miércoles, 13 de marzo de 2013

De todo y nada...

Hoy he tenido una necesidad especial de escribir, de expresarme en silencio a través de un montón de letras. Es un sentimiento que no me ha resultado extraño, sólo que en esta ocasión he caído en cuenta de que requiero escribir de todo y de nada a la vez. No sé qué tan normal resulte mi situación, pero es como querer hablar con alguien de forma casual, aleatoria, sin planear. La única diferencia es que esta conversación se da a través del papel, o del espacio electrónico en blanco, lo que sea... para el caso es lo mismo.

Creo que mi motivación inició al leer el comentario que una compañera escribió en una red social muy popular y que yo frecuento más seguido de lo que quisiera. Me refiero a la red social, no a la compañera. Ella decía que quería escribir un epitafio de algo que ni siquiera había podido nacer. Por supuesto, mi primera impresión fue que se refería a un aborto o algo similar. Después me di cuenta de que era poco probable y que, más bien, se refería a un sentimiento. Y como el sentimiento más socorrido para escribir en casos perdidos es el amor, imaginé que quizás se refería a un romance reprimido que quería dejar atrás. Poco a poco, fui inventándole una serie de historias que iban desde un amor platónico hasta un hijo que nunca había podido tener. El caso es que mi imaginación comenzó a volar y la idea de escribir tonterías se fijó en mi cabeza.

Luego, la palabra epitafio resaltó por sí sola. No era sólo enterrar a ese algo que no había podido lograr su existencia, sino que, aparte, había que dedicarle unas palabras de despedida. No soy un experto, pero creo que un epitafio debe de hablar sobre algo positivo por lo cual se recuerde al fallecido. O al no nacido, en este caso. Es curioso, pero, en lo personal, me resulta más fácil encontrar cosas positivas de la gente. Sobre todo si ya se murieron. Porque he tratado de decir cosas de quienes fallecen y, simplemente, no puedo hacerlo. Tengo una especie de bloqueo que no me permite despotricar contra ellos, aunque ya no estén en este mundo. Y quizás sea esa la razón de mi dificultad: ya están muertos y no quiero darles más pesar que eso. O tal vez no me gustaría que, al morir, la gente hable mal de mí. En una especie de acuerdo no escrito, ni dicho, tengo la esperanza de que nadie perturbe la tranquilidad de mi tumba; aunque debo reconocer que el solo hecho de imaginarla ya es bastante perturbante.

La verdad es que lo que digan frente a mi tumba no me preocupa; ni siquiera podré oirlo. Lo que sí me gustaría es dejar algo que sirva a los demás cuando ya no esté. No me refiero sólo a cuertiones como pertenencias o a la donación de órganos, sino a cuestiones de enseñanza que lleguen a cambiar vidas. De preferencia, cambiarlas para bien. No creo estar siendo demasiado ambicioso en esto. Imagino los poemas de tantos escritores que, aún después de muertos, siguen conmoviendo y motivando a quienes los leen. Sí, lo sé, lo sé. Yo ni siquiera escribo poesía; no en verso, por lo menos. Sin embargo, el hecho de plasmar algunas palabras pueden darle sentido a alguien. No digo que le den riqueza o nada parecido, pero me gusta pensar que pueden ofrecer tranquilidad. La tranquilidad de que hay (o hubo) alguien que tiene (o tuvo) los mismos pensamientos locos y desesperados que otros no quieren revelar. Y si ese simple detalle ayuda a aceptar la existencia en un lugar común, creo que será suficientemente bueno para mí. Aunque espero que haya algo más sustancial que eso.

Por otro lado, está también el placer que me da el hecho de escribir. Me libera, me motiva e, incluso, puede llevarme a un estado de disfrute casi orgásmico. No lo digo en broma, por más patético que suene, lo digo convencido de haber sentido la satisfacción de haber creado algo cada vez que finalizo un cuento, o una anécdota, o cualquier otra cosa que me da la impresión de que estuvo bien contada. En este sentido, no puedo dar más explicaciones al respecto pues sería como tratar de describir el orgasmo en sí: las palabras no bastan, es mejor sentirlo.

Sea como sea que haya surgido esta necesidad de escribir, me alegro de haber tomado la decisión y de decidirme a escribir estas palabras durante la última hora (sí, me tomó todo ese tiempo escribir estas pocas líneas). Decidí hacerlo en primera persona para convencerme a mí mismo de que se trataba de una conversación (aunque sea conmigo mismo) y de que alguien (yo mismo) me pondría un poco de atención. Esa es la magia de la escritura: la imaginación y la creación de situaciones que no estaban allí antes.

Esto es lo que se consigue con las palabras: reflexiones, mundos, ideas, tormentos, alegrías... aunque para muchos no sean absolutamente nada.

2 comentarios:

  1. Para mí, los epitafios no son más que una forma de creación literaria. Pero yo, prefiero las reflexiones personales, los impulsos locos de frases inconexas escupidas sobre el papel, la tímidez de una idea que escapa a tu pensamiento.

    En ocasiones, me sucede algo parecido. Tengo la necesidad de escribir. La hoja en blanco espera mis aportaciones, sin exigir nada a cambio. Así, calmo mi sed creativa, retorno a un estado de equilibrio y me siento terriblemente mejor.

    Bienvenida tu reflexión, Julio. Un beso.

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    1. Escribir tiene su lado terapéutico. Ni siquiera creo que sea el hecho de que alguien lo lea, sino de sacarlo del interior, de liberar a la mente de aquellos pensamientos que la presionan. No sé, es difícil explicarlo sin sonar raro, pero me da gusto que también lo entiendas.

      Una gran abrazo.

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