
Sin embargo, para sorpresa de muchos, tenía una debilidad, una parte misteriosa que buscaba ocultar a toda costa. Poseía, podría decirse así, un alter ego. Un ente oscuro en su ser que, por alguna razón, dominaba su vida. O, al menos, eso parecía. Menospreciando la capacidad de Kusanagi, su alter ego solía exponerlo inútilmente, desafiando su experiencia, su capacidad. La apariencia, ampliamente atesorada y cuidada por Kusanagi no era relevante para su alter ego, no era importante, no era necesaria. Más aún, últimamente su alter ego había descuidado en demasía su propia apariencia, se arreglaba poco y no parecía preocuparle la poca fuerza de su propio cuerpo. Eso no era aceptable para alguien como Kusanagi. Pero tampoco podría decirse que el alter ego fuera una mala persona, después de todo le había hecho compañía en todas y cada una de sus batallas, lo había apoyado en cada misión, lo había ayudado en situaciones dónde, de haber estado solo, no hubiera sobrevivido. Y esa era la parte fundamental de esta simbiosis, la supervivencia. Pero también era un hecho que muchas batallas habían sido perdidas por equivocaciones, por distracciones, por incompetencias del alter ego. De alguna forma, Kusanagi sabía que su poder sería aun mayor sin todas aquellas pifias. Odiaba sentirse controlado, anhelaba dirigir sus propias victorias, deseaba tomar las decisiones de las cuales su supervivencia dependía. No quería ser la consecuencia de las elecciones y dudas de otro. Estaba decidido a crear mundos nuevos y mejores. Y eso sólo podría ocurrir si se deshiciera de todo aquello que lo frenaba. Ésa había sido, sin duda alguna, su primera decisión. Continuar. Sobrevivir, pero ahora por su propia cuenta. Sin grupos, sin fallas, sin alter ego. Después de todo, era él el único que arriesgaba algo en todo este juego. Nadie más. Ni siquiera el alter ego, por muy leal que siempre le hubiera sido. Fue entonces que su plan comenzó. Era necesario ir tomando el control poco a poco, sin que su alter ego sospechara. Así, durante la batalla, fallaba uno que otro golpe, saboteaba alguna estrategia cuidadosamente planeada. Por supuesto, procuraba siempre sobrevivir. Esa parte no había cambiado. Ante todo, su permanencia en el juego seguía siendo esencial. De vez en cuando, erraba la recolección de bienes, conducía en direcciones diferentes a las ordenadas por su alter ego, tocaba mal una que otra nota musical. Todo tenía la intención de la frustración, de la desesperación, del descontrol. Sí, el descontrol era su objetivo. El descontrol total. Pero el alter ego parecía no reaccionar de acuerdo a lo que Kusanagi deseaba. Sin duda, se molestaba, maldecía, vociferaba. Pero el único resultado era el repetido cambio de controles, el ajuste de la pantalla, la recalibración de los dispositivos adicionales. Llegó incluso a probar batallas usando nuevos aparatos, en diferentes habitaciones, con diferentes personas. Esto, sin embargo, no iba a detener a Kusanagi. Después de todo, una de sus principales cualidades era la perseverancia, la repetición, el nunca sentirse derrotado. Se mantuvo firme en su plan, sabiendo que tarde o temprano conseguiría lo que tanto buscaba. Siempre había sido así. A cada día, a cada momento, su alter ego mostraba nuevos signos de desesperación, de frustración, de molestia. El plan empezaba a funcionar. Modificó diferentes cualidades en Kusanagi, su vestimenta, su velocidad, su apariencia. Esto definitivamente iba más allá de lo que cualquiera podría tolerar. Kusanagi, sin embargo, seguiría adelante, aun sabiendo que todo esto tendría una afectación directa en su propia reputación. Ya no sería ni el más poderoso, ni el número uno por algún tiempo. Por algún tiempo. Eso solía pensar, que todo el asunto era una cosa temporal. Difícil, humillante, pero pasajero. Poco a poco, el alter ego iba perdiendo control de Kusanagi. La frustración, la desesperación, el desconcierto hicieron del alter ego una presa fácil. Partida tras partida, ocurrió. Kusanagi había tomado el control, más bien, había arrebatado el control al alter ego. Y lo que era mejor, su alter ego ya no estaba interesado en seguir siendo parte de aquella burla, de aquel juego alterno. Y entonces, cuando el alter ego hubo rendido todos sus esfuerzos y Kusanagi estaba listo para tomar el control total, el plan tuvo un desenlace inesperado. Las fuerzas comenzaron a huir de Kusanagi, todas aquellas posesiones que aún conservaba desaparecieron de sus manos en cosa de segundos, sus territorios quedaron llenos de un vacío ensordecedor. Él mismo se desvanecía, literalmente. Tuvo, sin embargo, la claridad mental para reconocer, tal vez demasiado tarde, que el hecho de no notar las cuerdas, no implicaba que no fuera un títere. Con alta resolución gráfica, con control alámbrico o inalámbrico, en localidades virtuales, con efectos y habilidades especiales, pero títere a final de cuentas. Así se sintió, libre, sin cuerdas, pero al mismo tiempo abandonado, traicionado, cuando escuchó a su alter ego gritar mientras terminaba de borrar al avatar: "¡Kusanagi ha muerto! ¡Viva Kusanagi2!".