" preguntaron casi con burla. "¡No! es para ver con qué color comienzo y que vean que no hay truco", respondí. "Azul", dijo el mayor. Y así empecé mi intento por armar la cara de ese color. Me pareció increíble cómo, conforme iba avanzando, recordaba poco a poco los siguiente movimientos. Continué girando el dispositivo varias veces, y al cabo de unos 3 ó 4 minutos dije "¡Ahí está!". Mis hijos voltearon buscando verificar que realmente hubiera podido armar completamente la cara de color azul. "¿Qué?", exclamaron. "¿Todo? ¿Cómo...?", fue su única expresión al ver el cubo completamente armado. De inmediato surgió en ellos la curiosidad de saber cómo lo había logrado. Si alguien como yo podía hacerlo, seguro ellos también.

Fue así que acaparé su atención con los primeros movimientos básicos hasta finalmente mostrarles cómo completar cada color en las diversas situaciones que pueden presentarse. Desde ese momento, los veo con el cubo en la mano, dándole vueltas. Armando y desarmando caras. Tratando de encontrar cómo lo había conseguido yo tan rápido. Por supuesto, no es algo que se domine desde el principio. Algo que no les dije es que en las épocas en que el Cubo era muy popular se organizaban concursos para ver quién lo armaba más rápido; después de varios cubos rotos por frustraciones, innumerables experimentos por colocar las piezas con menos movimientos, aflojando tal vez cientos de dispositivos del cubo por tantas vueltas, yo me había convertido en uno de los más rápidos en su armado. Claro, nunca fui el más rápido. Pero la práctica me llevó a armarlo en poco más de un minuto como tiempo normal. Por increíble que parezca, el día que regresamos a casa fue poco el tiempo en que mis hijos estuvieron conectados en Internet. Y ese poco tiempo que lo hicieron fue para consultar los "tips & tricks" del armado del cubo.

Con esto no quiero decir, ni remotamente, que he cambiado sus intereses o que de alguna forma esté pensando en que armarán miles de veces el Cubo Rubik como lo hice yo alguna época de mi vida. Pero me sentí gratamente emocionado al ver su expresión cada vez que volvía a armarlo. Incluso, una vez armado, formaba nuevas figuras que les arrancaba un "¿Cómo le hiciste?" que me hacía sentir especial. Recuerdo que hace años asociaban a las personas que podían armar el cubo con genios. Hoy sé que no hay nada más falso que eso (¡hasta yo sé armarlo!), pero ocurre algo similar a cuando se logra algo en el día a día, durante el trabajo o en la casa: no importa cuán pequeño nos parezca, puede llegar a impresionar a otros.

Ayer por la noche me di cuenta de que ya era tarde y aun escuchaba a mis hijos despiertos. Fui a ver qué pasaba. Ambos tenían en la mano su cubo y trataban de armar un poco más antes de irse a dormir. "Mañana les enseño otros trucos para armarlo más rápido, pero ya duérmanse", les dije. Y como si hubiéramos hecho algún tipo de trato muy conveniente para ellos contestaron: "¡Sale!". Pusieron el cubo a un lado y se fueron a dormir. Quedé pensativo por algún rato tratando de descifrar lo que hacía tan importante el saber armar el cubo para ellos. ¿Sería el poder ir a presumirlo con sus amigos?, después de todo son adolescentes y viven del reconocimiento y aprobación de los demás. ¿O acaso tiene que ver con el deseo de logro, de ponerse una meta y luchar hasta conseguirla? ¿Podría ser, en un remoto caso, el interés de imitar o adquirir un pasatiempo de su propio padre? Cualquiera que sea el caso, me alegro de saber armar el cubo todavía y poder enseñarle a mis hijos cómo hacerlo. Después de tantos años de haberlo aprendido, hoy me siento orgulloso y deseoso de llegar a casa para seguir maravillándome al ver su rostro cada vez que el cubo se arma. La emoción que veré será cada vez menor, lo sé. Pero mientras dure no dejaré de pensar que fui yo quien la provocó y que todavía puedo impresionar a mis hijos para bien.

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